10 de junio de 2015
Villa Crespo y La Boca picaron en punta como nuevos polos de atracción para el universo de la plástica. La cooperación entre los espacios. Creatividad y negocios.
Hace rato que la calle Arroyo dejó de acaparar las galerías de arte. En algún momento, los nuevos territorios de moda para la actividad fueron Palermo y San Telmo. Hoy en día, la expansión apunta hacia Villa Crespo y La Boca, en este último caso a partir del impulso del Estado como parte de una puesta en valor de la zona. Pero el traslado geográfico y la mutación del mercado del arte (hacia una concentración de los negocios en las grandes ferias) también han traído consigo otros cambios. El nombre «Palermo Queens» circula desde hace años, cuando varias inmobiliarias comenzaron a utilizar el mote de un distrito neoyorquino históricamente asociado con la comunidad judía para referirse a una zona de Villa Crespo. El argumento de Horacio Berberian, uno de los dueños de la inmobiliaria Shenk, era que utilizar el nombre de Palermo servía a los fines comerciales de elevar el precio de las propiedades. En el presente, numerosos emprendimientos artísticos se están mudando a esa zona precisamente porque «no es» Palermo. Espacios como Ruth Benzacar, Nora Fisch, Document Art, La ira de Dios, Slymud y Gachi Prieto han mudado sus locaciones de Palermo o Recoleta a Villa Crespo. Pasaron de los hoteles boutique, las ferias de diseño, los visitantes extranjeros y el aire bohemio a las manzanas villacrespenses, donde conviven locales de grandes marcas, edificios nuevos, talleres, parrillas barriales y galpones disponibles. «Esta zona de Villa Crespo está en plena ebullición», afirma Gachi Prieto, dueña de la galería homónima ubicada en Aguirre al 1000.
En el nuevo territorio, unos se ubican cerca de otros, colaboran entre sí, se asocian, sincronizan días y horarios de inauguración, buscan maneras de interactuar con su público tradicional y el nuevo que ofrece el barrio. Las razones son varias, y van de los menores costos y la disponibilidad de espacios de mayores dimensiones a la sobresaturación de la oferta en Palermo y un tópico primordial de esta época: la búsqueda de nuevas maneras de circulación del arte. Prieto explica que en el pasado solía ser la galería el eje sobre el cual giraba el día a día de las adquisiciones de obra, pero ya no más. Casas de remate, ferias e incluso museos han hecho que las galerías tengan que repensarse en cuanto a su modelo de negocios en particular y sus objetivos en general.
Para Prieto, el éxito de las ferias ha estimulado su proliferación, al punto de que en diciembre pasado hubo 20 ferias paralelas durante la semana de Art Basel Miami (una de las dos ramificaciones, la otra es en Hong Kong, de la feria originada en Basilea, Suiza, una de las más importantes a nivel mundial). Más allá de que Prieto considera que tal frenesí «no se va a poder sostener», la galerista reconoce que ese esquema de feria ha generado que los coleccionistas y demás compradores tiendan a concentrarse en estos espacios para las instancias de transacción. A escala local, se podría mencionar como ejemplo a la reciente arteBA. En contraposición a lo anterior, subraya Prieto, durante el resto del año «una galería es una usina de producción de proyectos, de posibilidades de circulación para los artistas, de facilitar su profesionalización». Eventos especiales, visitas privadas, todo lo que pueda resultar atractivo. «Porque, ¿qué busca la gente? Sucesos», plantea. Lejos de la rivalidad, la cercanía genera acciones complementarias. Gachi Prieto organiza actividades conjuntas con sus vecinos de La ira de Dios, el espacio dirigido por Pablo Caligaris y Carolina Magnín. Prieto reitera que la idea es poder generar «sucesos»: se visita la galería o la trastienda en los talleres de La ira de Dios (que, justo enfrente, tiene una de las parrillas más frecuentadas del barrio).
Algo similar ocurre cuando varios galeristas coordinan para realizar distintas inauguraciones el mismo día. En el pasado, en cambio, se evitaba la simultaneidad por cuestiones de competencia. Prieto apunta que se trata de «generar sinergia. Por otro lado, tiene que ver con una manera más inteligente y cooperativa de plantear la profesión y los negocios».
Distrito artístico
En el bajo autopista, junto a Catalinas Sur, un sitio históricamente destinado a estacionamientos, se están construyendo galerías comerciales. Y también desde Caminito hasta el estadio de Boca Juniors se puede apreciar cómo, lentamente, el área se va llenando de negocios gastronómicos y ligados con el turismo. Sobre Regimiento de Patricios, la avenida que separa La Boca de Barracas, el viejo edificio de la empresa Alpargatas está siendo reciclado para la instalación de oficinas y departamentos. El Ministerio de Seguridad y otras oficinas del Gobierno porteño también se están mudando al barrio.
