13 de abril de 2015
Hogares monoparentales, parejas ensambladas y uniones del mismo sexo ganan terreno a expensas de un modelo tradicional en retroceso. Las nuevas dinámicas y los cambios jurídicos.
Diversidad. Esa es la palabra que mejor describe a las familias del siglo XXI. A diferencia de lo que ocurría hasta mediados del siglo pasado en todo el mundo, cuando primaba el modelo de matrimonio formal –predominio del marido y autoridad de los padres–, hoy, en la Argentina, solo el 37% de las familias responden a la versión tradicional padre-madre. En cambio, según el último censo, 8 de cada 10 hogares están habitados por familias en diferentes versiones.
«La mayor parte de la población continúa viviendo en familia, pero hay cambios internos. En ese sentido, la situación pareciera asemejarse a un gigantesco caleidoscopio donde se encuentran todas las formas de vivir en conjunto», comenta Victoria Mazzeo, titular de la cátedra de Demografía Social de la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Instituto Gino Germani. Los hogares monoparentales (a cargo de un solo progenitor), por ejemplo, pasaron del 15% al 17% en la última década; mientras que aquellos extendidos y compuestos (integrados por una pareja o uno de sus miembros, con o sin hijos, y por otros parientes o no parientes) conforman casi un 20%, y la proporción de personas que viven solas creció del 15 al 18%.
Por lo visto, la familia monoparental es consecuencia directa de las separaciones y divorcios, que han aumentado a la par de las uniones consensuales, que vienen en ascenso desde los años 90. En la zona metropolitana de Buenos Aires, que incluye a la capital, estos datos resultan más evidentes. En la última década, el porcentaje de mujeres que conviven con sus parejas sin casarse se duplicó en la franja 20 a 64 años, pero son las más jóvenes (3 de cada 4 mujeres, de 25 a 29 años) las que optan por la unión de hecho en vez del matrimonio.
Con la llegada de la revolución sexual en los 60 y 70, la conquista de mayores libertades femeninas y el abandono gradual del modelo patriarcal, las relaciones de trabajo y familia se transformaron. Desde comienzos de los años 80, el hogar nuclear con un padre-esposo proveedor dio paso a familias con ambos cónyuges en el mercado laboral o en las que la mujer se convirtió en la primera sustentadora económica, además de responsable del funcionamiento cotidiano del hogar, según señala Mazzeo. Hoy, 1 de cada 3 hogares argentinos está encabezado por una mujer. «El crecimiento de este tipo de hogares se aceleró a partir de los años 70. En 1970, el 16,5% tenía jefatura femenina; en 1991, superaba el 22%; en 2001, casi llegaba al 28%; y, finalmente, en 2010, trepó al 34%. Es decir, en 40 años, más que se duplicó la participación de la mujer en la jefatura del hogar. Muchas mujeres se emanciparon y no entraron en unión conyugal. Además, se diversificó y complejizó la organización familiar. Aparte del creciente fenómeno de las familias monoparentales, está la reincidencia de cónyuges con hijos de uniones anteriores que conviven en la nueva unión que se forma en las llamadas familias ensambladas, con al menos un hijo que convive con uno solo de sus padres biológicos y con su nueva pareja», sostiene Mazzeo.
La descendencia también se redujo. Actualmente, los argentinos tienen en promedio 2 hijos, uno menos que hace 10 años; creció el número de las familias que tienen solo uno y, en aquellas parejas del mismo sexo (que representan el 0,2% del total de los hogares), los niños conforman el 0,04%.
¿De qué manera la ley ha acompañado estos cambios? «La Ley de Matrimonio Igualitario sancionada en 2010, ha sido un paso esencial para colocar en crisis la mirada jurídica tradicional-conservadora que regía en el derecho argentino centrada en el matrimonio heterosexual, y que remató la Ley de Identidad de Género en 2012. El nuevo Código Civil responde a esta nueva lógica que gira sobre la noción de familias en plural», responde Marisa Herrera, investigadora del CONICET y profesora de Derecho de Familia de la UBA y de la Universidad de Palermo.
Entre los aportes que introduce la nueva legislación, Herrera destaca: «El reconocimiento de una gran cantidad de parejas que no se casan –de igual o de diverso sexo, siendo que la orientación sexual de las personas no es una variable que ya le interese al derecho argentino para asignar o restringir derechos–; de familias ensambladas o más conocidas como los “tuyos, los míos y los nuestros”; de familias monoparentales que nacen, por ejemplo, de decisiones de mujeres que tienen un hijo mediante técnicas de reproducción asistida; de segundas o terceras uniones en las que los adultos ya vienen con una estructura económica o patrimonial por lo cual quisieran elegir un régimen de bienes sin compartir o generar bienes “gananciales”; de personas con capacidades restringidas o padecimientos mentales que pueden contraer matrimonio; de padres adolescentes que llevan adelante la crianza de sus hijos y tienen que ser reconocidos en el plano jurídico no debiendo ser reemplazados o sustituidos por sus propios padres o abuelos de los niños». Y, en cuanto a los hijos, el que tengan «el derecho a portar el apellido de ambos padres, saliéndose de una imposición machista (de llevar siempre el apellido del hombre), o las reglas claras de determinación de filiación frente a los niños que nacen de técnicas de reproducción asistida, en el sentido de que los padres son quienes tienen la voluntad procreativa con total independencia de quienes aportan el material genético».
