16 de junio de 2022
Intenso y verborrágico, el saxofonista describe su experiencia con Los Fabulosos Cadillacs, Cienfuegos y Mimi Maura. Masividad, independencia y rock.
Sergio Rotman es intenso. Parece atento a todo y despliega una cultura vasta que su verba inflamada comprime en una idea madre: la humanidad es una causa perdida. No reprime impulsos y deja confundir sentencias absolutas con ironías al paso. Entonces dice: «Vicentico es la persona más inteligente y sensible que conocí en mi vida» o «Los Cadillacs fueron la banda más influyente de América Latina» o, en la misma senda absolutista, «Los Redonditos son la banda más grande de toda la historia de rock, de acá y del mundo».
Pero no habla solo de rock. Mientras fuma y pone discos simples en una bandeja y muestra un minicomponente que acaba de conseguir y habla de mudanzas y separaciones, dice con vehemencia que «a los chicos de ahora les cooptaron el pensamiento». Y refiere al poder de las redes y a la imposibilidad de cambios «por el momento». «Mientras tanto, toco, grabo, compongo. No sé hacer otra cosa», comenta y enumera la cantidad de proyectos y grupos intermitentes en los que está metido desde hace años, además de los Fabulosos Cadillacs. «Cienfuegos, claro, que es como una banda de amigos en conflicto. Y Mimi Maura. Y El Siempreterno y Los Sedantes y Dub Clash y un empredimiento de tecno pop que tengo con Mario Siperman. Y más: siempre me fue bien en el indie. Me gusta tocar para 80 personas. Pero te repito: no sé hacer otra cosa. ¿Qué voy a hacer? ¿Me voy a quedar en casa viendo Vikingos?».
–¿Cómo es pasar de presentarte ante decenas de miles de personas con los Fabulosos Cadillacs a tocar en un lugar chico?
–Primero quiero aclarar que nunca me sentí cómodo en los Cadillacs. Los amo, son mi familia, es la única gente que me quiere en el mundo. Pero la banda son Vicentico y Flavio. No voy a apropiarme de algo que no es mío. Soy parte del grupo y escribí una muy buena canción como «Siguiendo la luna», pero los Cadillacs podrían existir sin mí. Ojo, creo en la alquimia de las bandas de rock. Pero no me siento dueño de nada, ni generador en los Fabulosos. Sí de otros proyectos y bandas, incluso de Mimi Maura. Me atrae la escala humana del indie. Ahí no te puedo garantizar talento; sí actitud.
«Nunca me sentí cómodo en los Cadillacs. Los amo, son mi familia, es la única gente que me quiere en el mundo. Pero la banda son Vicentico y Flavio.»
–¿Es lo mismo ser indie sabiendo que cada tanto sale una gira con Los Cadillacs que te nutre de miles de dólares?
–¡Obvio que no, mi amor! –Se ríe fuerte Rotman. Es precisamente la risa la que desactiva su cinismo. Arma más cigarros en su casa del barrio de Florida, acomoda remeras. El PH queda a pocas cuadras del Puente Saavedra y cada tanto se escucha el traqueteo percusivo de los trenes del Ferrocarril Belgrano. Tiene recovecos inesperados y una terraza que es, al fin, una perfecta foto de la adolescencia eterna: una habitación pequeña, como una versión setentista de la famosa pintura de Van Gogh, con una cama de una plaza y sábanas de San Lorenzo, libros y añejas revistas de rock. La foto es sepia y enmarca un punto de equilibrio entra la bohemia y la dejadez. A unos metros, otra habitación: más grande, con cama de dos plazas y cajas llenas de discos. «Nos mudamos a Ingeniero Maschwitz, pero mantengo este sitio; la casa se la dejamos a Leroy».
