12 de julio de 2023
«Hay una presión social para mantenerse joven», dice el médico y psicoanalista. El caso de Silvina Luna, los ideales de belleza y la mala praxis.
Foto: Jorge Aloy
La gravedad en el estado de salud de la modelo y actriz Silvina Luna, a raíz de una mala praxis en una cirugía estética, abre múltiples interrogantes en torno al innegable lugar que ocupa la imagen y la estética en el mundo de hoy. Juan Eduardo Tesone, médico y psicoanalista, integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y psiquiatra de la Universidad de París XII, explica en esta charla la idea del cuerpo como construcción a partir de las transformaciones que a gusto y demanda se pueden operar en él. «Asistimos cada vez más a una belleza plástica», afirma, a la vez que analiza sus causas y posibles consecuencias.
–¿Qué reflexión hace sobre lo que le pasa a Silvina Luna o a otras personas que atraviesan graves problemas de salud como consecuencia de intervenciones estéticas?
–Para mí es muy difícil personalizar, pero me parece que muchas veces la gente no mide el riesgo de lo que implican las cirugías. Por otro lado, es probable que haya cirujanos que no asuman del todo su responsabilidad. No digo que sea el caso, pero no es la primera vez que ocurre este tipo de cosas.
–Hay indicios de que ya en el siglo VII a. de C. los hindúes se hacían injertos. ¿A qué responde esta necesidad de transformar el propio cuerpo?
–Creo que la angustia ante el envejecimiento y la muerte forman parte de la condición humana y esto es eterno. «¿Cómo voy a existir no siendo joven y vital?». La ilusión de la eternidad y la juventud eterna es un viejo mito que nace con el ser humano. Por otro lado, creo que en la sociedad actual no ocurre lo que ocurría en otras épocas donde la vejez se valoraba, donde los sabios transmitían un saber, un conocimiento. Ahora la vejez no se valora y esto genera una situación laboral muy angustiante para la gente que trabaja con su imagen porque teme, a partir de cierta edad, quedarse sin trabajo. Entonces hay una presión social y laboral para mantenerse supuestamente joven. Esto lleva a intentar ciertos procedimientos que no siempre están comprobados científicamente o incluso, si lo están, a veces no salen bien.
–Entonces en la demanda de intervenciones estéticas, quirúrgicas y no quirúrgicas, pueden confluir la presión interna de la juventud eterna y la social…
–Sí, yo diría la presión social del capitalismo, donde el cuerpo es un producto más. Cada vez asistimos más a una desnaturalización de los cuerpos. Es como que una cosa es el cuerpo con el que se nace y otra el cuerpo que uno quiere producir de uno mismo, como si el cuerpo fuera modelable a piacere. Y esto tiene sus límites, que creo que el ser humano a veces no acepta.
–En un texto suyo, usted habla de la diferencia entre el organismo o soma y el cuerpo.
–El organismo es con lo que nacemos. El cuerpo es la representación que uno tiene de su propio organismo, que no es lo mismo. El cuerpo es una concepción imaginaria del ser humano, no es algo que responde a lo real y ese imaginario puede, de alguna manera, trasladarse a cómo quiero ser, qué quiero lograr. Con las modificaciones de la ciencia, que yo no sé si llamarlo avances, uno puede producir muchos cambios en su cuerpo. Algunos que son sumamente positivos que no tienen que ver con una noción de belleza, sino con la sobrevida, como los trasplantes. Después están los que posibilitan la reproducción e incluso las transformaciones de la identidad sexual.
–En ocasiones, quienes se someten a intervenciones estéticas mencionan que lo hacen para sentirse más seguros. ¿Cuál es su mirada?
–Si uno se percibe feo y piensa que con tal procedimiento quirúrgico o no quirúrgico va a estar más lindo, pienso que esa perspectiva le da una ilusión de sentirse más seguro. Después habrá que ver si eso se lo brinda o no. Creo que hay que diferenciar entre la cirugía reparadora y la plástica. La cirugía plástica, como su nombre lo indica, es plástica. Se pretenden otro tipo de cosas y me parece que en la actualidad asistimos a una belleza plástica y sabemos que el plástico poluciona el mundo. Esto tiene que ver con el cuerpo como producto de consumo.
–¿Cuándo esta búsqueda se convierte en algo problemático?
–Creo que la problemática comienza cuando este tipo de intervenciones ponen en riesgo la vida o el cuerpo de las personas. La línea divisoria de esto es difícil de establecer porque hay procedimientos aparentemente anodinos, como por ejemplo el bótox, que a veces pueden producir un problema alérgico o parálisis facial. Hay una persona francesa que se hizo operar no sé cuántas veces. Entonces ahí sí podemos estar ante, yo diría, una mirada muy loca de sí mismo, ¿no? Hay procesos en los que la persona cree que se embellece. A mí me ha pasado de ver a una persona operada y en realidad parecía una máscara mortuoria. Yo dudo mucho que eso embellezca. Platón decía que la belleza horroriza y fascina. Las dos cosas.
–Ahí entra en cuestión la concepción de belleza.
–La noción de belleza es muy variable, fuertemente cultural y epocal. No es la misma para la cultura de nuestros pueblos originarios que para los inmigrantes europeos. Por ejemplo, las bellezas del Renacimiento eran redondeadas, con formas. No es lo mismo que actualmente. Esto creo que impulsa a muchas chicas, a muchas mujeres jóvenes a la anorexia. Hoy los algoritmos determinan lo que se supone es la belleza.
–¿Cómo impactan estas nociones en las subjetividades y autopercepciones?
–Cada uno se va creando un ideal de belleza que corresponde a los cánones sociales y en parte a lo que la persona quiere de sí misma. Entre las operaciones más comunes está la de las personas que tienen una nariz más prominente y quieren modificarla. Están las transformaciones de la identidad sexual donde la persona se autopercibe distinta y quiere poner su cuerpo en armonía con su autopercepción. Diana Maffía dice que lo importante es lograr un cuerpo vivido como tal. El único punto problemático sobre la transformación es pensar que porque uno transforma su cuerpo va a ser feliz, dado que, a mí modo de ver, la felicidad no existe como estado.
–¿Cuán posible es escapar a esos ideales hegemónicos y autoaceptarse?
–No sé si en un cien por ciento porque siempre uno quiere ser un poco distinto. La insatisfacción es propia del ser humano. Uno nunca está pleno, nunca está completo. Siempre hay un resto de insatisfacción. Sartre lo llamaba angustia existencial. La completud no existe. Para el psicoanálisis, uno está escindido entre la conciencia y el inconsciente. El ser inconsciente que está en uno, uno no lo conoce del todo. Lo va conociendo de a poco pero nunca del todo y a veces no tiene nada que ver con el personaje que uno quiere ser. Uno nunca está satisfecho plenamente consigo, y no está mal, porque si no sería de un valor narcisístico insoportable.
–En relación con las intervenciones estéticas, siempre se abre un debate entre quienes las rechazan por considerarlas una forma más de opresión y dan una batalla contracultural y quienes defienden la libre elección sobre los cuerpos. ¿Cuál es su análisis? ¿Hay grises?
–Yo pienso que sí. Un adolescente que tuve en tratamiento se quería hacer un tercer tatuaje y le pregunté si los padres estaban de acuerdo. Me respondió: «El mes que viene cumplo 18 y hago con mi cuerpo lo que quiero». Y es así. Uno puede hacer con su cuerpo lo que quiere, incluso matarse. Ahora, qué parte existe de un imperativo social y qué parte, de un deseo personal, es difícil de decir. Creo que es una conjunción.
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