29 de marzo de 2022
El COVID-19 generó miles de toneladas de desechos hospitalarios. Gestionar su eliminación y evitar su producción, claves para controlar el impacto ambiental.
Usar y tirar. Barbijos, equipos de protección personal, jeringas, agujas y contenedores para vacunas fueron los elementos más utilizados.
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Un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indicó que entre marzo de 2020 y noviembre de 2021 fueron adquiridas a nivel global unas 87.000 toneladas de equipos de protección personal para hacer frente a la pandemia de COVID-19. Además, se utilizaron unos 140 millones de kits de pruebas que generaron unas 2.600 toneladas de desechos no infecciosos, principalmente plástico, y 731.000 litros de desechos químicos que, sumados a los 8.000 millones de dosis de vacunas que dejaron unas 144.000 toneladas de residuos adicionales en forma de jeringas, agujas y contenedores de seguridad, constituyen un verdadero problema en materia ambiental, todo esto sin contar con los desechos que generó la población, por ejemplo con el uso de barbijos descartables.
Los denominados residuos patogénicos son aquellos con el potencial de producir una enfermedad infecciosa en los seres vivos y están conformados por restos de sangre, algodones, gasas, vendas usadas, ampollas, jeringas, objetos cortantes o punzantes.
De acuerdo con estimaciones de las cámaras que agrupan a empresas dedicadas al tratamiento de residuos, en 2019 en la Argentina se generaron unas 60.000 toneladas de estos desechos. En tanto, de acuerdo con el Informe Semestral Mayo-Octubre 2021 del Observatorio de Residuos Peligrosos, llevado adelante por las universidades nacionales de Buenos Aires y Rosario, solo en esos seis meses se produjeron unas 218.685 toneladas de residuos patogénicos, un promedio de entre 29.000 y 33.000 toneladas mensuales, todas provenientes del sector salud, y en el mes de junio se llegó casi a las 55.000 toneladas. Durante ese mismo semestre, según el relevamiento, únicamente unas 32.000 toneladas recibieron tratamiento antes de ser vertidas en rellenos sanitarios de seguridad.
Según señala Jaquelina Tapia, de la organización Salud sin Daño –una ONG internacional que trabaja para reducir la huella ambiental del sector salud–, durante la pandemia hubo un estallido en el uso de los servicios sanitarios, pero también se evidenció un desconocimiento respecto del uso y consumo de materiales para dar respuesta en la atención. «El aumento de la atención médica en algunos casos llevó a triplicar la generación de residuos hospitalarios. El desconocimiento sobre el virus y su dinámica de contagio hizo que todo residuo fuera considerado biopatogénico. Por esto desarrollamos guías para gestionar residuos de COVID», indica.
Caminos alternativos
Entre las recomendaciones que aportaban los documentos estaban la de realizar la separación de residuos en la fuente; dar a los desechos asociados con COVID-19 el mismo tratamiento que recibe el resto de los residuos infecciosos; depositarlos en un contenedor de residuos infecciosos dentro de una bolsa con el código de color correspondiente; recoger los residuos al menos una vez por día y transportarlos en contenedores a prueba de fugas y perforaciones etiquetados con el símbolo de riesgo biológico.
«En un primer momento de la pandemia se utilizaban mascarillas, guantes, cofias, cubrebotas, luego se vio que mucho de ese equipamiento no era necesario para determinadas actividades. Tratamos de buscar alternativas para la gestión de residuos partiendo de la premisa de que el mejor residuo es el que no se genera», sostiene Tapia.
A nivel nacional, en tanto, según se indicó desde el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, para hacer frente al incremento de desechos se estableció como actividad esencial la recolección, el transporte y el tratamiento de residuos sólidos urbanos, peligrosos y patogénicos durante la pandemia, pero además, se les pidió a las provincias que brindaran información periódica y actualizada sobre sus capacidades de tratamiento. Por otra parte, desde el inicio del ASPO, indicaron desde la cartera sanitaria, fue autorizado el ingreso de prestadores al sistema de gestión, aportando una capacidad de tratamiento adicional aproximada de un 25%.
De acuerdo con Salud sin Daño, las mejores prácticas de gestión de residuos indican que una vez que dejan los establecimientos sanitarios deben ser tratados con métodos de no incineración, es decir, mediante métodos a base de vapor como el autoclave o microondas mediante los cuales se esteriliza todo este material.
«Fomentamos que el tratamiento de estos residuos no sea la incineración, hay otras alternativas de bajo impacto ambiental que dan los mismos resultados, como la desinfección o el uso de vapor. El tipo de residuos que se incineran en muchos casos son precursores de sustancias como las dioxinas y furanos que pueden generar problemas pulmonares, de irritación de la piel o cáncer, sobre todo donde suceden quemas a cielo abierto; es necesario migrar de tecnologías», subraya Tapia.
De hecho, en la ciudad de Rosario, en Tolhuin, Río Grande y Ushuaia, en Tierra del Fuego, como así también en Esquel, provincia de Chubut, está prohibida la incineración de residuos, pero la situación no es pareja en todo el territorio y se podría decir que todos los sistemas de tratamiento conviven.
Actualmente, en el sector de la Salud más del 85% de los desechos que se generan son asimilables a domésticos o domiciliarios: papel, cartón, plástico, vidrio, con lo cual si se logra una adecuada segregación dentro de las instituciones se puede evitar que mucha de esta basura termine en un relleno de seguridad o tratada inadecuadamente. La de origen orgánico puede ser compostada y la derivada de plástico o vidrio se puede recuperar y tener otros caminos. «Hubo un gran avance en los últimos años porque hay más información y formación de las personas –concluye Tapia–. Hay que entender que salud e impacto ambiental van de la mano, no hay salud sin un ambiente sano, se deben involucrar a todos los sectores».