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Refundación hondureña

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Manuel Alfieri

A 12 años del golpe de Estado, Xiomara Castro llega al poder con un programa de transformaciones económicas y sociales. La relación con Washington.

Tegucigalpa. La presidenta electa durante la celebración en la sede de su partido, luego de su aplastante victoria del 28 de noviembre.

ACOSTA/AFP/DACHARY

El próximo 27 de enero será un día histórico para Honduras: por primera vez, una mujer asumirá la presidencia del país. Xiomara Castro, autodefinida «feminista, antipatriarcal, revolucionaria e incluyente», llegará al poder con la promesa de dar un giro de 180 grados para poner fin al ciclo de Gobiernos neoliberales que inició tras el golpe de Estado contra su esposo, Manuel Zelaya.
«Transformar las estructuras» es el gran objetivo que la referente progresista se puso por delante, aún a sabiendas de que primero deberá lidiar con un sinfín de problemas que requieren urgente atención: corrupción, narcotráfico, violencia, desempleo y pobreza son solo algunos de los escollos que asoman en el camino de su anhelada «refundación».
Castro reemplazará en el cargo al conservador Juan Orlando Hernández, quien ocupa el sillón presidencial desde 2014. «JOH», como lo llaman los medios hondureños, deja el poder con un oscuro prontuario en sus espaldas. Por sus prácticas autoritarias, su escaso apego a la institucionalidad y sus denunciados vínculos con el crimen organizado, muchos hablan del fin de una «narcodictadura». Es el caso de Gerardo Szalcowickz, analista político internacional y editor del sitio Nodal, para quien la victoria de Castro en las elecciones de noviembre pasado significó «una reparación histórica». «Es el cierre de un ciclo de Gobiernos conservadores, neoliberales, fraudulentos y mafiosos que convirtieron a Honduras en un narcoestado», aseguró en diálogo con Acción.
La herencia que recibe la líder del Partido Libertad y Refundación (LIBRE) es más que pesada. Según la CEPAL, Honduras es el segundo país más pobre de la región, solo superado por Haití. Entre las políticas neoliberales, dos potentes huracanes y los devastadores efectos de la pandemia, la pobreza alcanza al 60% de la población y la indigencia al 26%. El desempleo casi que se duplicó entre 2019 y 2020: pasó del 5,7% al 10,9%. Los sectores más vulnerables no solo sufren los coletazos de la crisis económica, sino también la inseguridad, que crece en paralelo al narcotráfico. Por eso, desde 2018, miles de hondureños vienen formando largas caravanas para cruzar la blindada frontera estadounidense y así encontrar algo parecido a un futuro.
Frente a ese crítico escenario, Castro propone «refundar» su país a partir de un modelo de gobierno que se resume en tres palabras: Estado socialista democrático. El puntapié inicial será llamar a una consulta popular para redactar una nueva Constitución. En simultáneo, lanzará una batería de medidas para encender la alicaída economía: ingreso universal para familias pobres, aumento del salario mínimo y disminución del costo de las tarifas.

Un plan ambicioso
En plan de «transformar las estructuras», la presidenta electa prevé también la recuperación de empresas de servicios públicos en áreas estratégicas, más impuestos al capital financiero y reflotar las llamadas «zonas de desarrollo económico», enormes porciones de territorio que controlan, casi sin límites, corporaciones de diversos rubros. La nueva gestión auditará, además, todas las deudas del país, que ascienden a 16.000 millones de dólares.
Castro se comprometió también a reducir los elevados salarios de los funcionarios públicos de jerarquía y vender el avión presidencial. En materia de transparencia, creará una Comisión Internacional contra la Corrupción y la Impunidad supervisada por la ONU. Y anunció vacunas contra el COVID-19 para todos y todas, en un país que al cierre de esta edición solo contaba con el 39% de la población inmunizada.
El gran interrogante es sí, una vez en el poder, está mujer podrá concretar su programa. Si bien el contexto es diferente, por mucho menos su marido, Manuel Zelaya, fue derrocado en 2009, abriendo paso al ciclo de golpes «blandos» en la región. Por eso, y más allá de lo radical del plan en los papeles, Szalcowickz avizora una gestión que finalmente será «progresista moderada». «Hay que tener en cuenta –explicó el analista– que Castro asume en el marco de una coalición amplia, en alianza con partidos de centro. Seguramente intente avanzar con algunas iniciativas interesantes, pero no hay que poner la vara demasiado alta».
A las eventuales pujas internas se suman dificultades en términos legislativos: su partido tiene mayoría en el Congreso aunque no absoluta, por lo que muchos de sus proyectos pueden ser frenados por la oposición conservadora. También será clave el vínculo que forje con Estados Unidos: el país tiene una larga historia de dependencia con su vecino del norte, que no vaciló en intervenir política y militarmente en reiteradas ocasiones. En los últimos años las relaciones fueron tirantes, sobre todo por la cuestión migratoria. Ahora habrá que ver cómo cae en los pasillos de la Casa Blanca el proyecto de Castro de establecer relaciones diplomáticas y comerciales con China, algo hasta ahora impensado, ya que su país mantiene lazos únicamente con Taiwán.
A favor de Xiomara juega el cambio de clima político a nivel regional, con un progresismo que lentamente va recuperando terreno. Sin embargo, su carta más fuerte es el apoyo popular: en las elecciones que la catapultaron a la presidencia obtuvo más del 50% de los sufragios y se convirtió en la candidata más votada de la historia de Honduras. Un espaldarazo que da músculo político a sus intenciones de transformar, casi por completo, la cara de su país.

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