En su tercera película, el director pone el foco sobre un presidente argentino que atraviesa una crisis personal en medio de una cumbre latinoamericana. La ficción como reflejo de la política. Del circuito independiente a la producción a gran escala, el camino de un cineasta en ascenso.
9 de agosto de 2017
Santiago Mitre es, por estos días, el director más requerido del país. Acaba de estrenar La cordillera, la película en la que Ricardo Darín interpreta nada más ni nada menos que al presidente de la Argentina. Con solo tres largometrajes dirigidos en soledad, Mitre ha sabido realizar un cine de ficción anclado en los manejos del poder, que osa abrir el debate y poner en jaque situaciones que remiten a la coyuntura.
En 2011 fundó la productora independiente La Unión de los Ríos, con la que filmó su ópera prima El estudiante. La película ponía el foco sobre los entramados políticos que se generan en el micromundo de la Universidad pública. Fue hecha por fuera del circuito del INCAA, «con sólo 25.000 dólares», comenta hoy su director. Así y todo, se convirtió en un pequeño gran suceso entre los estrenos locales.
Su segunda producción, La patota, fue una remake del film homónimo protagonizado en 1960 por Mirtha Legrand. Se trató de una versión libre, escrita junto a Mariano Llinás, al que define como «coguionista de mis tres películas, además de un gran amigo personal». El film fue protagonizado por Dolores Fonzi, quien «además de ser una actriz estupenda, es mi pareja». La acción transcurre en un alejado pueblito de Misiones, donde el personaje de Fonzi lleva a cabo actividades sociales. Luego de sufrir una violación, enfrenta un duelo ético con su padre (Oscar Martínez), un juez que representa una visión conservadora del poder.
La cordillera es su película más grande. «Tiene una escala industrial», dice. La producción internacional cuenta con un elenco de lujo: Ricardo Darín, Érica Rivas, Dolores Fonzi, Gerardo Romano, los chilenos Paulina García y Alfredo Castro, el brasileño Leonardo Franco, la española Elena Anaya, el mexicano Daniel Giménez Cacho y el estadounidense Christian Slater. En ella, el presidente Hernán Blanco (Darín) atraviesa un conflicto político y familiar en medio de una cumbre de mandatarios latinoamericanos en Chile, donde se definen las alianzas geopolíticas de la región.
–¿Cómo surgió la historia? ¿Estuvo inspirada en la realidad?
–No, siempre trabajamos a partir de procedimientos de ficción. La idea embrionaria surgió luego de El estudiante. Me entusiasmaba trabajar en torno a la intimidad de un presidente del siglo XXI electo recientemente, que tenía que enfrentarse a un desafío que le imponía su primera cumbre internacional, en medio de un conflicto familiar. A partir de ahí, la idea era contraponer la macropolítica con la micro, y pensarla a través de la historia personal de un mandatario.
–En La patota había un padre asociado con el poder enfrentado a una hija idealista. ¿La cordillera repite ese conflicto?
–En este caso el punto de vista es inverso: intentamos hacer el retrato desde los ojos del presidente, que está en esta situación tan particular. En La patota el punto de vista reposaba en la protagonista. En La cordillera la hija es el personaje disruptivo, que viene a quebrar ese mundo de apariencias y control que está montado alrededor del presidente. Pero no creo que ese duelo generacional sea tan importante como lo era en las otras dos películas.
–¿Cómo reuniste semejante elenco?
–Había muchos actores en los que veníamos pensando. A mí me sirve mucho, a la hora de escribir, fantasear en los actores que podrían interpretar los personajes. Obviamente, a Ricardo Darín lo tuve desde el primer momento y fue esencial para avanzar en la escritura. Lo mismo con Dolores Fonzi y Érica Rivas. Alfredo Castro, que compone al psicoanalista, es alguien con quien siempre quise trabajar. También Paulina García, que hace de la presidenta de Chile, y Daniel Giménez Cacho, el presidente de México. Cuando nos juntamos con la productora K&S empezaron a sumarse varios nombres más.
–¿Tuvieron que reescribir papeles en función del «peso» del elenco?
–No, los personajes estaban ahí y la película tenía una cuestión coral que invitaba a convocar actores de distintas nacionalidades. Cuando hacía el primer contacto y les contaba de qué iba el proyecto, les daba intriga. Y, por supuesto, interpretar a los presidentes de sus países les resultaba tentador. Después estaba la cuestión de agenda de cada uno, pero no tuvimos que agregar escenas para ninguno.
–¿Es cierto que Christian Slater se sumó al final?
–Es el que más nos costó conseguir. Siempre tuvo su única escena, aunque sea la más importante de la película, un poco por indecisión nuestra. Al principio estaba escrita en español y fue Ricardo quien insistió mucho en que la escena se hiciera en inglés. Tenía razón, cuando aparece el enviado norteamericano se ve a Estados Unidos con toda su impronta. Recién ahí salimos a contactar a Christian Slater, un actor muy comprometido ideológicamente, a quien le encantó interpretar a ese político tan maquiavélico.
Escala industrial
Además de las tres obras mencionadas, Mitre ha codirigido varios proyectos: El amor (primera parte) junto al equipo que integra la productora La Unión de los Ríos, uno de los cortos del film colectivo Videominutos por Marino Ferreyra, y el documental sobre danza Los posibles. Sin embargo, es notorio el vertiginoso ascenso que, en términos de producción, han seguido sus tres películas de ficción dirigidas en soledad, marcadas por una definida línea de autor que crece y se sostiene más allá de los nombres y las dimensiones del presupuesto.
