16 de mayo de 2023
Tras 20 años en el poder y en medio de la crisis económica, Recept Erdogan enfrentará a una oposición unida en un comicio con fuerte impacto geopolítico.
Estambul. El presidente fue el vencedor de los comicios del 14 de mayo, aunque por un margen insuficiente para evitar el balotaje.
Foto: Télam
Turquía tuvo este domingo elecciones y como ninguno de los contendientes obtuvo más del 50% de los votos, habrá balotaje el 28 de mayo. Fue una elección dramática, que tuvo en vilo a los turcos –y a los muchos países extranjeros para los cuales Turquía es o puede ser un actor de peso– hasta la madrugada. Aunque aún faltaba el lunes contar algunos votos (menos del 1%, pero sobre todo caudal que venía del exterior y según el oficialismo lo favorecería), el resultado del Consejo Supremo Electoral (YSK) arrojó un 49,4% para el presidente Recep Tayyip Erdogan y un 44,96% para su rival más próximo, Kemal Kilicdaroglu.
Erdogan ganó cada vez que se presentó a elecciones desde comienzos de siglo. Su Gobierno puede definirse como nacionalismo conservador y promusulmán. Ahora se presentó nuevamente por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkınma Partisi, o AKP).
En tanto, su contrincante fue una unión de media docena de partidos furiosamente anti–Erdogan, desde la izquierda (que gobierna las ciudades de Estambul y Ankara) al nacionalismo de derecha e islamista, pasando por la oposición kurda. Se juntaron en una coalición llamada Millet İttifakı (Alianza de la Nación) conducida por Kilicdaroglu, líder del Partido Popular Republicano (CHP), como candidato a presidente. Este dirigente, al que los medios definen como socialdemócrata, ya fue derrotado varias veces por Erdogan.
Turquía es una gran potencia. Tiene 86 millones de habitantes (62 millones estaban habilitados para votar este domingo) y tanto como esa población, también su Producto Bruto Interno duplica al de Argentina, con más de 800.000 millones de dólares y ubicado en el puesto 21º del mundo en valores absolutos, o el puesto 11º si se lo toma por paridad del poder de compra.
Se puede decir que Turquía tiene el rango de potencia mediana y un lugar muy estratégico del planeta, a caballito entre Europa y Asia, es decir en el corazón euroasiático, y con influencias que se extienden hacia un lado y otro y llegan al norte de África. Es, además, miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y viene negociando su ingreso a la Unión Europea (UE) desde 1999, tras un primer pacto aduanero limitado, aunque la cuestión religiosa y de derechos humanos y el hecho de que Chipre, en conflicto con una Turquía que posee la mitad de la isla, ya sea miembro del bloque han dificultado los avances para ingresar a la UE todos estos años.
Escenario hiperpolarizado
Mirando hacia el Oriente, Turquía ha expresado que también quiere asociarse a la Organización de Cooperación de Shanghai, donde tallan países como China, Rusia, India, Pakistán y otros y de algún modo confrontan –sin ser una organización militar– con la OTAN, lo que habla de la complejidad del lugar geopolítico que ocupa Turquía, que antaño, durante el Imperio Otomano, fue un jugador central del tablero euroasiático hasta su derrota en la Primera Guerra Mundial. Tras ese largo período imperial, en 1923, hace justo cien años, nació la primera república laica, liderada por Mustafá Kemal Atatürk.
Este domingo los turcos votaron en un escenario político híperpolarizado. Y con un escenario de crisis que tiene varias aristas: la inflación (en torno al 80% desde el inicio la guerra en Ucrania hace quince meses, al otro lado del Mar Negro) y la depreciación de la lira turca, las secuelas de la pandemia, la presión que generan corrientes migratorias de refugiados y desastres naturales. En especial se sintió el impacto del voto de, por un lado, unos seis millones de jóvenes (7% del padrón) que solo conocieron la Turquía de Erdogan y, por otro, de quienes viven en las provincias del este, que representan un tercio de la población y fueron golpeados por terremotos a principios de año, los cuales dejaron como saldo unos 46.000 muertos y una gran destrucción de infraestructura. Son regiones tradicionalmente oficialistas, pero ahora el presidente, que busca una nueva reelección, pagó el precio de esas crisis, que le valieron no pocas críticas a las gestiones de su Gobierno.
Fronteras afuera de Turquía, también «se votó». En Europa siguieron muy de cerca el tema electoral por los cambios que puede significar su resolución. La UE cuestiona lo que considera restricciones democráticas y violaciones a los derechos humanos en Turquía, pero a la vez ese país es un socio estratégico que entre otras cosas sirve como gestor del flujo inmigratorio e interminable por las guerras en Medio Oriente, en especial de Siria.
Y en Estados Unidos, su posición aún más crítica al presidente empujó a muchos turcos a cerrar filas con el oficialismo, cansado del injerencismo norteamericano. Es notoria la presión que ejerce la OTAN, por ejemplo, para que Turquía confronte con Rusia en la guerra que tiene como epicentro a Ucrania. Hasta ahora el Gobierno con sede en Ankara no se sumó a las sanciones contra Moscú, por ejemplo. Ello ha llevado, indirectamente, a que Grecia se sume a esos reclamos con un discurso antiturco, todo lo cual blande sentimientos nacionalistas en Turquía.
En cuanto al mundo árabe, Erdogan ha ido acercando posiciones –pese a las diferencias de antaño– con el Gobierno de Siria, donde hay tropas turcas ocupando territorio, y se acercó a países como Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos o hasta Israel. Todo ese complejo mapa que mira cómo sigue la realidad política de Turquía. Todo se definirá por primera vez en su historia en un balotaje, a fin de mes.