De cerca | LUCIANO CACERES

«Lo que mejor hago es dirigir»

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Javier Firpo - Fotos: Juan Carlos Quiles

El actor protagoniza y lleva las riendas de Elsa Tiro, una pieza teatral inspirada en la estadía porteña de Eugene O’Neill. Película, serie y tira televisiva en camino.

Foto: Juan Quiles/3estudio

Hace malabares con sus horarios, pero tiene una predisposición que no abunda en el mundo del espectáculo. Entre las funciones teatrales, las grabaciones de una serie, el guion de una inminente tira y la promoción de otra película, Luciano Cáceres no tiene tiempo, pero se lo inventa y si es para una nota, hace lo posible para sacarle agua a las piedras. El actor está sentado en el escenario del Teatro Regio, el mismo espacio en el que en unos minutos se transformará en Eugene O’Neill. Se trata de uno de los personajes de Elsa Tiro, la pieza de Gonzalo Demaría que protagoniza y dirige.
«La obra es uno de esos regalos que te ofrece el oficio, que se empeña en ser tan generoso conmigo. El autor es mi amigo Gonzalo, que me dijo: “Tenés que dirigirla y también protagonizarla, la pensé para vos”. Y no pude negarme. Claro, él sabe que soy un fanático de O’Neill y acá lo interpreto en sus veintipico, cuando estuvo viviendo en Buenos Aires. Se cree que en 1910 llegó como marinero, y se relacionó con una prostituta de la Boca conocida como La Renguita», cuenta. «Gonzalo vinculó esa vivencia de O’Neill con otra investigación que hizo paralelamente, en la que descubrió que la primera película porno de la historia es argentina, muda y en blanco y negro. Se hizo en Quilmes en esa época, se llamaba El Sátiro. A partir de estos dos hechos desconocidos pero sumamente atrapantes, Demaría juega con el título de la porno, como Elsa Tiro. Una locura hermosa que solo a una mente brillante como la suya se le puede ocurrir».
–¿Entonces es verdad que O’Neill vivió en Buenos Aires?
–Estuvo un tiempo, cumplió sus 21 años aquí, frecuentó piringundines y cabarets de La Boca y Barracas. Y, según la investigación de Demaría, estuvo vinculado en la producción de la primera película porno de la historia, que aún se conserva y es bien criolla.
–¿Cómo se pudo constatar ese vínculo entre O’Neill y la película?
–Demaría está convencido de que hay registros que certifican que O’Neill se movía entre personas que estaban vinculadas a la película, en ese entorno que frecuentaba en aquellas noches porteñas. O’Neill siempre estaba cerca de una prostituta, La Renguita, y se terminó enamorando de ella. Ella es una de las mujeres de ese film porno que dura unos cinco minutos, que a grandes rasgos trata sobre un fauno que persigue a un grupo de ninfas.

«Yo comparo la dirección de una obra con la de un partido político. Uno tiene la responsabilidad como cabeza del proyecto de armar un camino común.»

–¿Cómo es el O’Neill que interpretás?
–A decir verdad, yo lo interpreto en dos momentos de su vida. El primero es el joven marinero, que si bien desconoce su futuro exitoso en el mundo literario, se va formando no solo como hombre, sino también como un incipiente poeta. El otro O’Neill que encarno es el adulto, 26 años después, cuando está próximo a recibir su premio Nobel. Pero se encuentra internado en una clínica en Auckland por una apendicitis. Al pasado en la Argentina viaja a partir del momento en que es anestesiado para la operación, y allí se produce un ida y vuelta entre esas dos épocas.
–¿Qué fue lo más difícil como director y protagonista?
–Imaginar cómo la íbamos a contar y a plasmar. Teníamos mucha información, dos períodos bien distintos de un mismo personaje, que no tenían nada que ver uno con el otro. En la previa a los ensayos me costaba imaginar cómo íbamos a recrearlo todo. También me resultaba poco claro el traspaso del melodrama al realismo, el cine mudo de la pelicula porno, el uso de la luz: muchas escenas tienen un encuadre cinematográfico. Pero nunca desesperé.
–Tuviste libertad para crear.
–Fue pura experimentación, pero al mismo tiempo se dio un predomino de lo lúdico. Si alguien me pregunta de qué va Elsa Tiro, yo respondo que habla de la representación, no solo de los personajes que aparecen en escena, sino de los personajes que uno tiene que habitar en la vida. Me refiero a los roles de ser padre, ser hijo, ser profesional. Y en este gran juego el espectador se vuelve cómplice, porque de alguna manera deja de ser público para transformarse en aliado de esta ficción dentro de otra ficción que se va recreando en la obra.

