21 de mayo de 2021
Después de batallar tres décadas en el circuito alternativo, la actriz y directora atraviesa un intenso presente laboral mientras disfruta del reconocimiento de Imprenteros, la obra en la que revisa la historia familiar acompañada por sus hermanos.
Éxito. Imprenteros tendrá este año una versión literaria y también una película. (Kala Moreno Parra)
Dice que está «en la cresta de la ola», pero lo hace con cierto pudor, sabiéndose una privilegiada en un contexto complicadísimo para el teatro debido a la pandemia que tiene en jaque al mundo desde hace más de un año. Pese a las restricciones, Lorena Vega buscó siempre la manera de seguir en movimiento. Fiel a su ADN inquieto y curioso, la actriz se las ingenió para dar clases de escritura por Zoom, ensayó desde su casa varias obras como intérprete y como directora y, cuando la actividad se fue flexibilizando, arremetió con cuatro piezas de gran factura y en formatos variados.
«Dirigí Civilización, que fue la primera obra de todas que se realizó con público, en la Biblioteca Nacional, que además formó parte del concurso online del teatro Cervantes. Ensayé en todos lados, me volví loca para poder estar haciendo trabajos que amo como La vida extraordinaria, junto a Valeria Lois, en Timbre 4; Yo, Encarnación Ezcurra, unipersonal en El Picadero; e Imprenteros, en la que trabajo con mis hermanos, que sigue su increíble evolución en el Metropolitan», enumera.
Fuerza y visceralidad
Proveniente de una familia de clase media baja del barrio de Flores, Vega remarca que desde chica mamó la cultura del trabajo. «Por eso nunca quiero dejar de lado nada que me interese, es decir que cuando no puedo aceptar un trabajo por algún motivo, lo sufro, lo padezco», asegura. «A partir de la pandemia, mi actividad detonó. Desde mis talleres de escritura, pasando por los personajes que vengo haciendo, hasta un proyecto para dirigir Precoz, en la que Julieta Díaz protagonizará a una madre polémica y marginal, todo me encanta y lo disfruto. Y no voy a negar que me siento con algo de culpa, porque me va bien en un momento en que el teatro está en terapia intensiva».
Imprenteros nació para el Proyecto Familia, del Centro Cultural Rojas. «Me lo propuso la colega y amiga Maruja Bustamante, pero al principio no estaba convencida. Hasta que me animé a focalizar en la historia de la imprenta donde trabajaron mi abuelo, mi papá y mis hermanos. Escribí un esqueleto que fue tomando forma y quedó terminado en un taller que tomé con Vivi Tellas, creadora del género biodrama». La pieza se estrenó en 2018 y empezó a moverse por el circuito off a fuego lento, pero en 2019 creció gracias al boca a boca. Sobrevivió a la pandemia y volvió este verano para transformarse en uno de los hits de la temporada.
«La verdad es que no salgo de mi asombro con lo que está pasando con esta obra, que no es ni más ni menos que mi historia familiar: cuenta quién soy y de dónde vengo. Describe a la clase trabajadora en un mundo de imprentas que es también el de mi infancia, al que fui reconstruyendo a partir de los sonidos de las máquinas, el olor a tintas y la evocación sensorial», dice. La autora, directora y protagonista adelanta que Imprenteros tendrá durante 2021 una versión literaria y también una película, que se concretará gracias a la Ley de Mecenazgo y a subsidios del INCAA.
La fuerza y la visceralidad de Vega también se palpan en Yo, Encarnación Ezcurra, donde se mete en las vestiduras de la esposa de Juan Manuel de Rosas. «Es una figura maltratada por la historia oficial, una mujer que entendió como nadie que nacer en estas tierras no implica nacer en una patria. Interpretarla me enorgullece, me identifica con su lugar de resistencia y su espíritu batallador, aspectos que cobran vigencia en el marco de las luchas de género».
En su agenda actual también se destaca el duelo actoral que sostiene con Valeria Lois en La vida extraordinaria. Interpretan a Aurora y Blanca, dos mujeres «sufridas por sus pérdidas, pero que descubren y sienten su sexualidad de manera peculiar y se desesperan por ser amadas». Vega hace saber que las piezas de las que forma parte «no compiten entre sí, al contrario, conviven en un ámbito de hermandad y solidaridad».
Desde su adolescencia se aferró a la actuación y ya lleva 30 años en el rubro, donde se convirtió en referente del circuito alternativo. «Creo que en los últimos tiempos, a partir de trabajos importantes para mí y de algunos premios, empecé a tener reconocimiento. Y es algo que me cuesta, que me incomoda, pero también me fortalece y me exige, porque la vara está más alta. Pero yo voy a mantener mi esencia, que es ir de a poco, escalón por escalón».