8 de enero de 2022
Tres días antes de la segunda vuelta electoral murió la viuda del dictador Augusto Pinochet, figura omnipresente en la historia contemporánea chilena. Gabriel Boric, presidente electo, fue claro en su mensaje por las redes sociales: «Lucía Hiriart muere en impunidad pese al profundo dolor y división que causó a nuestro país. Mis respetos a las víctimas de la dictadura de la que fue parte». Por el contrario, José Antonio Kast había afirmado que Pinochet, de estar vivo, seguramente hubiera votado por él.
Dos modelos de vida confrontados. Eso estuvo en juego en la reciente elección en Chile. Desde ya que gran parte de la población chilena ni había nacido cuando Pinochet le entregó el poder a Patricio Aylwin el 11 de marzo de 1990. Sin embargo, es muy significativo que el resultado final de Boric frente a Kast (55% vs 44%) es asombrosamente similar al plebiscito de 1988 organizado por Pinochet para garantizar su continuidad y donde un 55% votó NO, frente a un 44% que votó SI.
La cercanía ¬–y cuasi reivindicación– de Kast con Pinochet convirtió la elección en una especie de segundo plebiscito entre «democracia vs dictadura», aunque el dictador no estuviera de cuerpo presente. Y no es casual que todavía resuene tanto la dictadura. En Chile no se juzgó a los miembros de la Junta militar, principales responsables de los asesinatos, y Pinochet murió en 2006 sin haber sido condenado por sus crímenes. Además, la dictadura armó una estructura política, económica y jurídica que no fue desmantelada por los Gobiernos posteriores, lo que permitió que sus seguidores siguieran contando con un grado de legitimidad muy alto hasta el estallido social de 2019.
El pinochetismo como fenómeno político todavía no está enterrado. Pero Pinochet perdió otra vez.