23 de diciembre de 2021
Actores públicos y privados reabren el debate sobre las vías de desarrollo nacional y los modelos a seguir de la mano de la intervención estatal.
Metalmecánica pospandemia. La recuperación de este sector –junto con el automotriz– está entre las más aceleradas del mundo.
TÉLAM
La discusión política y académica se produce luego de la fuerte parálisis obligada en 2020 por la emergencia sanitaria, que profundizó el derrumbe económico de 2016-2019, cuando las políticas neoliberales golpearon en particular al sector industrial y que implicó la quiebra de gran cantidad de pymes.
Superada la etapa más crítica, en este período de transición hacia la pospandemia y de clara recuperación socioeconómica vuelven a la agenda conceptos de larga tradición en el pensamiento y la acción en Argentina. Es el caso del consenso mayoritario acerca de que la simple inserción internacional como proveedores de materias primas no es el camino para transformarnos en un país desarrollado e inclusivo. El reto, entonces, es encarar una rápida reindustrialización que contemple una ambiciosa agenda de innovación y cambio tecnológico, con políticas públicas activas que respalden un perfil productivo moderno e integrado al mercado mundial.
Ese cambio estructural, dice el economista Marcelo Rougier, ya no se puede concebir como en las etapas de sustitución de importaciones, verificadas con mayor o menor intensidad durante el siglo XX. Pero sí es factible recuperar y estimular el crecimiento fabril sostenido con una estructura capaz de «sustituir las importaciones del futuro», como afirmaba decenios atrás Aldo Ferrer.
Rougier, titular del Instituto Interdisciplinario de Economía Política, de la Universidad de Buenos Aires (IIEP), resume: los retos fabriles del presente no consisten solo en levantarse, después de una caída aún más intensa que la de la crisis económica de 1930. Además, dice, debe atenderse «la reconfiguración de las cadenas de valor propias del período de globalización o el despliegue de la digitalización en el sector producti vo, por citar solo dos tendencias que configuran un nuevo escenario mundial». Coordinador del estudio La industria argentina en su tercer siglo (1810-2020), Rougier aborda, junto con otros doce especialistas, tanto el recorrido histórico de la actividad, como las claves y los requerimientos para el futuro inmediato.
El punto de partida es una coyuntura de fuerte recuperación. Prontos a comenzar el verano 2021-22, la mayor parte de los sectores industriales ya supera los niveles físicos de 2019, y en algunos casos, de 2018. El Centro de Estudios para la Producción (CEP XXI) constata que la recuperación «sigue estando entre las más aceleradas del mundo (solo por detrás de China)», principalmente en áreas como la metalmecánica y la automotriz. Esa evolución explica la recuperación de más de 42.000 puestos laborales en lo que va de este año, aunque continúan con signo negativo niveles productivos en rubros como Tabaco, Madera, papel y edición, Refinación de petróleo, y Alimentos-Molienda.
La reanimación fabril reciente refleja un paulatino aumento del consumo interno y de las exportaciones, al igual que una creciente disponibilidad de crédito, en claro contraste con años anteriores. Ahora bien, los enfoques de mediano y largo plazo, afirman los expertos, tornan insoslayable encarar cambios profundos, estructurales y a niveles micro, si se pretende que la industria juegue un rol central en el desarrollo socioeconómico del país.
Transformación
El ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, prologuista del estudio multidisciplinario, remarca que el destino nacional «estuvo y estará ligado a la capacidad para utilizar con mayor intensidad el conocimiento y la transformación industrial». Las actividades manufactureras, en principio, tienen una gran capacidad de generar empleos de calidad (pilar de la movilidad social ascendente), aunque los servicios hayan ganado terreno en esta materia últimamente. Hoy, más de un millón de puestos de trabajo en la industria constituyen casi el 20% del total del empleo asalariado formal del sector privado. Esos operarios gozan de remuneraciones 16% más altas que el promedio del sector privado registrado. Además, «la realidad es que el desarrollo tecnológico y la innovación a nivel global siguen dándose predominantemente en la industria, la cual además tiene grandes interdependencias con los servicios y con el sector primario», sostiene el funcionario.
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el 73% de la investigación y el desarrollo (I+D) empresarial mundial lo explican las empresas industriales. Y países como Corea del Sur, Alemania, Japón y China alcanzan niveles de entre 85% y 90%. En Argentina, en tanto, el 56% de la I+D empresarial lo explica la industria, lo cual muestra que el sector es, por lejos, el que más contribuye a la innovación, paso esencial para el desarrollo.
Otro motivo que justifica la expansión fabril es su impacto favorable en el desarrollo territorial. «Ciudades con importantes polos industriales, como Zárate-Campana y San Nicolás (Buenos Aires), Puerto Madryn (Chubut), Rafaela-Sunchales (Santa Fe) o Arroyito (Córdoba), por citar algunos ejemplos, presentan mayores niveles de formalidad y salarios que localidades con baja densidad industrial», señala el estudio. Nadie duda, por otra parte, que la actividad fabril es indispensable para mejorar el balance de divisas. Si bien Argentina tiene un claro déficit comercial estructural en manufacturas (se importa más de lo que se exporta), sin industria el desbalance sería mayor, dado que habría que comprar más productos externos y se venderían menos.
A partir de estos conceptos, la industria fue el sector más apoyado por el Gobierno durante la pandemia: las empresas del sector recibieron el 18% del total de salarios complementarios pagados por el Estado a través de la Asistencia de Emergencia Trabajo y Producción (ATP) y el 31% de los créditos a tasas preferenciales y garantía estatal que se pusieron en marcha para asistir a las mipymes. En la nueva etapa se trabaja en dos frentes: por un lado, se alientan ambientes proclives a innovar, digitalizar y automatizar de modo permanente el tejido productivo; por otro, se buscan fortalecer entramados y desarrollar cadenas de proveedores, mayormente con empresas locales.
El objetivo modernizador, resumido en la cifra 4.0, es ganar productividad, diversificar la oferta y a la vez incorporar más pymes, cooperativas y regiones. Todo ello mediante estrategias horizontales y sectoriales, y una batería de instrumentos (crediticios, de formación, de apoyo tecnológico, compre estatal y acompañamiento a la proyección externa, entre otros). El rumbo, que se piensa profundizar en 2022-23, incluye la incorporación de una agenda de género y un capítulo orientado a la nueva industrialización verde. Esto es, la difusión de tecnologías compatibles con el cuidado del ambiente y la mejora en la vida urbana, cuyo ejemplo es la apuesta por la movilidad sustentable de fabricación nacional y las energías renovables con tecnología argentina.