1 de mayo de 2022
Fernando León de Aranoa
Bardem encarna la violencia del sistema.
«Tú trabajas para mí, así que ya eres de mi propiedad». Lo dice Blanco (Javier Bardem), el dueño de una fábrica de balanzas de larga trayectoria; la destinataria es Liliana (Almudena Amor), la más reciente incorporación de la empresa, una joven pasante del área de marketing. Para entonces ya ha quedado bastante clara la mirada de la película sobre las relaciones de poder que establece el capitalismo. Pasaron casi 20 años desde que León de Aranoa y Bardem estrenaron la recordada Los lunes al sol, con la que se produce una suerte de espejo: aunque en ambas la simpatía está puesta en el mismo lugar, aquella adoptaba el punto de vista de los obreros y esta lo hace con el del patrón del título. El potencial alegórico de la balanza (las «Básculas Blanco») como elemento central en una película que habla de las interacciones desequilibradas en el mundo laboral amenaza en varias ocasiones con llevarse puesta la narración con metáforas obvias. Sin embargo, ni esto ni los lugares comunes sobre la hipocresía de la cultura corporativa con que arranca el relato les restan eficacia a las ideas más interesantes de la trama, situaciones en las que despliega un salvaje humor negro, que surgen de la relación de Blanco con la pasante y de la radical cruzada en la que se embarca un empleado que acaba de ser echado. Lo que mantiene siempre andando la película es Bardem, un auténtico animal de la actuación, que encarna físicamente la idea de «violencia civilizada» del sistema.