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Alejandro Lingenti

The Last Of Us

Distopía. La historia transcurre 20 años después de la destrucción de la civilización moderna.

Se hablará mucho este año de The Last of Us. Es sin lugar a dudas una de las apuestas más fuertes para esta temporada de HBO Max, una plataforma que produce menos cantidad, pero con un cuidado y una calidad superiores que muchas de sus competidoras directas. La transformación en serie de uno de los juegos estrella de la consola Playstation 3 despertó una expectativa previa a su estreno que, por fortuna, los tres capítulos estrenados hasta el momento no defraudaron.
Cuando apareció el videojuego muchos analistas advirtieron que las narrativas postapocalípticas –las famosas «distopías»– suelen ser una vía de escape y exorcismo existencial en momentos política y económicamente tumultuosos. The Last of Us nació después del impacto de la crisis financiera global de 2008 y su argumento atrapó a los gamers muy pronto con una contraposición evidente: la decadencia de la civilización y la desesperanza de un lado de la trama; la importancia de la familia y de la creación de relaciones a partir de la empatía, del otro. Su creador, el israelí Neil Druckmann, inventó una ficción que podría definirse sintéticamente como un híbrido entre la saga Resident Evil (otro videojuego terrorífico muy exitoso) y la clase de drama íntimo que es moneda corriente en el Sundance Festival creado por Robert Redford, enfocado en el cine para las almas sensibles.
Que Craig Mazin, creador de otro suceso, la celebrada serie Chernobyl, haya sido el elegido para la dirección de The Last of Us es a todas luces un acierto: a ese antecedente ilustre hay que agregarle su propia experiencia como gamer. Mazin conocía a la perfección el espíritu del videojuego que inspiró esta serie de HBO y logró conservarlo intacto al menos es el inicio de esta ficción que arranca en un estudio de televisión de los Estados Unidos cuando dos epidemiólogos debaten sobre las probabilidades reales de una pandemia global, una conexión evidente con el presente. Uno de esos especialistas sostiene que un hongo llamado Cordyceps, capaz de infectar hormigas y controlar su mente convirtiéndolas en algo bastante parecido a los zombis, podría afectar a los humanos si hubiera un aumento importante de la temperatura global, otra señal que vincula a la serie con la actualidad.
Es el prólogo de un desastre que en esta ficción explota muy rápido: la aparente tranquilidad en el planeta desaparece de golpe y la historia empieza a avanzar en un escenario muy complicado, con caóticas zonas de cuarentena gobernadas por un régimen autoritario que condena a muerte a quien desafíe sus reglas y un grupo de resistencia (Las Luciérnagas) que intenta derrocarlo.
Pero los protagonistas centrales de la serie son Joel (el chileno Pedro Pascal, estrella de The Mandalorian), Tess (Anna Torv, actriz australiana conocida por su papel en Fringe, otro producto para amantes de la ciencia ficción) y una jovencita que esta pareja de héroes de a pie decide proteger porque se infectó con ese hongo maldito pero curiosamente no se transformó en un zombi asesino, el rol de la ascendente Bella Ramsey, una británica de 19 años que ya brilló en Game of Thrones y la gran película de Lena Dunham Catherine Called Birdie (disponible en Amazon Prime Video). De ellos, sostenidos sobre todo por la fe y el instinto de supervivencia, depende el futuro de la humanidad. Son luchadores que están en clara desventaja en un entorno dramático e imprevisible, como en Soy leyenda, como en La carretera, como en toda la tradición literaria y cinematográfica que ya nos viene prefigurando hace bastante un destino que no precisamente feliz.
Sin embargo, la lucha por la supervivencia pura y dura –uno de los vectores principales de la serie– queda transitoriamente de lado en el capítulo tres, que ha despertado polémicas encendidas en las redes sociales apenas se estrenó. Los dos hombres que lo protagonizan están bajo el mismo riesgo que todos los humanos que aún no fueron contagiados por los persistentes zombis. Pero lo central en ese episodio es la historia de amor que los une, sobre todo porque el sacrificado personaje de Nick Offerman (el mismo de la serie Parks and Recreation) sorprende con una sensibilidad que no es fácil de sospechar en un hombre recio y con modales de votante de Donald Trump.
Están quienes celebran la decisión de los guionistas y quienes la desprecian por considerarla un simple oportunismo. Sin plegarse a ningún juicio categórico, es justo decir que la serie pierde algo de ritmo y de misterio en todo ese tramo. En verdad, la tensión por el asedio zombi no desaparece completamente, pero sí se atenúa porque lo relevante pasa a ser la idealización de una intimidad que funciona como eficaz refugio en un entorno tan hostil. Pero también es cierto que en el fondo el tema sigue siendo el mismo: si en algo hace hincapié The Last of Us es en que vale la pena estar vivo siempre y cuando haya alguien que sea testigo y referencia.

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