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Atravesar el dolor

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Valeria Tentoni

Quebranto
Juan Diego Incardona
Interzona
120 páginas

Duelo. «Si los lectores no lloran, siento que fallé», dijo el autor en la presentación del libro.

«Como si la escritura fuera un recuerdo que había olvidado en algún trauma, pero que ahora volvía lentamente», el narrador argentino Juan Diego Incardona regresa con un libro nuevo, Quebranto, que navega las dolorosas y profundas aguas del duelo. Editado por Interzona, casa editorial que desde hace años cobija sus obras, esa pieza viene a conversar y quizás a cerrar como broche de oro una serie que tiene por escenario el Conurbano bonaerense y cuenta con títulos como El campito, Las estrellas federales, Rock Barrial y Villa Celina.

Es precisamente en esa localidad del partido de La Matanza donde se desarrolla esta serie de cuentos enhebrados por una experiencia detonante: dos muertes sucesivas que arrojan al narrador a una orfandad total y, precisamente, en un momento muy particular de la historia argentina: las semanas en las que se definía la consagración de la selección nacional comandada por Lionel Messi en el último Mundial, que desató fiestas interminables en todas las calles y hogares del país. ¿Cómo estar triste mientras todo el mundo está feliz?, parece haberse preguntado Incardona mientras avanzaba, página a página, en una escritura que, según cuenta, lo hundió en una gran depresión a la vez que le devolvió, de algún modo, la libertad de respirar.

Con tapa y contratapa de Ariel López V., el libro se abre con una escena que impone silencio: en una sala de terapia intensiva, Celina  –«Celina de Villa Celina», maestra adorada y madre guía de un familión que se desmorona tras su partida, comenzando por su esposo– abandona la vida tras mucho sufrimiento. Es Juan Diego quien la acompaña, mientras los televisores transmiten goles y celebraciones. Comienza entonces un derrotero que el protagonista atravesará escoltado por otras voces familiares, en testimonios que permiten contar la misma historia desde diversas aristas. La plasticidad de la pluma del autor es capaz de hospedar los más diversos registros, las incontables modulaciones de la pena, en la fe de que el dolor es un canto que se expresa a coro. Y que ese es, quizás, el único modo de combatir el veneno de la melancolía.

Siguiendo una línea que se repite en todas sus obras, la novela de aventuras será la base incluso para contar algo tan terrible como esta pérdida. Así, Juan Diego atravesará distintos escenarios y desafíos, e invocará a sus seres queridos al otro lado de la muralla de la muerte de sus padres para que lo acompañen. En diálogo con algunos cuentos clásicos de la literatura universal que Incardona trabaja en sus propios talleres de escritura, y también con clásicos nacionales como El eternauta (en relatos como «Una débil luz de trasmundo»), las andanzas nocturnas y fantásticas del protagonista lo reunirán, incluso, con personajes de sus libros anteriores.  

El laberinto se abre y se cierra de modos insospechados, y Juan Diego lo explora acorazado por una valerosa caravana que cosecha en el camino y alivia su pobre corazón entristecido. «Es un libro para llorar. Si los lectores no lloran, siento que fallé», dijo el autor en la presentación, en la Casa de la Provincia de Buenos Aires, un poco en chiste, un poco en serio. Habría que pensar entonces en los distintos modos de lagrimear, en especial el modo en que conmueve este sujeto entrañable, que busca «entreverarse con la oscuridad» para «hacer lo que hacen los fantasmas: deambular, llorar, temblar de frío; recordar, alucinar, llamar a alguien; aparecer, desaparecer, estremecer el aire».

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