–¿Cuán importante es el vínculo con Demaría? Ya compartieron seis trabajos, entre los que se destacan El cordero de ojos azules, 40 días y 40 noches y Pequeño circo casero de los hermanos Suárez.
–Es fundamental trabajar con alguien con quien sintonizás. Con Gonzalo tenemos una amistad que surgió después de conocernos laboralmente en el año 2000, trabajando en una obra de Helena Tritek, El pobre hombre. Fue mi primer trabajo en el teatro San Martín como actor y él se encargó de la composición musical. Desde entonces construimos una amistad y nos fuimos acompañando, yo en sus obras y él en mis ensayos: fue testigo de mis primeros pasos como director, hasta que empecé a dirigir sus obras.
–¿Mejora la producción el saberse rodear?
–Es muy positivo trabajar con buena gente, primero, y buenos actores después. En Elsa Tiro tengo a dos compañeras de primera, Josefina Scaglione y Alejandra Radano, que son una red, son mi sostén. Las conozco bien, sé lo comprometidas que son con el laburo y cuando vi qué tipo de obra tenía en mis manos, no dudé un segundo: eran ellas.
–Hablabas de «experimentación» y «juego» a la hora de referirte a la obra, ¿ayuda o perjudica no tener todo claro?
–Yo como director tenía que tener todo claro. Probablemente, al comienzo de los ensayos, Josefina y Alejandra no, por eso ellas me decían «esto exige demasiada imaginación». Desde el vamos tuve las ideas claras, pero tenía que bajarlas con la sencillez necesaria para que el elenco las pudiera asimilar. No es una tarea fácil para el director lograr la credibilidad y el consentimiento de la tropa. Y a la vez es clave guiarla para tenerla como cómplice.
–La dirección es una labor más abarcativa de lo que se podría suponer.
–Yo comparo la dirección de una obra con la de un partido político. Uno tiene la responsabilidad como cabeza del proyecto de armar un camino común, para que todos lo transitemos de igual manera y lleguemos al mismo objetivo. Cuando no hay un director claro, cuando no hay un dirigente que construya, en ese camino algunos permanecen, pero muchos no llegan y otros se caen.

«Si bien quedó resentida la ficción tras la pandemia, de a poco se está volviendo a mover el engranaje y en mayo vuelvo con una nueva ficción, Chicos malos.»

–¿Sos mejor actor o director?
–Creo que lo que mejor hago es dirigir. Me fascina estar en todos los roles que tienen que ver con el teatro. Desde la textura de una tela, pasando por el color de la pintura del decorado, el tipo de luces y, obviamente, la hechura de la trama. La dirección es el lugar ideal para mí dentro del mundo teatral, porque disfruto estar en un gran problema, porque dirigir es solucionar problemas. Después, como actor, siento que soy un tipo responsable, laburante, cumplidor. Obedezco y me dejo dirigir, pero como intérprete me siento más limitado.
–¿El director que llevás adentro es más joven que el actor?
–No te creas. Tengo 46 años y hace 26 que dirijo. Ya soy un viejo director de teatro, arranqué casi al mismo tiempo que mi etapa profesional como actor. El 2000 es el año de mi lanzamiento, que fue en el San Martín. Quizás el director tiene menos trabajo que el actor, que labura mucho todo el tiempo. Como realizador tengo un interés más acotado, ya que prefiero dirigir obras que no son comerciales, que pertenecen al circuito oficial o al independiente.

