2 de enero de 2023
El líder del PT inició un tercer mandato cargado de simbolismos y de medidas concretas. Los inmensos desafíos del ex obrero metalúrgico y sus primeras medidas.
Emoción. Lula asumió en Brasilia: «Ante el avance de la miseria y del hambre que habíamos superado, el mensaje es esperanza y reconstrucción».
Foto: AFP
Ante la consulta sobre qué porcentaje de poder real manejan los presidentes de estos confines del mundo, Cristina Fernández, alguna vez, respondió que en el mejor de los casos, no más del 20%. La rigurosidad numérica se torna compleja. De todos modos, Luiz Inácio Lula da Silva sabe, como el que más, que esa construcción de poder es su desafío fundacional para cumplir los otros nada benevolentes desafíos de su regreso. El ex obrero metalúrgico juró al inaugurar su tercer mandato, a las 15.04 del primer día de 2023. Siete minutos después rompió por primera vez el protocolo al relatar que utilizaría una lapicera que, en 1989 le regaló un obrero de Piauí para que la usara cuando fuera presidente, aunque la olvidó en sus dos anteriores asunciones. Poco después se dispuso a suscribir con ella la puesta en función de su gabinete, reflotar el plan Bolsa Familia, frenar la venta libre de armas y las privatizaciones, reestablecer el Fondo Amazonia y derogar el bolsonarista secreto de información por un siglo. Decididamente, manos a la obra.
Llegó, desde la Catedral, en un Rolls Royce descapotable negro, por la Eixo Monumental hasta el Congreso, ante el clamor popular. A la par corría un verdadero ejército de custodios. Vestido de impecable azul, sonrisa radiante, de la mano de Rosángela da Silva, «Janja». Banderas verdeamarelhas mixturadas con las rojas del PT. Alegría inmensa que no es solo brasileña. Emoción, estricto orden, no llevaba chaleco antibala bajo su inmaculada camisa blanca.
Jamás se le borró el brillo en los ojos. Tras su juramente tronó el «Lula, guerrero del pueblo brasileño». Con esa mano a la que le falta un dedo mostró la lapicera. Con esa mano sostuvo las hojas para leer un discurso contundente, admonitorio. El ex obrero metalúrgico resumía en un párrafo su objetivo crucial: «El diagnóstico es aterrador. Vaciaron los recursos de la salud, desmantelaron educación, cultura, ciencia y tecnología, destruyeron la protección del medio ambiente, no dejaron recursos para escuelas, vacunas, seguridad pública, protección a las selvas. Desorganizaron la economía, el apoyo a empresas, emprendedores y al comercio externo. Dilapidaron las estatales y bancos públicos, entregaron el patrimonio nacional. Los recursos fueron hechos rapiña para saciar a rentistas y accionistas privados. Es, sobre estas ruinas terribles, que asumo el compromiso de reconstruir el país junto al pueblo brasileño. Un Brasil de todos y para todos».
Concesiones y dificultades
Para producir transformaciones requiere poder de maniobra ante las Fuerzas Armadas, el despiadado capital financiero, poderosas fuerzas religiosas, estamentos judiciales y mediáticos cada vez más ávidos y permeables a maniobras arteras como la que llevó al propio Lula a prisión. No se trata de las dictaduras tradicionales. Un cuadro de situación complejo que el nuevo presidente comprende bien: un contrapoder que empezó a recrear en el momento mismo en que se declaró candidato. Implementó un abanico de alianzas que, como hecho simbólico, muestra a un exrival de derecha, Geraldo Alckmin, como su vice. Será también su ministro de Industria y Comercio. Hizo concesiones, juntó visiones incompatibles, pergeñó alianzas con sectores más moderados que le permitan gobernabilidad (a su gabinete lo integran nueve partidos) y margen de negociación ante un Congreso partido entre un PT en minoría y una oposición descarnada. La ultraderecha se mantiene movilizada y cuenta con la aquiescencia militar, ahora pasiva, y las gobernaciones de estados poderosos, como San Pablo. El antilulismo, un fantasma temible.
Su estilo, lo fue siempre, es la recuperación económica con redistribución de la renta. Poner al Estado como motor de crecimiento, invirtiendo la lógica bolsonarista. Pero lo recibió derruido. Y regresa en medio de una colosal disputa por la hegemonía a nivel mundial. Ya anunció un plan de desarrollo que contempla una urgente alianza geopolítica regional. Su ministro de Hacienda, Fernando Haddad, reclama una reforma fiscal y del gasto público, objetivos que el Parlamento promete llenar de obstáculos.
