26 de marzo de 2023
A pesar de su bajo perfil, en tres décadas de carrera la actriz se ha destacado en cine, teatro y televisión. La obra que encaró desde la autogestión.
La risa es un sello distintivo de Valentina Bassi. Con su boca grande, singular, muestra sus dientes chiquitos y se le achinan los ojos, escena que se repite una docena de veces en el encuentro con Acción. Parece una muchacha de treintipocos, pero está en el umbral de la quinta década de vida. «Me miro al espejo y digo: “Valen, ¿ya tenés cincuenta?”. Y sí, pero estoy bien, me veo bien, con proyectos, con futuro y con añitos encima», dice sonriente la actriz chubutense que por estos días protagoniza Los gestos bárbaros, una obra que hace foco en los vínculos familiares. Luego del receso veraniego, la pieza vuelve a subir a escena en la sala Hasta Trilce.
«Es una historia sobre las actitudes feroces y poco civilizadas que todos tenemos, porque todos tenemos un animal salvaje dentro que cada tanto aflora», grafica la intérprete, que motorizó el proyecto de la pieza escrita por Juan Ignacio Fernández y dirigida por Cristian Drut. «A partir de Más allá del espejo, un documental que estaba viendo en mi casa sobre el caso de tres personas con una enfermedad cognitiva, se me ocurrió mandarle el link con el documental a Drut, acompañado de una pregunta: “¿Ves aquí el pilar de una obra de teatro?”. A los dos días me dijo que sí, que sin duda. Y así fue que nos pusimos a bosquejar ideas con él y con Laura Novoa, amiga y parte del elenco. Esto sucedió en 2019 y el proyecto estaba previsto para el año siguiente, pero la pandemia arrasó con todo y la obra permaneció en stand-by, hasta que pudimos reflotarla y llegar a un escenario».
–¿Se llama Los gestos bárbaros por esas «actitudes feroces y poco civilizadas» que mencionabas?
–La obra habla sobre las disfunciones familiares y sobre la incapacidad de amar y de relacionarse. Se hace foco en la maternidad, en dos madres que nunca han sabido amar a sus hijos, que reconocen que no los han querido tener y que no han sido deseados. No entienden qué es el instinto maternal, a ellas no les pasó nada al dar a luz o más bien les pasó de todo. Por supuesto que Juan Ignacio Fernández escribió una obra monstruosa pero en clave de humor, de lo contrario sería insoportable. Cuando leí el guion no podía parar de reír por las atrocidades que dicen los personajes, son madres que no tienen frenos y les vomitan todo a sus hijos.
«Que la obra sea un contenido propio le da hasta otro valor. La concepción es muy distinta que cuando llegás a formar parte de una pieza que camina sola.»
–¿Cómo es Emilia, tu personaje?
–Es una hija no querida, una mujer que vuelve a la casa familiar de la cual se había ido huyendo, sin dejar rastros. Pero en el camino de regreso sufre un accidente que le hace perder parcialmente la memoria. Hay que decir que su retorno provoca un profundo malestar hogareño, sobre todo en su madre.
–¿Hay «gestos bárbaros» en ella?
–Sí, en cada uno de los personajes hay gestos bárbaros, ferocidades, entripados, broncas, tabúes. En todos hay una violencia contenida, mi personaje no es la excepción.
–¿Qué es lo que más te seduce para hacer la obra?
–Su incorrección, su locura, su acidez y su sarcasmo. Es una obra explosiva. Me cansé de hacer obras políticamente correctas. Acá se habla de una maternidad no deseada, de un vínculo madre e hijos dinamitado. Pero también me sedujo que sea una obra nuestra, producto de la autogestión.
–¿Cuánto cambia que una puesta teatral sea creada por la iniciativa propia?
–Todo. Que sea un contenido propio, nuestro, le da hasta otro valor. Una vez que conformamos el grupo con el dramaturgo, el director y los actores, cada uno fue poniendo su granito de arena. La concepción es muy distinta que cuando llegás a formar parte de una pieza que ya camina sola. Nosotros empezamos a ensayar solo con tres escenas escritas y después, entre todos, fuimos empujando hasta llegar aquí.
–Así como descubriste este material casi sin querer, ¿sos una actriz que, dentro de su cotidianeidad, está a la búsqueda de proyectos?
–Estoy siempre atenta, a la caza, buscando. Soy curiosa, escucho mucho y a veces me pasa con mis amigas que, mientras me están contando alguna anécdota, en mi imaginación ya la estoy transformando en una escena teatral. Es inevitable, es una deformación profesional.
Marco audiovisual
Nacida en Trelew, Bassi tiene un amplio recorrido televisivo. Después de lograr cierto prestigio con Mi mamá me ama y Nueve lunas, ganó popularidad con Primicias, Soy gitano y Verdad/Consecuencia. Y en la actualidad integra el elenco de El hincha, la serie de Alejandro Ciancio (El Marginal) que se puede ver por Flow. Allí interpreta a Nancy, quien está a cargo de un taller de confección que depende de la barrabrava de un club del ascenso. «Mi personaje es el último orejón del tarro en la hinchada, pero voy a pelear por mi tajada. Los capos de la barra viven como reyes, mientras que nosotras en el taller estamos cagadas de hambre», se posesiona la actriz, que dice que nunca había formado parte de una ficción que orillara el tema de la marginalidad.
