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Aunque la venta del soporte físico sigue cayendo, las disquerías independientes sobreviven como un espacio privilegiado para los buscadores de tesoros musicales.

 

Bateas. Uno de los secretos de Raris es nutrir a su disquería Cactus con un catálogo capaz de seducir a los melómanos más exigentes. (Jorge Aloy)

En la principal cadena de venta de música en el país, se puede encontrar desde una licuadora hasta un libro de Paulo Coelho. También hay televisores y celulares, que pueden servir para ver recitales y para escuchar canciones, respectivamente. Pero las bateas de discos y videos ocupan apenas un rincón, en sintonía con los cambios operados en los modos de consumir música en los últimos tiempos. Y si a la conocida empresa no le alcanza con el negocio tradicional para subsistir en el mercado, ¿cómo se explica que existan tantas disquerías independientes? Se mantienen en pie desde hace años, con un universo estético tan variado como géneros existen.
Un relevamiento del Observatorio de Industrias Creativas (OIC) del gobierno porteño dio con al menos «91 locales de venta minorista de música». Verbigracia: 91 disquerías, de las cuales el 70% (63 locales) no pertenecen a cadenas como Musimundo o Yenny-El Ateneo (que nominalmente es una cadena de librerías, pero también vende discos). El mismo relevamiento advierte que esos 63 locales independientes corresponden a 63 empresas, es decir que ninguno tiene sucursales. Si el relevamiento se ampliara al resto del área metropolitana, el número sería mayor. Además, el estudio anterior del OIC, de 2010, había detectado sólo 81 disquerías. O sea que se abrieron más locales mientras, paradójicamente, la industria se digitaliza para sostenerse.
Acción recorrió algunas de esas disquerías y, además de notar los distintos perfiles (tangueras pensadas para el turista, de usados, de música indie, para coleccionistas, generalistas, de cumbia y chamamé, de música cristiana) que impiden trazar una única línea para describirlas, charló con sus dueños, con los músicos que buscan acceder a esos puestos de venta y también con los compradores.
«Una disquería sobrevive vendiendo», advierte Darío Raris, como si no hubiera otra verdad. Pero lo cierto es que en Cactus Discos, su propietario rastrea vinilos, CDs y el ocasional cassette para atender el pedido de más de un coleccionista, a la vez que se hace un tiempo para contestar vía telefónica a la pesquisa de tal o cual incunable de 180 gramos. El secreto pasa por hacerse de una clientela fiel de melómanos que no se conforman con los auriculares del celular ni con la oferta de moda de las cadenas. Para eso, algunos se especializan.
Los dueños de Mercurio son músicos que, hartos de no poder comprar los trabajos de sus colegas más que en recitales, decidieron abrir una disquería especializada en la intensa movida independiente. El modelo resultó tan exitoso –en buena medida, gracias al apoyo de otros músicos– que ahora lo replican como franquicia en Córdoba. Una variante copyleft, en la que ellos aportan los contactos y el conocimiento, pero del otro lado no tienen que pagar un canon.
«Si tuviéramos un slogan, sería “escuchalo online, compralo en Mercurio”», afirma Diego Bulacio, más conocido como Villa Diamante, uno de los socios de Mercurio. Y se refiere a la modalidad que eligen las nuevas bandas para promocionar su material, ya sea a través de YouTube, Bandcamp u otras herramientas similares. «Abrir esto no fue un delirio, no había un lugar así», asegura. Su «socia» cordobesa, Lucía Leiva, explica que «las bandas tienen a Mercurio como punto de referencia, y en Córdoba no encontraban dónde poner sus discos».
Es que el acceso a las cadenas es la otra pata que explica la supervivencia de estos pequeños reductos: se convirtieron en el único lugar donde conseguir ciertos materiales. La cantautora Gabriela Echeverría aporta cifras: una distribuidora acepta comprarle sus discos por 18 pesos, cuando a ella producir cada unidad le sale 30. Y cuando llega a la vidriera, se ofrece a 70. «¿Ves por qué abrimos una disquería?», comenta Villa Diamante. Su colega Raris señala que las distribuidoras no suelen tomar ese material y que la venta en shows en vivo ofrece un techo. «¿Cómo venden esas bandas sus discos? Les falta algo», cuestiona, y sugiere que la respuesta se puede encontrar en sus bateas.

Andrés Valenzuela

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