Asimismo, el nuevo Código Civil deroga el «poder de corrección» (vigente hasta el 31 de julio de 2015), más acorde con la noción de «patria potestad» y lo reemplaza con el derecho de los padres a «prestar orientación y dirección» a sus hijos, para lo cual se requiere de un «intercambio» con el hijo de acuerdo con su etapa de desarrollo.
Mutaciones
«Vivir la familia hoy en la sociedad que se integra al mercado global significa vivir diferentes situaciones de familia; vivir situaciones extremas de privilegio o de marginalización social», apunta Cristián Parker, doctor en Sociología de la Universidad de Santiago de Chile (USACH) en un artículo sobre los cambios de la familia latinoamericana en el siglo XXI publicado en la revista brasileña Novamerica. «Mientras una minoría de familias se enriquece por el modelo neoliberal, la inmensa mayoría sufre las consecuencias de un modelo que tiende a privilegiar el mercado», agrega.
En tiempos de individualismo, cuando el valor por excelencia parecería ser el bienestar personal, la dinámica de las relaciones familiares ha mutado. «Antes, quizá predominaba un poco más la búsqueda de seguridad, sobre todo en la mujer, por su mayor dependencia del hombre. La “revolución femenina” que ha igualado los sexos en muchos sentidos ha hecho que la dependencia pase a ser recíproca, ya no está tan presente el temor de las mujeres a quedar solas y desamparadas si se separan. Entonces, en efecto, se busca más el bienestar», opina el doctor Roberto Losso, coordinador de la Comisión de Familia y Pareja de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL). «El problema es que muchas parejas buscan ese “bienestar” erróneamente, quieren que el otro se adecue un 100% a sus expectativas. Son esas parejas en las que cada uno viene diciendo: “Estamos mal porque fulano (o fulana) está cambiado, ya no es como antes”, “si volviera a ser como cuando lo (o la) conocí, no habría problemas”. No se dan cuenta de que al inicio han idealizado al otro, sin ver aspectos que no les habrían gustado, y entonces lo culpan por su falta de bienestar. Y, en parte, como resultante del individualismo hedonista de nuestra cultura, el otro (con sus propias necesidades, méritos y defectos), me importa poco, me importa solo en la medida en que se amolde a lo que espero».
Para Losso, el debilitamiento de la autoridad de los padres, en las últimas décadas, «en particular la del padre, el cual, por una parte, favorecía el despotismo y la arbitrariedad, pero, por otra, otorgaba un cierto grado de contención al grupo, además de la ausencia (por el momento) de un modelo “nuevo” que sea satisfactorio, ha traído serios problemas a muchas familias contemporáneas». A su juicio, han emergido el padre y la madre «débiles» o ausentes, que borran la diferencia generacional con sus hijos y hacen las veces de amigos y no de padre o madre, a partir de una «confusión» entre autoridad parental y autoritarismo. A veces no ejercen su legítima autoridad, porque ellos mismos han sufrido padres autoritarios. «Cuando esta actitud está presente en ambos padres, la familia puede pasar a ser un grupo “fraterno”, asexuado, sin jerarquías ni autoridad, en que hay un aumento del individualismo, de los aspectos narcisistas de los sujetos singulares, donde no rigen las leyes de la diferencia de sexos y de generaciones, y donde cada uno se siente autónomo. En algunos casos, se establece una suerte de “dictadura de los hijos”, en que estos mandan y no se les ponen límites». Esto puede llegar a provocar una falta de ley y de afectos. «Cuando falta la ley, se tiende a la acción en lugar de a la reflexión e incluso al despliegue de conductas violentas intra y extrafamiliares», advierte Losso.
¿Cómo serán las familias del futuro? Un artículo del diario británico The Guardian vaticina que, para 2030, las familias se repartirán entre megaciudades ruidosas y núcleos rurales hiperconectados; habrá hogares en que padres solteros compartan un espacio común, por el bien de sus hijos y por ahorrar costos; y cobrarán fuerza temas como la demanda de energía y alimentos, así como de agua y de una mejor calidad de vida.
En la Argentina, donde el mayor grupo poblacional tiene entre 30 y 64 años, para 2050 se espera que 1 de cada 5 personas supere los 64 años de edad. Realidad que, seguramente, impactará en la idea de familia, que, como describe Losso, «continúa siendo el grupo de referencia y la base fundamental del sujeto, y cuyas fallas llevan al sufrimiento a sus integrantes y al grupo todo». Para Mazzeo, también cabe preguntarse si será posible alcanzar la realización individual y al mismo tiempo vivir en pareja. Es de esperar que se sumen otros interrogantes.
—Francia Fernández