Opinión

Pedro Saborido

Escritor y humorista

Mundial: modo de empleo

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El paciente Anselmo Bellini espera en la sala que está hecha para esperar. En este caso para que lo atienda la odontóloga Dra. Cecilia Marrapodi. De pronto, interrumpiendo una fugaz y aburrida repasada de wasaps, una fanfarria similar a la intro del tema de la película Rocky sonó desde un parlante, acompañada por una voz.
–Señor Anselmooooo… –se impuso entre los trompetazos una locución femenina en el estilo de las propagandas de bailanta.
–Sí… –contestó él, tímido.
–¡Suuuu turnoooooo! –remató la voz, mientras se abría la puerta del consultorio. Tres explosiones se escucharon casi en simultáneo. Eran morteros lanzapapeles que con un juego de luces recibían a Anselmo a medida que, impactado y temeroso, iba entrando al consultorio. La silla de la dentista giraba sin parar. El torno, el coso ese que tira agua y el otro coso que se pone en la boca para aspirarla, bailaban en el aire. Con sus mangueras dibujaban distintas formas: un clásico corazón, una estrella, un (no se sabe por qué) Principito, pero sin la rosa y el asteroide. Y, tan lógico como obvio, una muela que se movía al compás de una percusión tan intensa como latina.
La voz acompañó la espectacularidad del momento:
–¡El tratamiento de conductooooo…. ( golpe musical) está por comenzaaaaarrrrr!
Dos bailarines con ambos médicos de lentejuelas y dentaduras flúo en sus manos hicieron una pequeña coreografía que terminó cuando, en un monopatín con luces intermitentes, hizo su entrada la Dra. Marrapodi.
–Hola, Anselmo –saludó.
–Hola –contestó Anselmo, estupefacto.
–¿No le gustan los eventos? –preguntó la doctora.
–Depende cuáles y en dónde. No los espero en una visita odontológica.
–¿Por qué?
–Es un tratamiento de conducto, no el Mundial. Y digamos que ya el Mundial de por sí provoca hartazgo.
–El Mundial es un acontecimiento donde se administra la euforia. Se necesita vivir el Mundial, porque se necesita esa excepcionalidad. Un «algo distinto». Una efervescencia que brille cada cuatro años.
–Si es tan bueno que lo hagan todos los años.
–No. Es lo mismo que si el Indio Solari tocara todo el tiempo o Cristina hiciera actos todos los fines de semana. La continuidad vulgariza. Dios se manifiesta en milagros. Si aparece todos los días no tendría misterio. Esto que estoy diciendo es muy obvio.
–Me da lo mismo que aparezcan seguido o no. No creo en el fútbol ni en Dios. No los entiendo. Y se lo digo a quien quiera escucharlo. Con orgullo, diría.
–Tampoco se la crea. Que sea ateo y no le guste el fútbol no lo hace ser Borges. Eso es más complicado que no tener fe o que no le guste un deporte –lo ubicó la doctora.
–Pero, ¿por qué con tanta estridencia? Todos esos disfraces, con bonetes, trompetas y maquillajes albicelestes. Un ejército de arlequines y payasos patrióticos. ¿Es necesario? –protestó Anselmo.
–Claro que es necesario. ¡Si no, no lo haríamos! Es como el carnaval o cualquier momento donde se rompe la habitualidad del raciocinio. Se necesita ser y estar de otra manera. Por eso existe el Mundial.
–¡Pero es todo un gran negocio!
–Es un negocio montado sobre la inocencia del fútbol. Sin inocencia no hay fútbol ni negocio. Y si hay un negocio, es porque hay un deseo. Siempre donde hay un deseo, amor e inocencia, hay un negocio.
–Se puede provocar ese deseo y esa inocencia, para después armar un negocio –dijo Anselmo poniéndose en astuto.
–Así funcionan muchas estafas. Es verdad. Pero aun sabiendo que hay muchas cosas armadas para el negocio, se sigue eligiendo creer. Cuando el negocio se vuelve demasiado evidente y cínico, la inocencia se termina escapando. Quédese tranquilo. Confíe. La inocencia permanece si la favorece la correlación de fuerzas. Y por ahora, en el fútbol, decide quedarse.
–¿Todo es una tensión entre la inocencia y el negocio?
–Sí. Yo también a usted le hago el tratamiento de conducto a cambio de plata. Pero si usted puede sonreír, alimentarse y tener la boca sana, todos, incluso yo, nos vamos a sentir más felices. Habrá odontólogas y odontólogos que solo piensen en la plata. Pero también estoy yo. Que lo hago porque esto me gusta y por su bienestar, más allá de la plata.
–Bueno. De acuerdo. Me está dejando sin argumentos –dijo Anselmo sentándose, mientras los asistentes coreógrafos le ponían un delantal con una sonrisa de neón y le colocaban un bonete de cotillón con forma de incisivo superior. La doctora, maternal, terminó recomendando.
–No hay que dejar que solo se festeje el Mundial, las olimpíadas, el primer día de clases, los casamientos o los cumpleaños. Hay que darle épica y espectáculo a otras partes de nuestra vida.
–Voy a intentarlo.
–Dele. Suéltese y entréguese a los hedonismos colectivos, siempre y cuando no lo lleven a la idiotez de masas. Usted se va a dar cuenta. Y la semana que viene, vengase al turno de las 7:30 horas. Así ve el «Show inaugural de la limpieza de vereda», con una exhibición de aguas y mangueras danzantes a cargo de encargados de edificio-acróbatas que festejan con música y espectáculos el comenzar de cada día.

Foto: AFP/Dachary

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