Hambre cero
«Hacer feliz a Brasil de nuevo», repite Lula con fruición. Lo sabe: la penuria y el retroceso en materia social, educativa, de salud y medioambiente fue devastadora. Lo sabe: la potencia de 215 millones de habitantes, una de las diez mayores economías del planeta, transita una tasa del desempleo entre el 9,3% y un oficioso 16%. Unos 33 millones no tiene qué comer; casi la mitad de la población padece inseguridad alimentaria. Unos 62,5 millones están en el espectro de la pobreza, 11% más que hace cuatro años. Lula ya logró la aprobación de una Propuesta de Enmienda Constitucional, que lo habilita a financiar urgentes programas sociales. Apenas asumió en 2003, puso en marcha el plan Fome Zero (Hambre Cero) que junto al Bolsa Familia, contuvo a unas 13,2 millones de familias. Aún es considerado el mayor programa de transferencia de renta en el mundo.
Le dejan tierra arrasada: el 76% depende de un sistema de salud pública destrozado. «Una actitud criminal en pandemia, de un gobierno oscurantista. Será investigado el genocidio», definió Lula. Panorama similar se podría describir en la educación: más del 56% no logra cumplir objetivos básicos.
O con las políticas medioambientales. Marina Silva, defensora de la selva amazónica, será la ministra: una designación muy significativa, vuelve como entre 2003/2008 cuando renunció tras una disputa política con Lula. «No podemos admitir que la Amazonía sea una tierra sin ley», afirmó el nuevo presidente. Por su parte, Sonia Guajajara será ministra de Pueblos Indígenas, nueva cartera, símbolo de un pretendido nuevo país. Las mujeres: cada 7 horas, una es asesinada; tal vez por eso permanecen tan leales a Lula y forman su base más sólida. El flamante esquema de 37 ministerios tiene fuerte impronta femenina: de dos ministras pasan a ser once. No solo es un salto cualitativo.
Palabras y hechos
«Durante la campaña vi brillar la esperanza en los ojos del pueblo sufrido», repite Lula con obstinación. Jair Messias Bolsonaro no solo deja el corolario de su mandato neoliberal con gestión fraudulenta sin escrúpulos, sino la acción desatada por la furia de la derrota que jamás admitió. Siquiera en el mensaje que dio a la CNN en el avión de la Fuerza Aérea en el que huyó a Orlando, horas antes del traspaso. Instó a «no tirar la toalla ni dejar de hacer oposición». Sus seguidores, que reclaman un golpe, iniciaron el desmonte de sus acampes ante los cuarteles en Brasilia y San Pablo. Ni así se apaga el recuerdo del camión bomba que en el aeropuerto intentó hacer detonar Washington de Oliveira Sousa hace una semana. Tampoco el asesinato en Foz de Iguazú del petista Marcelo Arruda, en julio. Ni el de Marielle Franco, en 2018. Ni las sangrientas trifulcas en medio de las elecciones.
No fue Bolsonaro. Fue Aline Souza, mujer negra, 33 años, cartonera, junto al cacique Raoni Metuktire y un obrero metalúrgico, quienes le entregaron la banda presidencial al extornero de 77. Centenares de miles explotaron de júbilo del otro lado de la Praça dos Três Poderes que cruzó el presidente otra vez en el descapotable: 22 años después, volvía extasiado a su conocido palacio del Planalto (un rato antes de saludar a 17 jefes de estado y 120 delegaciones en el Itamaraty). A su lado estaba su actual mujer. El sol embelesaba el acceso al palacio. Lula rompió en llanto por primera vez.
La bandera brasileña mais grande do mundo flotaba por sobre la multitud como una ola en el mar de quienes retoman la ilusión. Él volvió a prometer que trabajará para que cada uno tenga «derecho a soñar», «tres comidas al día» y que «ante el avance de la miseria y del hambre que habíamos superado, el mensaje es esperanza y reconstrucción».
Ella le sostuvo las hojas del discurso. Él volvió a llorar antes de sentenciar: «No es justo pedirle paciencia a quien tiene hambre. El hambre es un delito». «Júntense en una gran multitud contra la desigualdad. Viva Brasil», gritó antes de besar otra vez a Janja.