12 de febrero de 2016
La muerte de la activista trans Lohana Berkins provocó un hondo pesar en amplios sectores de la sociedad que sostuvieron su lucha en pos de los derechos de identidad de género y el respeto por la diversidad sexual. Sabiendo que se le acercaba el final, escribió una carta con la que se despidió, diciendo: «Estoy convencida de que el motor de cambio es el amor. El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo. Todos los golpes y el desprecio que sufrí, no se comparan con el amor infinito que me rodea en estos momentos. Furia Travesti Siempre. Un abrazo». Nacida en Salta en el seno de una familia numerosa, tuvo que abandonar su hogar porque el padre rechazaba su inclinación sexual. Los sufrimientos de los que hablaba en su última misiva se reflejaron en un reportaje que le hizo Acción en 2004, donde mostraba su repudio a un artículo del Código Contravencional que había aprobado recientemente la Legislatura porteña. Según Lohana, a la cabeza de unas 40 organizaciones sociales, esa norma buscaba «la criminalización de la pobreza y la protesta y, muy lejos de garantizar mayor seguridad, va a posibilitar la continuidad de las detenciones arbitrarias, la tortura, la situación inhumana de alojamiento en comisarías, pero también el armado de causas judiciales, la complicidad de la Justicia y la violación persistente tanto de las garantías de la Constitución como de los pactos internacionales». Palabras muy actuales tras el fallo de un tribunal que autoriza la requisitoria de documentos por parte de la Policía Federal.