7 de junio de 2022
Analizar la inflación en Argentina no resulta fácil. Y menos en estos momentos de pandemias y guerras, con su doloroso saldo en vidas humanas. A nivel mundial, y desde lo económico, la pandemia de COVID generó varios problemas, principalmente el parate de la producción debido a los aislamientos. Cuando las restricciones a la circulación fueron reduciéndose, hubo más demanda y aparecieron serias complicaciones en las cadenas de comercialización y provisión, que impulsaron los precios al alza.
Luego vino el conflicto bélico, con efectos económicos que se hacen sentir en especial sobre tres sectores de los cuales tanto Ucrania como Rusia son principales exportadores: alimentos, fertilizantes y energía.
Estos hechos han causado en los países desarrollados niveles de inflación que no se conocían desde hace 40 años. ¿Cómo encaran su combate? Elevando las tasas de interés. Ahora, esto podría ser efectivo cuando la economía se recalienta, pero cuando los factores que impulsan la inflación no dependen de la tasa de interés de Estados Unidos o de la Unión Europea, puede llevar a frenar el ya débil crecimiento económico.
Argentina no está al margen de los sucesos internacionales. Pero mientras que en los países desarrollados, e incluso varios latinoamericanos, las tasas de inflación del 10% anual resultan exorbitantes, en Argentina están arriba del 50%. Esta diferencia pareciera indicar que hay otros propulsores, además de los altos precios internacionales.
Quien lee esta nota puede pensar: bueno, pero el precio del dólar en Argentina sube por el ascensor. No es tan así, hace tiempo que crece menos que la inflación. Si tomamos la evolución del tipo de cambio oficial (que se utiliza para todas las operaciones de comercio exterior), el dólar aumentó en abril un 22% interanual (comparado con igual mes de 2021), contra una inflación que fue del 58%.
Muchos economistas ortodoxos siguen sosteniendo que la emisión monetaria es la causante de los aumentos de precios. No es este el caso. Primero, porque en Argentina el nivel de monetización es bajísimo (20% del PIB), mientras que el promedio para los países desarrollados (OCDE) es del 136% del PIB. Sigamos con los datos de nuestro país: la emisión, medida a través de la variación de la base monetaria creció en abril un 44,3% interanual, también por debajo de la inflación. Incluso en abril 2022, en relación con diciembre 2021, la base monetaria creció un 6,9%, muy lejos del IPC Nacional del período (23,1%). Por su parte, los salarios vienen corriendo detrás de la inflación, lejos están de impulsarla.
Luego de estos datos, habría que pensar que la inflación tendría que haberse desacelerado en Argentina, aún antes de la guerra, pero no es lo que sucedió.
Si partimos del enfoque multicausal de la inflación que, vista la realidad mundial, es cada vez más reconocido por organismos internacionales, quedan entonces dos variables importantes por considerar: las expectativas y la puja distributiva.
En cuanto a las expectativas, las noticias incendiarias sobre los posibles futuros aumentos de precios (basadas en que supuestamente la cotización del dólar se va a disparar, que la salida de tal o cual funcionario público va a generar más aumentos, etcétera) les sirven a muchos especuladores financieros para generar grandes ganancias y a otros para aumentar precios.
Pasemos a una de las principales fuerzas que empujan la inflación: la puja distributiva, que surge de las decisiones de los grandes conglomerados económicos, muchos de ellos pertenecientes a mercados altamente concentrados, que fijan los precios. La economía está creciendo y, combinado con las ayudas monetarias del Gobierno a los sectores de menores ingresos, la población comienza a recuperar su poder de compra; pero, con los aumentos de precios, estos monopolios se apropian de ese mayor poder de compra. Más ganancias para los grupos concentrados, a costa de una pérdida de poder adquisitivo de la mayor parte de la población. Allí está la puja: grandes conglomerados contra el bolsillo de la gente.
Góndolas. Grupos concentrados aumentan ganancias a costa de los bolsillos populares.
NA