Leroy también es músico, tiene 24 años y es el hijo que tuvo con Midnerely Acevedo, la cantante portorriqueña conocida por el alterego Mimi Maura que es, también, el nombre de la banda. Se conocieron en Puerto Rico y fue, como dice Rotman, un instante en que se alinearon los planetas: empezaron a salir, pudo abrir la jaula de oro de Los Cadillacs para volar y formar Mimi Maura. La propuesta fue un mix algo retro de la sensualidad caribeña de ella y el reggae-punk de él. Con el tiempo, se atomizaron en otras bandas como Los Sedantes y El Siempreterno.
«Yo estuve en Los Fabulosos Cadillacs hasta 1997», recalcula Rotman. Y continúa, verborrágico: «Luego estuve más de una década laburando con Mimi Maura. Cuando regresé con Los Cadillacs, me hice tiempo para armar dos bandas simultáneas: Los Sedantes y El Siempreterno. Músicas bien diferentes para diferentes públicos. Entre 2009 y 2017 nos fuimos a Puerto Rico, y cuando volvimos pasaron cosas: entre otras, que Mimi y yo decidimos no vivir juntos. Me dediqué a más y más bandas como Terciopelo Underground, de versiones de la Velvet Underground, y Dub Clash, con la que únicamente hacemos covers de The Clash en ritmo de dub y reggae. E hice lo que dije que nunca iba a ser: mandarme como solista. Me traicioné. Así que ya saben: ¡no confíen en mí!».
–¿Y por qué lo hiciste?
–A veces creo que traicionarse es una forma de crecer. El tema es que el mundo cambia. Pero ahora la traición se celebra. Ronald Reagan fue quien legalizó la codicia. Y bueno, no podés ser punk si tomás ciertos recaudos. Si no te morís, es así de triste. ¿Vos pensás que si Luca estuviera vivo seguiría tomando ginebra?
–¿Tenés público diferente para cada proyecto? ¿O todos te van a ver en cada una de las bandas?
–Es extraño, pero los públicos están segmentados. Al que le gusta Los Sedantes, Mimi Maura le parece careta. ¡Y en las dos canta Mimi! Tal vez ni lo saben. O sea: no trabajo de Rotman. Lo único que hago es dar música.
«Entre los 7 y los 17 años yo tocaba la flauta tenor en un quinteto de música barroca. Hasta que un día descubrí el punk. Fue un cambio contundente.»
–¿De dónde viene tanta música?
–Entre los 7 y los 17 años yo tocaba la flauta tenor en un quinteto de música barroca. Arranqué de muy chico, en el colegio. Me encantaba. Lo más rockero que conocía eran Los Beatles. Después me copé con el rock sinfónico: Jethro Tull a tope, con la flautita. Hasta que un día descubrí el punk. Fue un cambio contundente. Yo vivía con mis viejos, en un piso 15 de la avenida Libertador, en Olivos. Una noche arrojé todos los discos de rock sinfónico por la ventana: Rush, Yes, Emerson Lake & Palmer. Y bueno, conocí a Fernando Ricciardi, que tenía una banda llamada Los marginados, sería 1982. Yo no tocaba nada. Hasta que un día Martín Aloé me preguntó por qué no me compraba un saxo. Le hice caso y empecé con ellos tocando el saxofón. Pasamos a llamarnos Día D, que sería el origen de Cienfuegos. Un día de 1985, no me preguntes cómo ni por qué, sonó el timbre de casa. Atendí, y eran los chicos de Los Fabulosos Cadillacs… ¡que ni siquiera se llamaban así! Andá a saber cómo consiguieron la dirección. Buscaban un saxo. Ahí empezó todo. Fue raro.
–¿Por qué fue raro?
–Formo parte de la banda más influyente de América Latina, pero me sigo sintiendo un infiltrado. Yo no vengo de ahí. Yo vengo del punk. Mi percepción del arte es otra.
–Tenés sentimientos ambiguos con los Cadillacs.
–Los adoro. Ya te dije: son mi familia, y uno con la familia tiene sentimientos ambiguos. Escuchame: ya tenemos muertos, uno que está preso por ahí, casi se cae un avión en el que íbamos. Vivimos cosas muy densas juntos. Las relaciones profundas son así, tienen contrastes. Me pasa con Leroy, que empezó tocando… ¡rock sinfónico! ¡El hijo de un punk! Con él tengo una relación de amor y conflicto, y está bien.
