4 de octubre de 2022
Para la OMS «el fin de la pandemia está a la vista». Aunque previsible, es una noticia de alivio en términos sanitarios y obliga, a su vez, a analizar qué nos ha dejado la pandemia en cuanto a las condiciones socioeconómicas globales.
La foto actual muestra un mundo más desigual, con mayor inflación y con una situación grave en materia energética y alimentaria, agudizada por la guerra en Ucrania. Esto ocurre en simultáneo con un incremento inédito de los márgenes empresarios en sectores concentrados como el farmacéutico, el energético, el alimenticio y el tecnológico.
El interrogante natural es: ¿qué hacen los Estados? Las recetas hasta ahora son poco novedosas: subas significativas de la tasa de interés para mitigar la inflación y recortes del gasto público. Difícilmente esto genere, por sí solo, una reversión de las perspectivas cada vez más sombrías sobre la marcha de la economía mundial.
La singularidad de la crisis debería ser el insumo de urgentes políticas globales. En lo inmediato, estas necesidades se centran en la recomposición de ingresos de sectores desfavorecidos (los impuestos a la renta inesperada son herramientas útiles en este sentido). Hacia adelante, la agenda debe comprender temas como la reformulación del sistema tributario internacional (con foco en grandes corporaciones), asegurar la provisión universal de servicios públicos esenciales e instar a fuertes cambios en las formas de producir y consumir en pos de la sostenibilidad ambiental. La recuperación y sostenimiento de las condiciones sociales y económicas no pueden depender de «los mercados» sino que deben provenir de acuerdos y acciones globales decididas que tomen registro de los tiempos que corren.