29 de agosto de 2022
Con la vuelta de los conciertos en vivo, la venta de entradas trepó a niveles insospechados y parece a punto de marcar un hito. Causas y efectos del fenómeno.
Reencuentro. La posibilidad de volver a ver a Duki, Fito Páez y Coldplay hizo que se vendieran miles de entradas en cuestión de minutos. FOTO 1 y 2: PRENSA – FOTO 3: NA
En el comienzo de la pandemia, la vuelta de los conciertos en vivo parecía algo tan lejano como el descubrimiento de la vacuna. Dos años después, el paisaje distópico del encierro y la vida en las pantallas es una imagen relativamente extraña y dolorosa. En un artículo de febrero de 2022 la escritora estadounidense Allison P. Davis del New York Magazine escribía que el fin de las restricciones coincidió con el comienzo de un cambio, un nuevo comienzo, algo distinto en el aire, que marcaría nuevas tendencias en el consumo cultural de la época.
En marzo de este año la realización del festival Lollapalooza, que había sido postergado por el distanciamiento social y las restricciones sanitarias, se transformó simbólicamente en el regreso oficial a los recitales masivos en Buenos Aires. Unas 300.000 personas asistieron a los tres días en el Hipódromo de San Isidro dejando atrás el agujero negro en el tiempo provocado por el covid. Se podía sentir la electricidad en el ambiente, la necesidad de dar vuelta la página, la efervescencia de la música tocando los cuerpos y el clima de celebración por seguir vivos.
Ese nuevo estado de ánimo colectivo, la necesidad de recuperar el tiempo perdido, sacar el botón de pausa, impulsó la reactivación de los recitales en vivo. Artistas que hibernaron en la pandemia y no pudieron presentarse en vivo se pusieron al corriente con su público rápidamente. El músico uruguayo Jorge Drexler, uno de los primeros artistas en venir a presentar su disco Tinta y tiempo con seis funciones agotadas en el teatro Gran Rex, dice que el contacto con el público se hacía primordial. «Durante la pandemia me di cuenta de que la música es comunicación y que al tener la imposibilidad de tocar y girar, las canciones no salían. Hacía falta estar con el otro», describe.
Después de una temporada de agonía para la música en vivo, la enorme oferta de shows nacionales e internacionales generó una respuesta increíble del público. El fervor por la demanda de tickets para los diez conciertos de Coldplay en el estadio de River Plate (entre el 25 de octubre y el 8 de noviembre) fue un punto de inflexión para el mercado local y dio paso a una etapa de optimismo pragmático: una entrada puede ser un pasaporte rápido a un instante de felicidad, sin que medie la coyuntura. La escena se repitió con otros artistas: los cuatro estadios Vélez de Duki, las ocho funciones de Fito Páez en el Movistar Arena, o las 30 funciones de Abel Pintos en el Teatro Opera marcan una tendencia que no es general, pero que llama mucho la atención en un contexto de crisis económica profunda y bolsillos flacos.
La agenda hasta fin de año parece infinita: desde Guns N’ Roses en River hasta el concierto de Dua Lipa en el Campo Argentino de Polo, pasando por el festival Primavera Sound en la Costanera Sur con su lista sábana de nombres como Björk, Pixies, Jack White y Lorde. «La principal causa de este boom es que la gente, si puede disponer de un pequeño ahorro mensual, que no les alcanza para grandes proyectos, lo termina destinando al ocio y al entretenimiento. Y eso se refleja en restaurantes llenos y en el éxito de venta de entradas en la mayoría de los espectáculos», dice Fernando Bolan, director de la plataforma Ticketek Argentina y la empresa de entretenimientos Time For Fun.
Momento de disfrute
El poder de consumo de un público de ingresos medios y altos, con entradas que van de 10.000 a 20.000 pesos, desencadenó una seguidilla de funciones agotadas. «Es un fenómeno que sorprendió a todos, dada la situación económica del momento. Si bien las ventas de tickets pospandemia se dispararon a nivel mundial, el caso argentino es particular. En dos años de pandemia no han podido asistir a ver shows y eso hace que hoy consuma más ansiosamente espectáculos en vivo», dice Martin Rea, manager en la Agencia Picante, la productora que maneja artistas como WOS y Louta.
