12 de abril de 2016
El 31 de marzo de 2016 se cumplieron 50 años del golpe militar contra la democracia brasileña. La historia vuelve a convertirse en objeto de disputa y en advertencia para el porvenir: ante el intento de destitución de Dilma Rousseff, multitudinarias manifestaciones en Pernambuco, Paraná, Ceará, Alagoas, San Pablo, Bahía, Marañón, Río de Janeiro y Brasilia expresaron la voluntad de sostener la continuidad de la presidenta del vecino país.
En estos años hubo un giro en el escenario político regional y mundial que se manifestó en la ampliación de mercosur y la creación del alba, la unasur y la celac. En un plano aún más extendido, con la constitución del grupo conocido como brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) emergen bloques de poder político, institucional, militar, económico y cultural que ponen en cuestión el triunfalismo neoliberal de los años 90. A la par, el siglo xxi amaneció con inéditas expresiones de crisis de sustentabilidad del tradicional modelo hegemónico estadounidense en múltiples dimensiones. En el plano económico, la prevalencia de un capitalismo especulativo va desembocando en rasgos de depresión global, los modelos productivos predominantes asumen configuraciones predatorias y ponen en riesgo la continuidad de la especie. Las relaciones sociales de explotación y expoliación muestran impúdicamente una fisonomía de desigualdad atroz. Semejante nivel de injusticia y violencia constituyen una afrenta para la condición humana.
El hecho probable de la pérdida de poder hegemónico del gigante del norte produjo ciertos debates y contradicciones entre sus grupos dirigentes. La derecha ultramontana del Tea Party ha cuestionado movimientos del presidente Barack Obama ligados con el reconocimiento de los derechos de los palestinos, las negociaciones con Irán, el descongelamiento del vínculo con Cuba. No obstante, persiste la estrategia imperial hacia Latinoamérica y el Caribe: el acoso a los gobiernos consustanciados con un proyecto de integración continental emancipatorio aumenta en volumen y escala, entreteje y coordina la hostilidad de fuerzas internas y externas para detener ese proceso. Brasil es, sin duda, un preciado bocado para la derecha neoliberal y restauradora del continente. La unidad continental latinoamericana y la reparación de las herencias neoliberales han sido hasta aquí un programa común de gobiernos diversos de la región. Es, justamente, el avance en ambos puntos el origen de la virulencia de la contraofensiva imperial.
No es novedad que las fuerzas conservadoras han resistido desde el inicio las políticas públicas aplicadas sucesivamente por Chávez, Lula, Kirchner, Morales, Correa, Ortega, Funes, Zelaya, Lugo. En esa disputa por el proyecto de país y de región, se estimuló por vías legales e ilegales el desgaste de esos gobiernos. Para ello se conjugaron de manera inédita el poder mediático, económico, judicial y sectores institucionales (como el Parlamento) para socavar la legitimidad de los gobiernos. La novedad de esta etapa es que las derechas recuperan la iniciativa política.
Más allá de reflujos posibles, los pueblos continuarán horadando las fuentes de dominación, y, más temprano que tarde, lograrán la ansiada emancipación con justicia económica, soberanía política y liberación social. Brasil continuará resistiendo y será depositario de toda la solidaridad que su valeroso pueblo merece. Su lucha se hermana con nuestra lucha por impedir que en el nuevo escenario argentino perdamos todo lo logrado en los últimos doce años. Los conquistadores siempre edificaron sus templos encima de los pueblos conquistados, esa era una de las formas de demostrar su poder. Cuando el actual gobierno utilizó el Centro Cultural Kirchner para agasajar a Obama, lo hizo con la misma lógica, como un acto de «escarmiento» ante los avances en materia de derechos, cultura y emancipación simbólica. No fue una casualidad de agenda la visita de Obama en el aniversario del golpe de 1976: todo estaba en el menú del poder restaurador desde el momento que ganaron la elección. Brasil y la Argentina son objeto de un nuevo Plan Cóndor. La disputa continúa.