–Decís que los Cadillacs fueron los más influyentes de América Latina. ¿Te parece?
–Sí.
–¿Más que Soda Stereo?
–Sí. Es que nosotros nos hicimos de abajo. Nos presentamos en clubes chicos de La Paz, de Quito, de México DF. Terminaba el show y no nos íbamos en limusina, nos quedamos en la barra charlando, bebiendo. Soda iba con la CBS, en otro plan. Eran tres, eran lindos, tenían tremendo marketing. No digo que estaba mal lo que hacían. Ni bien ni mal, era su forma. Fueron más populares, pero no más influyentes. Nosotros éramos como los siete locos. Todo mal. ¡Teníamos problemas psicológicos! Y bajábamos línea. Igual, con lo de banda más influyente, debo sacar a los Redondos, que es un caso especial.
«Soda Stereo fue más popular, pero no más influyente que los Cadillacs. Nosotros éramos como los siete locos. Todo mal. ¡Teníamos problemas psicológicos!»
–¿Qué te pasa con los Redondos?
–Muchas cosas. Me han interesado más cuando ya no estaban activos. He pasado por varios momentos: en una época me parecían un espanto; en otras me parecían muy buenos. Pero lo que representan es una locura. Son el grupo más importante para la gente en la historia del rock and roll, de acá y de todo el mundo. Hablo de la conexión que logran con el público. ¡Yo no sé si el puto cabrón se da cuenta!
Sergio Rotman. La música a través del tiempo.
–El Indio.
–El Indio. Tengo miles de críticas para hacerle… O sea: si echás gasolina al fuego, después no te quejes. Me parece mal que el chabón no les ponga un camarín decente a los plomos. Loco: pagales bien, organizá las cosas bien. Escribe bárbaro el Indio; Skay, a quién sí conocí y me parece una persona divina, toca la viola recontra bien. Me saco el sombrero. No hay un manual del buen rockero. Cada uno hace las cosas a su manera. Nosotros queríamos tocar con Mick Jones, con Deborah Harris, con Rubén Blades. Y lo logramos. Ellos hicieran las cosas a su manera.
Sigue cuestionando la marcha del mundo. Y, como hablando solo, mientras busca un vinilo que asoma al lado del de la banana de la Velvet, dice: «El punk no tenía chances de triunfar. Igual, no creo que el sistema haya absorbido al punk; fue el punk el que absorbió al sistema. Es así: todo lo referente al siglo XX está cargado de violencia. Ya no. No hay salida. Y si la hay va a ser con una revuelta global que deje muchos, pero muchos muertos. Ojalá me equivoque. De esto se sale con caos. El capitalismo no da para más. Están todos los pibes encerrados en las redes. Nuestros viejos no entendieron internet, eran muy grandes; nuestros hijos son muy jóvenes para saber cómo era la vida sin internet. Mi generación es la única en la puta historia de la humanidad que estuvo en los dos lados. Eso tiene un valor. Sabemos qué significan los libros, qué es una dictadura que te puede matar. Esto es peor, porque te hacen creer que sos libre. Los que montaron todo esto es gente inteligente, no son tres hippies. Lo que hicieron fue cooptar el pensamiento de las personas. Ni más ni menos». Avanza, atrapante, con su discurso: «Nuestros abuelos se ponían los pantalones largos como gran evento: querían ser adultos, ser como sus padres. Nosotros queremos ser como nuestros hijos, pero con nuestra cabeza. Mirá mi cuarto». Señala la piecita Van Gogh, entra y dice: «Acá leo. Es mi lugar. Me gusta nuestra generación. ¿Sabés por qué? Por lo que te decía de los dos mundos. Y porque nosotros envejecemos, pero no maduramos. Conocemos la trampa. Y así andamos».