14 de enero de 2015
Buenos Aires popular emigra cada día feriado a esas playas en procura del esparcimiento que el taller, la oficina y la calle arrebatan al espíritu durante la semana», podía leerse en una nota de la revista Caras y Caretas que describía un día de playa en la «riviera» quilmeña, en enero de 1915, cuando los que elegían pasar el día en la costa sur del Río de la Plata podían bañarse en sus amarronadas –aunque todavía incontaminadas– aguas. Un siglo después, la «Mar del Plata de los pobres» –según cuentan los vecinos del sur que se la llamaba– durante los tórridos veranos continúa poblándose de miles de habitantes del Conurbano que con reposeras y carpas al hombro ocupan los 10 kilómetros de playas de la costa de Quilmes para hacerle frente al calor, «aunque a veces hay olor a pescado muerto», aseguran algunos. Sin embargo, el disfrute del sol y la playa en familia o con amigos conlleva un inconveniente para nada menor: las aguas contaminadas del río.
Las botellas y residuos que flotan en la orilla son solo la manifestación más clara de la contaminación que las aguas poseen en gran escala por los derrames de sustancias tóxicas que las industrias arrojan sin empacho a las aguas desde hace años. Y cuando el calor aprieta, la mayoría hace oídos sordos a toda advertencia sobre los riesgos para la salud que implica a ingresar al río, y se sumergen sin más ante el accionar limitado de los guardavidas. El Destacamento quilmeño de la prefectura Naval estimó que en un solo fin de semana de enero del año pasado, 12.000 «veraneantes» se dieron cita en las playas de la ribera. «Eso no es veranear», critican algunos vecinos afectados por la afluencia de gente que satura la infraestructura –pobre– que existe. «Es acampar en medio de la mugre y nadar en medio de la basura», agregan.
Kilómetros hacia el norte la situación no es tan diferente. La costa norte del Conurbano está jalonada por paseos donde la profusa vegetación invita durante el verano a disfrutar del sol teniendo como escenario de fondo los veleros, y los kayaks. Y también a los bañistas y pescadores. Hace 50 años, la costa de San Isidro llegó a tener la jerarquía de balneario. Tuvo arena en gran parte de sus cinco kilómetros de extensión y acceso a un río limpio y sano. Pero los balnearios dejaron de existir hace más de 40 años. «Me acuerdo de que hasta la década del 70, cuando comenzaron los rellenos y surgieron los clubes náuticos, la costa era un mundo de gente. Desde el Espigón hasta Paraná, pegado a Vicente López, era todo playa», recuerda un vecino del Bajo. Hoy, esa realidad es imposible de recuperar; fundamentalmente debido al desarrollo urbano que tuvo la zona y a la contaminación. Distintas gestiones municipales lograron recrear playas en algunos sectores de la ribera, como en Martínez, al final de la calle Pacheco, aunque manteniendo siempre la prohibición de meterse al río, que de la misma forma que en el sur, es desoída cuando el calor aprieta. «No te extrañe que uno de estos días –señala José, un vecino de Boulogne que pesca, y en ocasiones se baña, en la costa de San Isidro– nos dejen sin playa porque privatizaron el último espacio libre que les queda a los de clase media para abajo».
—Texto: Mirta Quiles
Fotos: Martín Acosta y Walter Sangroni