Opinión

Pedro Saborido

Escritor y humorista

La herencia de Borges

Tiempo de lectura: ...
Ilustración: Hugo Horita

Dos familiares lejanos de la última esposa de Borges se llaman por celular. 
–Hola Martha, ¿todo bien? 
–Sí. ¿Vos? ¿qué onda? 
–Bien. Me reuní con el escribano Zanetto. 
–Buenísimo. ¿Nos toca algo de derechos de autor, de la biblioteca…?
–Errr… no. Nos tocaron cosas del depto. Fuimos a ver…
–Uh… ¿Están buenas por lo menos?
–Dos wafleras, un sillón, un turbo, seis ollas y un placard.
–Bueno… No serán los derechos, pero algo le sacamos. Lo podemos meter a remate. Ya si ves en Mercado Libre «Waflera de Borges», puede andar. Tiene que certificarla Zanetto, para eso es escribano. 
–Sí. Y hay un par de cosas más. El placard está buenismo. Yo lo vendería por separado. «Placard de Borges». Le sacaría los espejos.
–Los espejos por separado. Está bien. Así les podemos sacar unos mangos más. 
–Yo digo porque me los pienso quedar. Son espejos de Borges. Estos son espejos que son puertas de acceso a otras realidades. A mundos paralelos.
–¿Qué decís?
–De veras. Yo abrí el placard y cuando vi el espejo, me puse a bailar imitando a Shakira, para romper las bolas. Después hice un poco de Robert De Niro en Taxi Driver… «¿Ar iu toquin tu mí?». 
–Te sale igual.
–El escribano me dijo lo mismo. Y justo cuando el escribano Zanetto me dijo eso, mi reflejo puso medio una cara de «Mas o menos», moviendo la cabecita. O sea: el reflejo hizo otra cosa. Y el reflejo de Zanetto medio que lo contradijo: «Para mí lo hace igual, aunque cuando bailo como Shakira me gusto más». Y se puso a bailar y a cantar como Shakira también. 
–¿Los reflejos eran otra persona? ¿Se movían así, independientes de ustedes?
–Sí. Nos explicaron que eran una realidad paralela. Y nos hicieron pasar al departamento paralelo. Era muy parecido, pero no era la casa de Borges. O sea… sí era de Borges. Pero nunca vivió ahí. Lo alquilaba. Tenía muchos departamentos Borges en esa otra realidad.
–Ah, había hecho guita.
–Sí. Porque en la otra realidad Borges había sido un relator de futbol muy conocido. 
–Pero si no le gustaba el fútbol… y era ciego.
–En ese mundo le gustaba el fútbol, aunque había quedado ciego también. Los últimos diez años tenía una asistente que le iba contando el partido en voz baja y el repetía más alto. Esa asistente era María Kodama. Pero la Kodama del mundo paralelo. 
–O sea, que son cosas parecidas, que hay cosas que coinciden.
–Claro. Borges era Borges, pero en esa realidad había sido relator después de haber sido comentarista y todo esto, después de haber jugado en San Lorenzo de Avellaneda. Porque ahí no era de Almagro. Era de Avellaneda. Y Avellaneda no estaba en la provincia de Buenos Aires. Estaba en Uruguay. Porque Uruguay no era un país. Era una provincia… bueno es muy largo…
–Igual ya que me cuentes que Borges fue jugador de futbol…
–Sí. Jorge Luis «Cañonazo» Borges…. Tremendo cómo le pegaba a la pelota. Goleador. De pibe le había tirado leer y escribir. Pero el fútbol lo pudo. 
–¿Qué obviedad no? Un espejo que refleja a Borges como futbolero cuando el que conocimos en esta dimensión odiaba el futbol. Debería ser peronista entonces.
–Hay un Borges peronista. Peronista y sindicalista. Hugo Borges, de Camioneros. Casado con Evita Kodama. Pero es de otra dimensión.
–¿Hay más dimensiones?
–Sí, porque hay otro espejo en el placard. Cuando los dos espejos se reflejan entre sí, se multiplican.
–¡Claro! Yo uso ese truco para mirarme de costado en el botiquín.
–¡Exacto! Entonces, como se multiplican hasta el infinito, también se multiplican al infinito las dimensiones. En esas hay otros Borges: Quique Borges, plomero. Borges, odontólogo; Bjon Borges, tenista. Hay infinitos reflejos, infinitas puertas, infinitos Borges. Algunos que nacieron hace muchos años. Otros que nacieron mucho después. Incluso, muchos de esos, viven. 
–Uy. ¿Hablaron con alguno?
–Sí. Encontramos uno que también es escribano. Así que Zanetto aprovechó para hablar del asunto herencia y ver si le sacábamos algún yeite que nos sirva. 
–¿Tiró alguna punta?
–No mucho. Empezó a explicar que la herencia es un reflejo torpe y ambicioso del amor. O de distintos amores: 
Amor por el que recibe la herencia. No tendrá su afecto o su abrazo. Pero tendrá beneficios materiales.
Amor por eso que deja en herencia. Se asegura con alguien en quien confía, que su obra, su empresa, su dinero, sus propiedades, sigan existiendo y apostando a que el heredero cuide de todo eso.
Amor a uno mismo. Prolonga su propia vida a través de esa trascendencia material custodiada por otros. El «legado».
Obvio que el amor es a su vez un flete cargado de otras herencias: formas de ser, valores, mandatos, características genéticas. Y esa parte autoritaria del amor de los adultos a los niños: hacerlos vivir cosas muchas veces hermosas, pero casi siempre decididas por ellos. Cuando nacemos no decidimos si nos van a amar. Y si lo hacen, no decidimos cómo. El amor que recibimos lo podemos buscar, pero siempre lo decide otro. El amor es stalinista, nos dijo. Seguro este Borges escribano también era anticomunista. 
–Bueno. Supongo entonces que, si Borges amaba leer, seguro que Borges solo amaría la idea de que lo sigan leyendo. 
–Mseé… eso dijo el escribano. Por eso por ahí nosotros no ligamos nada de derechos y eso. Bueno. Te corto, tengo que ir a buscar a Zanetto en una de las dimensiones. 
–¿Se quedó boludeando en una?
–Sí. En una donde Borges es un capo cómico: el Gordo Borges Porcel. Muy famoso. Hizo un par de películas de humor picaresco, como Hola, me llamo Jacinto, vamos a tocarnos en el laberinto y Me llamo Tito, soy chef, y te la pongo en el aleph. Tuvieron mucho éxito de público.

Estás leyendo:

Opinión | Pedro Saborido

La herencia de Borges

Dejar un comentario

Tenés que estar identificado para dejar un comentario.