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Cosa de grandes

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Las dificultades que encuentran las películas locales frente a la competencia de las producciones multinacionales impiden el despegue del sector. El rol del Estado y los ejemplos más recientes.

 

Hecho en Argentina. Locos sueltos en el zoo es el único estreno local para niños en la cartelera de cine de julio.

Lejos parecen estar los días de Manuelita la tortuga, la obra históricamente más taquillera del cine infantil argentino, con la que el pionero del sector, Manuel García Ferré, en 1999 (y luego en 2005) capturó el interés de casi 2 millones y medio de espectadores. Como una suerte de paradoja, en el año de su fallecimiento (2013), Metegol, la película de Juan José Campanella basada en un cuento de Roberto Fontanarrosa, trepó a la cima de los 2 millones. En 2010, Gaturro, adaptación al cine del personaje creado por el ilustrador Nik, había llevado más de 400.000. Y en 2014, el realizador Juan Pablo Buscarini, que venía de las taquilleras coproducciones con España El arca (2007) y El ratón Pérez (2009), estrenó El inventor de juegos, otra producción internacional que incluyó a los estudios Disney y llegó a los 300.000 espectadores. En marzo de este año se publicó un libro imprescindible, Historia del cine infantil en la Argentina, que releva por primera vez todas las producciones realizadas desde el año 1948 hasta 2014. Editado por la Asociación de Productores de Cine para la Infancia (APCI), con alrededor de 25 productores y directores nacionales, y el Observatorio Nacional del Audiovisual para la Infancia y la Adolescencia, el trabajo tuvo el auspicio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y fue coordinado por el docente y realizador Alejandro Malowicki (Pinocho, Las aventuras de Nahuel).
En el volumen se agruparon no solo las películas dirigidas al público infantil, sino también aquellas para todo público que contemplan a la infancia, empezando por la ineludible Pelota de trapo de Leopoldo Torres Ríos, el padre de Torre Nilsson. Puesto a considerar el estado de las cosas, Malowicki es optimista: «Si bien el cine infantil es muy pobre en producción, estamos en un buen momento. Si no son películas muy conocidas es porque en las épocas de exhibición, es decir durante las vacaciones de invierno o en el verano, la platea infantil queda totalmente tomada por las películas norteamericanas».
«Somos pocos porque obviamente es muy poca la producción de cine para la infancia en la Argentina. Y porque el cine infantil, salvo por el trabajo que hacemos en la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC), no cuenta con una enseñanza sistemática. Películas como la de Campanella es la excepción que confirma la regla», señala, sin dejar de consignar que su nueva película es una de las únicas dos que se encuentran actualmente en estado de producción. «Por ahora el título tentativo es Terrible y es una película en acción viva, no de animación», anticipa.

Éxito. En 2013 Metegol, de
Campanella, convocó a 2 millones
de espectadores.

Uno solo de los estrenos para niños de estas vacaciones de invierno es argentino: Locos sueltos en el zoo, una comedia de enredos con los tipos clásicos de chicos buenos y malos y animalitos víctimas a rescatar. Estuvo realizada por Luis Barros, director de Canal 13 y de Showmatch, con producción de Argentina Sono Film y la distribuidora Buenavista, cabeza de playa de los estudios Disney en América Latina. «Ellos querían hacer una nueva saga, como la de Bañeros, que llevó un millón de espectadores. Y se dieron cuenta de que los chicos se divertían mucho con animales y a partir de ahí me convocaron. Una alternativa bien argenta», dice Barros.
«Es bastante confuso que sea para niños», considera, por su parte, Malowicki. «Pero cuenta con la distribuidora de Disney, es decir, con la misma estructura comercial de una película norteamericana que aparece con 200, 350 copias y ocupan una buena parte de las más de 850 pantallas de la Argentina». Sin mucha chance, los chicos argentinos deben en estos días volver a identificarse con niños extranjeros con dificultades para crecer dentro del esquema previsible y consumista de vida (Intensa mente, de Peter Docter); muñecos sumisos que sufren por no encontrar –como dice la sinopsis promocional– «un amo al que servir» (Minions, de Kyle Balda y Pierre Coffin); dinosaurios siempre redivivos (Jurassic World, de Colin Trevorrow); bichitos humanizados (El hombre hormiga, de Edgar Wright); y una variante nueva de la saga japonesa de Dragon Ball Z.
En 2010 el INCAA lanzó el programa «Infancias» destinado al fomento de guiones de cortos y largometrajes infantiles, que incluye clínicas para una preselección y, luego, el apoyo a los ganadores. «Entre presentaciones y selección, podemos decir que empezó hace tres años. Y dio tres ganadores. Es demasiado pronto para evaluar sus resultados», opina Malowicki. Lo cierto es que, desde el Estado, la legislación que establece una cuota de pantalla para las películas nacionales no tiene una especificidad para el cine infantil. «Una de nuestras tareas es conversar con el INCAA para lograrla. No es fácil. No se trata de buena o mala voluntad, sino de que los exhibidores y distribuidores le dan prioridad a sus productos. Para poder dar esa pelea, lo que tenemos que aumentar es la cantidad de films», advierte.
Así las cosas, el cine argentino para niños sufre las mismas dificultades que el centenar de películas para adultos estrenadas anualmente en el país: salas de exhibición escasas y distribuidores renuentes; desaliento de posibles productores y una mayoría de films que, lamentablemente, el gran público no conoce.

Alejandro Margulis

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