Cinco establecimientos artísticos se han instalado durante los últimos dos años y otros tantos, de grandes inversores como la Fundación Andreani o la Fundación Tres Pinos, vienen en camino. A diferencia de Villa Crespo, el denominado Distrito de las Artes –que cubre La Boca, Pompeya y parte de Barracas y San Telmo– es una forma de rediseño urbano planificado e impulsado desde el Estado. La Ley 4.353 se aprobó en la Legislatura en 2012, pero recién fue reglamentada un año después. Ofrece una serie de beneficios fiscales (impositivos y de créditos accesibles), herramientas que desde el Distrito se utilizan para promover y asesorar las inversiones que habrán de transformar el sur de la ciudad. En el sitio web del Distrito, el apartado Plan Maestro no ofrece demasiados detalles, pero indica que el objetivo para cuando se pueda dar por concretado (se calculan 15 años) es haber creado 20 espacios culturales de envergadura y radicado 180 establecimientos artísticos.
En el presente, el barrio donde pueden verse cambios es La Boca: allí el arte se combina con un objetivo de revalorización inmobiliaria. Entre los recién llegados hay galerías tradicionales como Barro y otros proyectos heterogéneos como Radio Bar, Verdi (en el Teatro Verdi), la Casa Suiza (dirigida por la embajada suiza para artistas de ese país) o Prisma Kh. Este último es el espacio de Alberto Sendrós, que otrora estuvo ubicado en San Telmo bajo la forma de una galería más clásica; ahora aspira a funcionar como una sala de arte, para albergar diferentes experiencias artísticas, además de ofrecer una residencia bianual.
Para Daniela Varone, coordinadora artística de Prisma Kh, «esta zona tiene una tradición de arte muy fuerte, pero de un tipo que no es el que se está instalando ahora, que apunta más a lo contemporáneo, a lo experimental». Varone identifica actualmente a Proa y a la Usina del Arte como faros. «Estamos conociéndonos entre todos en este nuevo barrio, que para nosotros es bastante ajeno», dice.
En La Boca, los emprendimientos también se encuentran con locaciones «mucho más grandes, porque existe esta idea del galpón, que en el microcentro o en Retiro no existe», agrega. «Entonces es más grande lo que podés hacer y el tipo de muestra que podés invitar a los artistas a hacer, porque en las galerías convencionales no podrían realizar estas obras».
A diferencia de Villa Crespo, donde la organización entre los establecimientos surge de manera espontánea, en La Boca el Estado cumple un rol de coordinador. Para promover una mejor integración, por ejemplo, desde el Distrito sugirieron la conformación de un Consorcio de las Artes, porque «en los otros distritos se generó un consorcio y veían las ventajas de que nos nucleáramos», apunta Varone.
El Consorcio ha permitido el acercamiento entre galerías y otros proyectos del barrio, así como con los propios vecinos. «No es que llegamos con nuestra nave espacial al barrio y nos instalamos sin que nos importe lo que pasa afuera. Queremos intentar que el público entre», plantea. A partir de lo anterior, la intención es establecer –como en Villa Crespo– un recorrido, un circuito propio. De esa manera, la visita a La Boca podrá adquirir un atractivo artístico adicional, con la posibilidad de acceder a eventos múltiples en poco tiempo y a corta distancia. Margarita Romero está desde los inicios del Distrito de las Artes, cuando con la venta de su departamento se compró una casa que recicló por completo. Romero es docente en el UNA (Universidad Nacional de las Artes, anteriormente IUNA) y, a diferencia de las otras iniciativas arribadas a La Boca, ya conocía la zona por transitarla habitualmente y por haber participado en la restauración de algunas casas.
Al espacio Caffarena 86, que funciona en su casa, lo intervienen permanentemente artistas, como dan cuenta sus murales. Romero no busca sacar rédito económico de las movidas que atraviesan Caffarena 86, ni crear una rutina o grilla fija de actividades. Tampoco pretende ser un centro cultural o un hostal temático, sino una casa abierta al tránsito de todo aquel que tenga un proyecto creativo. Con respecto a la llegada de las galerías tradicionales, Romero piensa que «está bien, porque ellos tienen una llegada más rápida que, quizás, nosotros no tenemos». Cita como ejemplo el megaevento organizado por Fundación Proa, encabezado por el artista chino Cai Guo Qiang, que presentó un espectáculo de fuegos artificiales en torno a la temática del tango en enero pasado. Romero accedió a una terraza ubicada sobre Pedro de Mendoza y tuvo una vista privilegiada del paisaje. «Eran todas cabecitas y se perdían por Pedro de Mendoza, que estaba llena. Yo lloraba de la emoción», cuenta. Para Romero, una clave para la revitalización del barrio es que la gente se acerque a «vivenciar La Boca».
—Diego Braude