Varios frentes
«Volvimos a la ficción con mi amigo Ludovico Di Santo», anunció Cáceres a principios de abril en su Instagram. De esa manera daba a conocer su regreso a la televisión, un ámbito en el que, desde 1998, cuando arrancó con Gasoleros, tuvo una presencia constante. «Celebré la posibilidad de volver a trabajar con Ludovico, con quien compartimos los set de Operación México y El jardín de la clase media y, por supuesto, la recordada tira El elegido. Ahora nos reencontramos en Frágiles, una serie de Flow que empezamos a filmar, dirigida por Diego Palacios, que nos pensó acertadamente como hermanos. ¿Quién diría que no nos parecemos?».
–¿Cuál es la historia de Frágiles?
–Es un thriller apocalíptico en el que dos hermanos inseparables, Eugenio y Camilo, viven en un pueblo remoto de la Argentina. Ellos tienen una buena relación hasta que uno empieza a tener problemas serios, a desvariar, a tener delirios místicos. Y ese lugar, que parecía una tierra prometida, se convierte en un resguardo para una secta. A partir de allí, empieza a haber una serie de asesinatos llamativos. Me prohibieron contar más, no puedo spoilear. Solo puedo decir que la historia va y viene al cabo de veinte años e irrumpen secretos del pasado que ponen en peligro el vínculo fraterno.
–¿Por qué se llama Frágiles?
–Porque habla de gente necesitada, vulnerable y dependiente, que se apega a un supuesto salvador que, finalmente, se apropia de esa vida. Es algo muy de estos tiempos, en los que las sectas y ciertas religiones se aprovechan de la fragilidad de cierta gente que está al borde, que camina por la cornisa ya sea por enfermedades, adicciones o, simplemente, por soledad.

Foto: Juan Quiles/3estudio

–¿Extrañás los tiempos en los que había tres o cuatro ficciones diarias en la televisión?
–Los tiempos cambiaron, pero soy un afortunado porque formé parte de las pocas ficciones que se hicieron en los últimos años. Estuve en la primera temporada de Argentina, tierra de amor y venganza y ahora volví, con mi comisario Salaberry, en los primeros capítulos de la segunda temporada. Luego fui parte del elenco de La 1–5/18, la tira que nos permitió volver a la ficción después de un año y medio de vacío televisivo por la pandemia.
–Con
La 1–5/18 te ganaste un Martín Fierro.
–Sí, por mi rol de Sebastián Alvarado, el médico que vive con su familia acomodada pero trabaja en una salita de primeros auxilios en el medio de la villa.
–¿Cómo describirías la situación actual de la ficción?
–Si bien quedó resentida después de la pandemia, de a poco se está volviendo a mover el engranaje y en mayo vuelvo con una nueva ficción de Pol–ka. Empezamos a grabar Chicos malos, que tiene un guion interesante y un personaje que me resulta atractivo: soy el padre de una chica que forma parte de una banda que está obligada a delinquir.

«Lo que pasa con el artista argentino es que lo deja todo para demostrar que está a la altura de los mejores. No necesita el confort que tienen en otros países.»

–¿Hay un público para la televisión de aire?
–Hay un nicho que todavía busca su tira a la hora programada. Y también existe otro segmento importante que las sigue en las plataformas on demand. Pero es difícil la subsistencia de la ficción, cuesta mucho producir, entonces los canales prefieren un reality show o un magazine con panelistas, que es más sencillo y se resuelve más rápido y vale mucha menos plata. Tampoco se puede dejar de lado la pauta publicitaria, que en muchos casos marca el contenido de la televisión.
–¿Tus colegas extranjeros te preguntan cómo es trabajar en este contexto del país?

–Ya estoy acostumbrado a que cada vez que viajo me pregunten: «¿Cómo es actuar en una crisis constante?». No pueden creer que trabajemos en una obra de teatro por un viático o hagamos una película casi gratis.
–¿Sentís que el actor argentino trasciende fronteras?
–Lo que sucede con el artista argentino, en cualquier especialidad, es que lo dejará todo y demostrará que está a la altura de los mejores. Nosotros estamos más curtidos, hacemos teatro independiente donde sea, encaramos proyectos con todo en contra y no los dejamos a mitad de camino, al contrario: no necesitamos del confort que por ahí tienen en otros países.

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