20 de enero de 2022
Antonio Centeno, activista catalán, promueve la defensa de los derechos de las personas que viven con alguna limitación física mediante un cambio cultural.
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Discapacitado», «minusválido», persona «con discapacidad» o «con capacidades diferentes». Las palabras construyen mundos, por eso ninguno de los conceptos precedentes le sirven al catalán Antonio Centeno para nombrar su situación, ni la de muchas otras personas que, como él, tienen varias zonas de su cuerpo inmovilizadas (debido a una tetraplejia, por ejemplo), o no ven (por ceguera), o tienen algún síndrome en particular (como el de Down). «Personas con diversidad funcional» es la expresión que utiliza Centeno, y tantos otros y otras que forman parte del Movimiento de Vida Independiente, que nació en el marco de la lucha por los derechos civiles de finales de los años 60 en los Estados Unidos. La apuesta de este movimiento es ganar derechos y cuestionar muchos de los postulados sobre los que se construye la «normalidad» en Occidente. Porque en nuestras sociedades no solo se categoriza a las personas (positiva o negativamente) por el color de su piel, procedencia social u orientación sexual, sino también por sus «capacidades» físicas o intelectuales para funcionar de acuerdo a una norma que establece, por ejemplo, que cualquiera debería poder caminar o subir una escalera o bañarse sin ningún tipo de asistencia. Y a quienes no encajan en este modelo (que supone una única manera de hacer las cosas), se los ubica del lado del error, de la falta, de la anomalía. «No es un intento de ser políticamente correctos, sino de ser políticos en el sentido de abandonar esta mirada que tiene que ver con la palabra discapacidad, que lo que hace es situar el problema en la persona, diciendo que es la persona la que tiene unas limitaciones y es la persona a la que le pasa algo con sus capacidades», señala Centeno en conversación con Acción.
Una de las iniciativas lideradas por Centeno desde hace una década y media es la Oficina de Vida Independiente de Barcelona (OVI-BCN), un espacio de militancia que comparte con otras personas que, como él, necesitan asistencia personal para tareas como levantarse de la cama, bañarse o vestirse. «Funcionamos de manera diferente a la estándar, a la media, y ese funcionamiento hace que suframos una discriminación sistemática», denuncia.
En 2006, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, en la que se reconoce, entre otras cuestiones, el derecho a una vida independiente y se postula la obligación de los Estados de proporcionar la asistencia necesaria para llevarla a cabo. Centeno admite que en España, y también en Cataluña, existen leyes que reconocen la figura de la «asistencia personal» pero, sin embargo, son muy pocos todavía los que acceden a este servicio. «Hacia el año 2012 lo que se nos hacía evidente era que todo ese marco legal no había hecho cambiar nada la vida de las personas con diversidad funcional, y estábamos, como siempre, a cargo de las familias, concretamente de las mujeres de las familias en casa, o encerrados en instituciones», rememora el activista. «Vimos que lo que había que cambiar era la mirada, los valores, cómo se pensaba que era nuestra vida, y, evidentemente, eso no lo puedes cambiar con una ley. Puedes cambiarlo por un lado a través de la convivencia, pero eso es un proceso lento porque justamente nuestra situación es de aislamiento, de segregación, hay un universo paralelo con escuelas especiales, centros de día, residencias, centro de empleo especial».
«Sí, tenemos sexo»
Fue entonces que Centeno, junto con su grupo de militancia, comenzó a pergeñar otras estrategias de visibilización para propiciar un cambio cultural que haga tracción en favor de sus derechos. La cultura, el arte, los medios de comunicación. Esos serían sus espacios de intervención para mostrar algo que permanecía oculto: sus propios cuerpos, sexuados y deseantes. La idea era crear imágenes y narraciones que atacaran directamente el «relato trágico» sobre la diversidad funcional, que es el que parece imperar y el que suele generar como respuesta una mirada de lástima o infantilizadora de parte de quienes no tienen un contacto directo con la diversidad funcional. Así nació el proyecto de un documental, que se llamaría Yes, we fuck! (que en español significa algo así como «¡Sí, tenemos sexo!») y que, finalmente, se estrenó en 2015. Uno de los temas que aborda el audiovisual es el de la asistencia sexual. «Generó un gran interés a nivel mediático, pero también académico y político, y entonces creamos la web de asistencia sexual, por un lado para explicar bien la propuesta desde el Movimiento de Vida Independiente, que la entendemos como un apoyo para acceder sexualmente al propio cuerpo. Lo importante para nosotros era que se entendiese que no estábamos proponiendo un tipo de servicio sexual en el que hubiese un derecho a acceder a otro cuerpo, sino que hablábamos de un derecho al propio cuerpo», específica Centeno, que fungió como director del documental.
Actualmente la figura de asistente sexual no cuenta con reconocimiento oficial. «Sin eso, todo es muy difícil. Si no cuentas con estos apoyos estás fuera de lo que significa vivir el autoerotismo y poder explorar. Entonces, desde el momento en que ya ni siquiera te piensas en ese terreno, pues automáticamente también es muy difícil poder establecer vínculos con otras personas en ese sentido», afirma Centeno. Pero hay otra cuestión que dificulta este tipo de asistencia y tiene que ver con la persona que la provee. «Es muy difícil para las personas que trabajan, porque si no hay un reconocimiento legal todo se vuelve mucho más complicado, no solo a nivel administrativo y en relación con sus derechos laborales, sino también porque a nivel social hay una mirada muy estigmatizante sobre lo que son este tipo de trabajos».
Asumir la propia sexualidad para las personas con diversidad funcional implica la posibilidad de expandir sus experiencias vitales, pero también la realidad de la diversidad funcional puede aportar mucho a la sexualidad humana en general. «Hay que abrir la puerta y ver qué ocurre. Pero en principio todo apunta a que realmente una sexualidad en la que tengan cabida otros cuerpos que no sean los de la publicidad o los del porno, cuerpos que se muevan y sientan diferente, seguramente va a ser una sexualidad más interesante, más vivible para todo el mundo, no solo para las personas con diversidad funcional».