5 de mayo de 2022
Nacido en La Boca, el púgil reposicionó al boxeo argentino al consagrarse campeón mundial. El duelo por la muerte de su padre y las adicciones, otras peleas.
Las Vegas. El porteño, quien ganó en falló unánime, ataca al filipino Jerwin Ancajas, en un tramo del combate celebrado el 26 de febrero.
MARCUS/GINA/GETTY IMAGES VIA AFP
En el conventillo de La Boca ubicado en Olavarría 1814, Fernando Martínez lo mira con asombro por televisión. Tiene 6 años. Quiere ser como él, como Mike Tyson. Quiere practicar boxeo. «Cuando cumplas 14», le dice Abel, su padre. Va a empezar a los 11 años, en el club Unidos de Pompeya. A los 14 sufrirá otra piña: el desalojo que lo obligará a mudarse con sus padres y doce hermanos a Avellaneda. Pero ya estaba arriba de un ring, era él: representante argentino en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, debut profesional en 2017 y título de plata del Consejo Mundial de Boxeo en 2019. La pandemia le retrasó la oportunidad que soñaba desde chico. Le llegó el 26 de febrero, a los 30 años: Fernando «El Puma» Martínez le ganó por puntos en fallo unánime al filipino Jerwin Ancajas en el hotel Cosmopolitan de Las Vegas y se coronó campeón mundial supermosca de la Federación Internacional de Boxeo (FIB). Ancajas era el campeón con más tiempo de reinado en todas las categorías: acumulaba 10 años invicto y 9 defensas. El triunfo lo ubica al Puma Martínez, entonces, como el campeón mundial Nº 42 en la historia del boxeo argentino, y solo acompañado en la actualidad por Brian Castaño (ver recuadro).
La historia de Martínez hizo un clic en 2014, cuando Abel, su padre, murió de cáncer. Abandonó durante meses el boxeo. Había sufrido, antes, el asesinato de Sebastián «El Puma» Martínez, su primo, quien llegó a pelear como amateur con Marcos «El Chino» Maidana. De su primo heredó el apodo. Fernando recayó en depresión, adicciones, alcohol, malas compañías. Lo rescató su madre, Silvia. Y también lo ayudó Rodrigo Calabrese, amigo, hoy su entrenador y manager. Su padre era chapista. Le había transmitido la pasión por el boxeo. Desayunaba mate cocido con tal de que a su hijo no le faltase un yogur antes de que se fuera a entrenar. «Va a ser campeón del mundo, va a ser campeón del mundo», les decía a los vecinos cuando paseaban por el barrio. Su muerte casi noquea a Fernando. Pero salió a flote, volvió al gimnasio. De ahí que, apenas consagrado campeón del mundo en Las Vegas, dijera sobre el ring, con voz entrecortada y lágrimas en los ojos: «No tengo palabras, quisiera haberlo tenido acá conmigo a mi papá… Pero le cumplí su sueño, y ahora voy a ayudarle a mi mamá y comprarle la casa».
Garra y corazón
Hay que destacarlo: el Puma Martínez iba de punto ante el filipino Ancajas. Pero impuso su talento y determinación, agresivo y audaz desde el primero hasta el último round. Lo corroboraron las tarjetas: dos 118-110 y la restante 117-111. «Es el nuevo Maidana», había dicho antes de la pelea el propio Chino Maidana, promotor de la carrera del Puma, quien se presentó por primera vez en Estados Unidos, la meca del boxeo. El Puma salió sin marcha atrás ante Ancajas. Fue una máquina: con 421 golpes de poder de los 1.046 lanzados, según CompuBox, impuso un récord en la categoría supermosca. Con el gancho de izquierda, veloz y potente, hizo estragos. Martínez asumió el protagonismo y, a pesar de un corte sobre un ojo en el cuarto round, lo mantuvo hasta el final. Su próximo desafío acaso se centre entre el mexicano Juan Francisco «El Gallo» Estrada y el japonés Kazuto Ioka, campeones mundiales de la Asociación y de la Organización, respectivamente, con una escala contra el nicaragüense Román «Chocolatito» González, una figura supermosca que perdió la corona de la Asociación frente a Estrada.
Así el panorama, Martínez se convirtió en el sexto campeón mundial argentino en la categoría supermosca después de Gustavo Ballas, Santos «Falucho» Laciar, Carlos Salazar, Víctor «Cocoho» Godoi y Omar «El Huracán» Narváez. «Las lágrimas del hombre nos hicieron olvidar, por un momento, la actitud del feroz peleador que no tuvo piedad. Que contra todos los pronósticos, encaró su pelea con actitud ganadora. Que acorde con su apodo, mostró las garras desde el primer round y que se alzó, en el corazón de Las Vegas, con una victoria épica, ejemplar, tremenda, emocionante», analiza ahora el periodista especializado Carlos Irusta, conductor del programa de radio Ring side en el aire. «Antes de la pelea se sabía que iba a ser una guerra. No descubrimos nada. Fernando es un guerrero de pies a cabeza. Ganó en Las Vegas, y no por un fortuito nocaut, o por un fallo polémico, sino de punta a punta, a lo grande, sin dejar dudas».
Desde la esquina
Martínez es el primer campeón mundial de Chino Maidana Promotions, la empresa que maneja el también excampeón del mundo, quien lo acompañó en su esquina. Es, además, el quinto argentino en coronarse en Las Vegas. El primero fue el mosca Hugo Rafael Soto en 1998. Y, más cerca en el tiempo, el propio Chino Maidana, Lucas Matthysse y Sergio «Maravilla» Martínez.
«En mi país –apuntó el Puma– lamentablemente tenemos que hacer muchos sacrificios para trabajar y prepararnos, pero lo hicimos muy bien». El filipino «Pretty Boy» Ancajas adelantó que pedirá la revancha para recuperar el título supermosca de la FIB que había conquistado en 2016. No perdía desde hacía una década, ante su compatriota Mark Anthony Geraldo en fallo dividido. Era su única caída como profesional. Para el Puma, símbolo de coraje, amor propio y trabajo, fue su tercer combate fuera de la Argentina tras noquear al sudafricano Athenkosi Dumezweni en East London en 2019 y al mexicano Gonzalo García Durán en Dubái en 2021.
Hincha de Boca, en pareja con la boxeadora Micaela Oliveri y padre de Alma, Martínez, de chico, se defendió a las piñas ante los violentos desalojos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en La Boca. Y, en plena pandemia de coronavirus, se paró en los semáforos para vender medias de algodón o tortillas. Antes de viajar a Las Vegas, se entrenó en el gimnasio del Club Municipal Renunciamiento de Dock Sud y corrió por el Parque Lezama y la Reserva Ecológica, siempre acompañado por su amigo-entrenador Rodrigo Calabrese. Martínez le había prometido a su padre que sería campeón del mundo. Superó días oscuros y caminos tramposos. Y una noche, él fue Tyson y otros lo miraron por TV. El rugido del Puma Martínez, un campeón del mundo inesperado, sacó de la jaula al boxeo argentino.