–¿Qué es lo que más te gustó de la propuesta?
–No entiendo nada de fútbol, pero me copó el guion, me encanta mi personaje y siento admiración por Alejandro Ciancio. Y la verdad es que no necesité saber de fútbol para comprender el contexto en el que se sitúan las historias de traiciones, venganzas y ambiciones.
«Como actriz no me interesa la rectitud, ni interpretar diciendo lo que se espera. Hoy prefiero salirme del molde y dejar interrogantes sin respuestas»
–¿Qué es lo que te acerca a Nancy?
–A Nancy la súper entiendo, porque quiere tener una vida mejor, quiere darle a su hija una vida mejor. Ella es una mina explotada, que trabaja catorce horas por día en una pocilga y responde a Látigo, el jefe de la barra, que le paga un sueldito. Me gusta porque ella va al frente, incomoda al poderoso. Me atrae su insurrección y su osadía.
–¿Te atraen más los personajes conflictivos?
–Me atrae más lo políticamente incorrecto. Como actriz no me interesa la corrección, la rectitud, no me gusta interpretar diciendo lo que se espera, ya lo hice muchas veces. Hoy prefiero salirme del molde y dejar interrogantes sin respuestas. No darle al público todo digerido. Me cautiva cuando los pilares éticos me taclean en mi trabajo. Y Nancy tiene un empuje que me encantaría tenerlo yo.
–¿Te había tocado algún papel similar en tu carrera?
–No, la verdad no tengo el recuerdo de haber construido a una mujer de clase social baja, marginal y aguerrida. Es la primera vez en más de treinta años de trayectoria que me zambullo en un rol de esas características.
–¿Y en cine o en teatro?
–En teatro personifiqué a una mujer bravísima, intensa, como Martirio en La casa de Bernarda Alba, una hermosa versión de José María Muscari. Él me había ofrecido otro personaje, pero yo le insistí que quería a Martirio, porque era bien distinta a mí: tenía un resentimiento que mamma mía.
–¿Disfrutás de los personajes o te ha pasado de padecer alguno?
–El 99 por ciento de los trabajos que hice los disfruté, les encontré el goce, el placer. Más o menos importantes, pero siempre buscándole la vuelta. Creo que solo dos veces la pasé mal, pero más por el entorno o la falta de feeling con los compañeros que por el trabajo en sí. Con el paso del tiempo, a medida que gané experiencia, fui notando que la empatía con el otro es más importante que el personaje en cuestión.
–El que marcó tus inicios fue justamente el de tu debut, el de María Soledad Morales. ¿Cómo lo recordás?
–Fue un trampolín increíble, que marcó mi recorrido y delineó el tipo de personajes que me fueron tocando. Haber hecho a María Soledad fue una hermosura, algo que llevo en mi corazón, más allá del dolor y la tristeza de lo que pasó con esta chiquita catamarqueña que fue asesinada.
–¿Cómo llegaste a ser la protagonista de la película?
–Fue todo muy curioso y llamativo, porque yo había llegado hacía poco a Buenos Aires desde Trelew, había empezado a estudiar con Raúl Serrano y me enteré de un casting al que fui solo por ir, para ver cómo era, en qué consistía. Me animé y recuerdo que éramos como 600 candidatos y tuve que hacer pruebas durante tres meses.
–La película se estrenó en 1993 y dos años después ya estabas en la cresta de la ola.
–Exacto, fue una película que a mí me lo dio todo. Ese mismo año me llamaron para mi debut en televisión, que fue en Mi mamá me ama, unitario nada menos que de Alejandro Doria, con Graciela Borges, Graciela Dufau y Soledad Silveyra. Me acuerdo que en un alto de las grabaciones le dije a Belén Blanco, con la que también compartía elenco: «A mí la tele no me gusta, es todo muy rápido». Y me escuchó Graciela Borges y me soltó: «Nena, no tenés idea lo que es hacer tele y no tenés idea quién es Doria». Nos matamos de risa, pero con ese comentario te das cuenta de mi ingenuidad.
«El 99 por ciento de los trabajos que hice los disfruté, les encontré el goce, el placer. Más o menos importantes, pero siempre buscándole la vuelta.»
–Después llegaron Nueve lunas, Alta comedia, Poliladron y tres temporadas de Verdad/consecuencia.
–A veces no me la creo, no puedo entender que haya estado en esos ciclos tan importantes. Pero lo digo de verdad, porque tengo una personalidad que no tiene nada que ver con la que suele tener un artista de tanto recorrido. Yo soy muy metida para adentro, tengo mucha timidez, no me gusta para nada la exposición. Es loquísimo haber logrado todo esto con mi personalidad.
–¿En algún momento la pasaste mal, la fama te dejó mal parada?
–No, la verdad que no, nunca la padecí. Por otra parte, cuando viene la fama, también llegan propuestas atractivas, con lo cual a mí me ayudó. Lo que pasa es que, como todo actor o actriz, soy muy contradictoria. ¿Qué persona que labura en este rubro no lo es?