«La diferencia que hay entre una película de bajo presupuesto y otra de presupuesto alto, son las expectativas de público y de lanzamiento que se pueden generar», afirma. El estudiante tuvo un recorrido soñado por festivales internacionales. La patota se presentó en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, donde obtuvo el premio mayor de la sección. Con La cordillera, Mitre regresó a Cannes en mayo pasado, para estrenarla en la sección «Una cierta mirada».
–¿Cuáles fueron los pro y los contra de hacer una película a gran escala?
–Cuando empezamos a desarrollar el proyecto, nos dimos cuenta de que era una película grande. Las cumbres presidenciales están rodeadas de elementos de valor. Los presidentes se visten con ropa cara, andan en autos caros, vuelan en aviones privados, se alojan en hoteles de lujo. No era difícil imaginar que iba a ser una película grande. Tuvimos la suerte de trabajar con K&S, que es una productora que sabe afrontar con mucha solvencia producciones de este tipo. Tuvo una logística de producción compleja, pero muy bien resuelta y llevada adelante.
–Entonces tuviste libertad creativa.
–Sí, y estoy agradecido a los productores. Si bien es una película de escala industrial, trabajé con total libertad y tomando las decisiones que me parecían correctas en cada una de las instancias, y con productores que respetaban esa mirada. Mi trabajo, si bien en un contexto diametralmente distinto al de El estudiante, es el mismo de siempre: resolver las escenas, administrar la narración y manejar los elementos para que la película cuente lo que tenía que contar. Así que yo estaba concentrado en mirar por cámara. El día que vea que un mayor volumen de producción condiciona mi libertad como cineasta, no lo aceptaría, e intentaría hacer una película más barata para poder trabajar con mayor libertad. Pero no fue el caso.
–¿Cómo creés que va a recibir la historia el espectador?
–A mí me gusta pensar que el público es mucho más curioso e inteligente de lo que se suele decir, y que acepta propuestas más complejas que estimulen su intelecto. Es cierto que nunca trabajé en una película de esta escala, una presión que me pesa como director. Pero me he dado cuenta con La patota, que generaba cierta controversia, que había algo que era agradecido por el público más allá de cualquier valoración, que tenía que ver con salir del cine hablando, pensando y discutiendo sobre lo visto. Y creo que con La cordillera va a pasar lo mismo. Me gusta cuando el cine desafía al espectador y lo obliga a pensar en determinados temas. Es el cine que me gusta hacer y, también, el que me gusta consumir. Con el público hay que tener una relación respetuosa, pero nunca subestimarlo.
Recursos naturales
En La cordillera, la trama política se define por los argumentos racionales y las conspiraciones, hasta que irrumpe el personaje de Dolores Fonzi, la hija del presidente, para revelar los oscuros secretos que esconde su padre. «La intención era entrar en la cabeza de este personaje, en su mundo oculto, lleno de secretos, con el que queríamos que la película juegue», comenta. Y lo hace de manera intrigante, aludiendo a ciertos elementos que vuelven al relato menos cerebral y más fantasmal.
–¿Cuáles son tus influencias? ¿Pensás en ellas a la hora de encarar un proyecto?
–Miro mucho cine de diversos orígenes, me encanta el cine y no podría decirte una influencia en particular. Sí, en cambio, hay algo a nivel formal, en la manera de contar el cuento. La película comienza de forma realista, más documental, espiando el funcionamiento de la Casa Rosada, el entorno de un presidente, el protocolo de una cumbre. Y, de repente, hace un giro hacia un suspenso enrarecido. Buscamos un elemento fantástico que vuelva a la película un objeto más inquietante. En ese sentido, Hitchcock nos fue útil en la elaboración del retrato alucinado.
–La escena de la hipnosis.
–Cuando surgió la idea de la hipnosis, sentimos que encontramos algo original y nos dimos cuenta de que la película se volvía más clásica. Aparecieron elementos del cine de terror más tradicional, el de los años 70, que me gusta mucho. Si bien no se parece en nada a El resplandor o incluso a El exorcista, hay pequeños guiños en torno al modo de desplegar el elemento fantástico que me divirtió mucho hacer, que no había podido introducir en mis películas anteriores. Eventualmente, me gustaría hacer una película cien por ciento de género.
–El personaje de Darín está lleno de secretos oscuros, pero su apellido es Blanco.
–Sí, el nombre de un personaje siempre es importante. Al pensar en un presidente, buscamos asociaciones de campaña, casi como un chiste para trasmitir la imagen de un mandatario que diera aspecto de un hombre común. Después es cierto que, al ver la película y el desarrollo del personaje, su apellido se torna mucho más simbólico.
–Desde la fotografía, ¿cómo trabajaron los momentos oscuros del personaje?
–La película tiene un trabajo de cámara y de luz al principio, que a medida que avanza se va modificando en cuanto a contrastes. En el inicio la luz es mucho más brillante y suave, los planos casi siempre son con cámara al hombro, dando una respiración cercana al personaje. Y después la cámara se estabiliza y empieza a haber más presencia de la oscuridad, con un contraste mucho más marcado. Son esos elementos los que van sugiriendo el clima inquietante que instala la película después de los 30 minutos.
–Hay un rumor de que vas a dirigir una película sobre el Juicio a las Juntas.
–No es un rumor, ¡es cierto! Es una película que transcurre en el Juicio a las Juntas. Estoy escribiendo el guión y todavía no tiene calendario. Es un hito en la historia argentina, para pensar y repensar y volver a ponerlo en primera plana. Con el 2×1, el tema retomó actualidad.
–Se podría decir que te interesa hacer un cine comprometido.
–Me gusta un cine de raíz clásica, de narración fuerte y buenos personajes, pero que a la vez pueda abrir el debate y la reflexión de los espectadores sobre temas de implicancia contemporánea.
Fotos: Jorge Aloy