10 de julio de 2022
El mundo de los criptoactivos se desploma. La crisis global aceleró un proceso que dejó, como siempre, unos pocos ganadores y muchos perdedores.
Canadá. Dos obreros en una granja de minado de bitcoins en Saint Hyacinthe, Quebec, en marzo de 2019.
AFP/DACHARY
Detrás de una compleja jerga tecnofinanciera, el mundo cripto desarrolló negocios basado en profecías autocumplidas. Con el ejemplo de Bitcoin como modelo a seguir, miles de inversionistas pusieron millones en cumplir el mayor sueño de cualquier especulador: crear un moneda propia y que la gente la acepte. Para alcanzar el objetivo deben conjugarse una serie de factores, desde recursos para generar el primer crecimiento y una publicidad insistente a medios de comunicación e influencers que ofrecen su credibilidad a cambio de dinero. También la necesidad de muchos que por conseguir un ingreso supuestamente fácil que les permita salir del pozo de una vez por todas.
Así, la idea de que las criptomonedas son «el futuro» se instala con naturalidad y permea todos los ámbitos: vale recordar que el actual campeonato de fútbol argentino se llama Copa Binance gracias a que este sitio de intercambio de criptomonedas es su principal auspiciante. Esa misma empresa bloqueó las extracciones de sus clientes durante el colapso, a la manera de un criptocorralito, para detener la sangría en el peor momento de la reciente crisis.
De este modo se crean gigantes con pies de barro, es decir, sin conexión alguna con la economía real y que se desmoronan en cuanto el ingreso de nuevos ahorristas deja de fluir. Por supuesto, como suele ocurrir, mientras algunos se retiran con los bolsillos llenos, los más débiles son los que terminan pagando la fiesta.
Dinero por nada
Si bien Bitcoin nace como una respuesta tecnológica y descentralizada a la crisis de 2008, generada por un sistema financiero global descontrolado, a los pocos años fue copado por esos mismos capitales que vieron en la falta de regulaciones la posibilidad de montar nuevos negocios. Las criptomonedas se apoyan sobre una compleja jerga tecnológica que es incomprensible para la mayoría de los mortales, sazonada a veces por una cháchara cuasi religiosa (cabe pensar en el ejemplo local de Zoe Cash, de Leandro Cositorto), todo teñido por la sensación de que se puede hacer dinero fácil.
Con este modelo en la cabeza, se crearon miles de criptoactivos, desde monedas hasta NFT, que necesitaban aumentar la demanda para generar expectativas que las aumentaran aún más. En algunos casos, incluso, los creadores del criptoactivo utilizaron recursos propios para simular una demanda millonaria y llamar la atención de quienes veían en el aumento de la cotización una oportunidad de ganar dinero. Muchos intentos fracasaron por el exceso de oferta y los riesgos evidentes de poner los ahorros en este tipo de negocios al margen de cualquier control. Para dar mayor seguridad frente a la evidente incertidumbre, las empresas sumaron capas de complejidad tecnológica y crearon alternativas como, por ejemplo, las stablecoins algorítmicas, unas monedas supuestamente estables gracias a que se podían quemar o crear para garantizar la estabilidad de su cotización. Pero quienes lograban ver más allá de su necesidad y de la jerga tecnológica, podían ver que todo se montaba sobre pies de barro.
Fue justamente una de estas monedas supuestamente estables, Terra, la que se desmoronó en mayo y provocó una corrida en el mundo cripto que sigue hasta hoy. Una vez que todos los tenedores de estas monedas salieron a venderlas no hubo algoritmo que pudiera sostenerlas. Lo que evidentemente podía ocurrir en cualquier momento, finalmente llegó y el terror se expandió por el mundo cripto dejando en evidencia lo que muchos ya sabían: que el rey estaba desnudo. Por si fuera poco, la crisis económica y el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos llevaron a muchos capitales a dirigirse a activos más confiables. Una tormenta perfecta que llevó incluso a la más confiable de estas monedas, el Bitcoin, a valer menos de 20.000 dólares cuando en su pico había llegado a más de 65.000.
¿Será que estas monedas descentralizadas y basadas en un supuesto control de pares distribuyeron las pérdidas de manera poco democrática?
Fortunas gemelas
Según la revista Forbes, el hombre más rico del mundo cripto es Changpeng Zhao, el fundador de la ya mencionada Binance, cuya fortuna se estimaba en marzo, antes del colapso, en 65.000 millones de dólares (más que la deuda argentina con el FMI, para tomar una referencia). Como la mayor parte de su dinero está en criptomonedas, su fortuna oscila fuertemente junto a la cotización de las mismas: luego del colapso general, a fines de junio llegó a «solo» 17.400 millones de dólares. Si bien cualquier persona podría sentirse desgarrada por haber perdido casi 50.000 millones de dólares, las cosas pueden verse diferente desde la perspectiva de quienes en realidad se sumaron al mundo cripto a tiempo y con inversiones bajas en activos que crecieron de unos pocos dólares a miles en pocos años.
Un ejemplo de esto son los gemelos Tyler and Cameron Winklevoss, conocidos por haber formado parte de los inicios de Facebook. Los hermanos crearon Gemini, una compañía dedicada a la compra y venta de criptomonedas, que perdió miles de millones en los últimos meses. Sin embargo, los dueños no estaban preocupados porque comenzaron a comprar criptomonedas en 2012, cuando Bitcoin, por ejemplo, valía menos de 3 dólares. Durante este tiempo, vendiendo y comprando a tiempo, pudieron acumular millones aprovechando las oscilaciones de las criptomenedas. Frente a esta la última debacle, poco antes de tocar en un recital, afirmaban con tranquilidad que «la crisis es la madre de la innovación y los tiempos difícil tienen la función de forzarlo a uno a enfocarse». Los gemelos estaban sextos entre los más criptoricos del mundo antes del colapso, con 4.000 millones de dólares, que se redujeron a 3.200 millones. Evidentemente mantenían una cartera de inversiones diversificada y no quedaron en la pobreza. Su empresa despidió al 10% de los empleados.
La lista podría seguir, pero está claro que quienes tienen espalda financiera pueden esperar cuando es necesario y diversificar sus inversiones de manera de tener siempre un suculento resguardo. No es el caso de quienes apenas cuentan con algunos ahorros y se los juegan enteros para obtener un pleno que, si no llega, los deja con las manos vacías. Muchos de ellos deben haber creído a las notas donde se explicaba cómo «invertir» miles de dólares para, por ejemplo, minar criptomonedas en sus casas. Con la caída de la cotización resultará mucho más difícil recuperar la inversión en algún momento o, al menos, antes del que el hardware quede obsoleto. Serán ellos los últimos eslabones de un colapso anunciado.
El mundo cripto, como en otros espacios de inversión no vinculados a la producción, terminó transformándose en un casino. Pero en este tampoco son los más poderosos quienes pierden.
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