4 de febrero de 2022
Alberto Fernández se reúne con Xi Jinping para profundizar relaciones con el gigante asiático, segunda potencia económica mundial. Olimpíadas y algo más.
SANTA CRUZ ALEJANDRO/TÉLAM
Este domingo, Alberto Fernández tendrá, al fin, un cara a cara con quien probablemente sea hoy el hombre más poderoso del mundo. En el Gran Salón del Pueblo, a un costado de la célebre Plaza de Tiananmen, también flanqueada por la Ciudad Prohibida y el Mausoleo de Mao Zedong, entre otros edificios que visitará, Fernández tendrá una bilateral con su par chino Xi Jinping.
En verdad, para entonces el mandatario argentino ya habrá estado, el día anterior, en ese mismo edificio, creado en 1959, diez años después del triunfo de la Revolución y del comienzo de la Nueva China, sede habitual de las reuniones de la Asamblea Popular Nacional (Legislativo) y de los congresos del gobernante Partido Comunista chino, el mayor partido político del planeta. Pero lo del sábado será un banquete con otros funcionarios, fotos de rigor y firma de acuerdos. El domingo, en privado, será la demorada charla que tendrán ambos líderes, que Fernández quiso mantener desde que asumió, pero que la pandemia fue postergando una y otra vez hasta ahora.
El jefe de Estado, solo uno de los dos latinoamericanos que asisten a los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing boicoteados por Estados Unidos (el otro es el ¿ex? banquero neoliberal Guillermo Lasso, de Ecuador, lo que por cierto habla de un mundo sin fronteras ideológicas tan claras como se empacan en creer los nostálgicos de la «guerra fría» y amantes deseosos de su renacer), ha sido claro respecto de los lazos con la República Popular, el segundo PIB mundial camino a ser el primero en algunos años. No se trata de asociarse con él, o con Rusia, o con quien sea, para pelearse con Estados Unidos o con Europa, dijo. Se trata, más bien, de ver el mundo con los lentes del siglo XXI y de estrechar vínculos con quienes más invierten y cooperan en el actual escenario global, como demostraron la pandemia o los capitales que China dispuso en Argentina y en América Latina estos años, que por cierto no son dadivosos y siguen una lógica del propio interés estratégico nacional chino, pero que la región no ve venir de ningún otro lado hace décadas como no sean los fondos especulativos o los créditos atados a ajustes del Fondo Monetario Internacional.
Fernández viaja para traer inversiones en energía nuclear (ya se anunció el contrato comercial de más de 8.000 millones de dólares para la cuarta central atómica, Atucha III, que será la mayor inversión china en Argentina), para ampliar el parque solar de Cauchari, en Jujuy (el mayor de su tipo en Latinoamérica), y para firmar otros 14 contratos por obras (que incluyen trenes, corredores viales, puentes, viviendas, represas y otros, pero de los cuales la mitad son de energía). Seguramente habrá otros anuncios en áreas como cultura, turismo, educación, deportes, autos eléctricos o medicina nuclear con el INVAP, incluido quizá el capítulo financiero a través de acuerdos entre los bancos centrales chino y argentino.
Pero el plato fuerte serán esos 16 acuerdos de Estado a Estado que firmarán el canciller Santiago Cafiero y el presidente de la poderosa y determinante Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma de China. Y un marco que les da cobertura: la firma del Memorando de Entendimiento (o MOU, por la sigla en inglés) para ingresar a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, la mayor apuesta de política exterior china. Es que esa membresía, que ya tienen más de 140 países, entre ellos una veintena de latinoamericanos, abre la posibilidad de una cartera de créditos del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, del que Argentina ya es socio.
El viaje de Fernández tiene adeptos y detractores. Estos últimos en general apuntan a la «dependencia» o al carácter del sistema político chino, enfatizando cuestiones en Hong Kong o en Xinjiang, mientras ocultan o tergiversan situaciones calamitosas en otras partes del globo, con otros actores responsables. En cambio, quienes ven más bien una oportunidad recuerdan que desde 2004, cuando intercambiaron visitas Néstor Kirchner y Hu Jintao, ambos países, que en este febrero cumplen 50 años de relaciones bilaterales formales, han estrechado vínculos hasta hacer de China para Argentina (mucho más que Argentina para China, aunque no es menor su aporte en las compras agroalimentarias del país asiático) un socio clave. Acaso sea tarea de la dirigencia saber apreciarlo, mensurarlo y aprovecharlo para el propio interés nacional. Los chinos lo hacen exitosa y acabadamente.
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