Por su parte, Gonzalo Zambonini, manager de Soledad, que se presentará el 29 de octubre en el Movistar Arena, dice que en el resto del país también se produjo un notable crecimiento en la demanda. «La modernización en cuanto a la venta de entradas y la variedad de ticketeras que existen hoy hace que sea muy accesible comprarlas sin moverte de tu casa. Ni hablar de la venta anticipada a un costo menor. Este crecimiento también se debe a una elección de las personas de no postergar los momentos de disfrute. De golpe nuestra libertad se vio interrumpida por largos meses, y te encontrás que muchas personas que te rodean han perdido a seres queridos, otros han perdido su trabajo, y ni hablar de lo que se experimentó de manera general con respecto a la angustia y la soledad por el aislamiento social. Por eso hoy, en la medida que se puede, la gente busca disfrutar».
El fenómeno no es solo local sino también regional. «Estamos teniendo un año extraordinario en América Latina», dijo Bruce Moran, el presidente de Live Nation Latinoamerica, la principal promotora de shows en vivo en todo el mundo, a la publicación IQ Magazine en junio de este año. «Están en línea comprando boletos para espectáculos a un ritmo que nunca antes habíamos visto», agregó.
El medio local vive una especie de primavera musical. Facundo Cruz, productor y manager de artistas de la movida urbana como Catriel, Paco Amoroso, Chita, Lara 91K y Taichu, entre otros, aporta otra mirada sobre este contexto favorable para los recitales. «En Europa no pasa la locura de acá. Esto no sucedería sin un contexto de primavera artística. Hay una variedad muy grande de artistas argentinos de una nueva escena que lideran los charts y que se equipararon con lo que se escucha de afuera. También hay una profesionalización grande de la calidad de los shows en vivo de los artistas locales. No vas a ver solo a cinco músicos con un fondo: cualquiera de los shows agotados, desde Tiago PZK a Dillom, están ofreciendo al espectador contenidos de alta calidad».
La aparición de toda una nueva escena, vinculada en principio a la música urbana pero que luego terminó desplegándose sobre otros géneros, fue clave. Un nuevo público muy joven que vio a los artistas crecer junto a ellos a través del streaming o los empezó a consumir en las plataformas digitales se sumó al pelotón del público habitué de los conciertos en vivo. «Los chicos disfrutan más de ir a vivir la experiencia y encontrarse con artistas que habían escuchado en Spotify y que en vivo suenan totalmente distintos», dice José Palazzo, el productor de Cosquín Rock.
Este fenómeno de ventas coincide con la explosión de la música urbana local. «El fenómeno había comenzado a manifestarse justo cuando la pandemia impactó y eso hizo que toda la escena creciera en venta de tickets exponencialmente, pasando a tener referentes de estadios, algo que no había sucedido hasta ahora», dice Rea sobre los recitales de Wos en el Estadio de Argentinos Juniors (con capacidad para 30.000 personas) para el 28 y 29 de octubre, con entradas agotadas en apenas una hora.
En una época de «pantallaplanismo», como definió el escritor y ensayista Jorge Carrión a la era actual de los consumos culturales (la vida a través del zoom, las plataformas digitales y las redes), el público está necesitando volver a la experiencia directa. «La pantalla plana hace que la tierra sea plana. En cambio, en las librerías, en los cafés, en los viajes, hay tres dimensiones, hay cinco sentidos y todo eso mezclado hace que una experiencia sea memorable, sea recordable», dice Carrión. Una entrada a un concierto adquiere, entonces, un valor simbólico. Es un pasaporte directo a una experiencia, que en el mejor de los casos será recordada para toda la vida: puro goce y felicidad. Algo que ni el dinero puede comprar.