2 de enero de 2022
Desde sus andanzas con Miguel Abuelo y Tanguito hasta su devoción por Alejandra Pizarnik, una vida dedicada a los versos. Memorias, tesoros y proyectos.
Planes. Noy prepara libros de poemas, cuentos y memorias, además de un disco.
En el discurso pasional de Fernando Noy se agolpan frases, nombres propios, conceptos que en él se escuchan dentro de una especie de armonía vital: el hippismo, Janis Joplin, el carnaval de Bahía y la aldea de Arembepe, Cerdos & Peces, Batato Barea, Paco Jamandreu, Luis Ortega y, siempre, la poesía. La propia, la de su adorada Alejandra Pizarnik y también la de Olga Orozco, Clarice Lispector, Marosa Di Giorgio, Adélia Prado.
Personaje urbano entrañable, se fue a Brasil huyendo de la represión –militante y gay: demasiado para el terrorismo– y volvió con la democracia recuperada, la de la performance y el varieté. Fue vanguardia sin saberlo. Como dice Gabriela Cabezón Cámara, «cuando no existía la palabra queer, Fernando Noy la estaba inventando».
Nació el 17 de noviembre de 1951, en plena Patagonia. Acaba de cumplir 70 años y la Fundación Andreani lo agasajó con un gran homenaje, y él sigue su ruta. Está colmado de proyectos. «Tengo un libro de poesía ya terminado, que quiero publicar, y otro de cuentos inconcluso. Además Javier Tenembaun me invitó a grabar un CD para Los años luz recitando a mis poetas veneradas. Y junto con Rodolfo Palacios planeamos un libro en colaboración. Vamos a ver», dice.
Es notable cómo se diversifica. En 2018 sacó un exquisito libro de memorias, Peregrinaciones profanas, y ahora bosqueja con Palacios –periodista de policiales y escritor–otro tipo de registro biográfico. «Ya tiene título tentativo: Lástima que me doliera tanto. Al igual que María Moreno, Palacios cree haber descubierto que escribo en el aire y sin puntos finales. De eso irá el libro, no son monólogos sino que hay una intención de coagular en palabras cierta poética de temas diversos. Procedimiento cercano no al cadáver exquisito de los surrealistas sino a lo que la filóloga y poeta italiana Cristina Campo denominaba “ficción documental”. Como un etcétera de Peregrinaciones profanas. Pedro Lemebel me decía: “No hablés más, Noy: escríbelo”.
Testigo privilegiado
Tiene una memoria de oro. Cuando se le pregunta qué ve cuando mira para atrás, suspira y levanta la mirada. Apunta a un lugar indeterminado. Es un instante. Luego vuelve a mirar a los ojos. «¿Qué veo? Veo la nieve de La catedral de mi infancia, en Ingeniero Jacobacci. Mi Macondo del sur. Esa nieve que yo traducía y sobre la que escribí las iniciáticas metáforas que, para perpetuar, copié en cuadernos. Más tarde veo a Tanguito y a Miguel Abuelo convidándome cigarrillos de los que nadie reconocía aún su perfume de marihuana. Fumábamos, muy panchos, por la avenida Corrientes. Veo los canas arrastrándome literalmente de los largos pelos por “escándalo en la vía pública” y por el edicto por el cual ser gay era un crimen. Pienso en todo lo que pasé y tiemblo. Y veo más: una mujer de ojos dilatados por un fuego verde que se llamaba Alejandra Pizarnik y rebauticé Yandra», cuenta.
Tiene planes para el 2022 con Daniel Melingo, que prefiere por ahora no comentar. Dice que tuvo la fortuna de ser testigo de la creación de «Himno de mi corazón», de Miguel Abuelo y Cachorro López, de «Yo vengo a ofrecer mi corazón», de Fito Páez, y de dos piezas del Cuchi Leguizamón, «Zamba de la viuda» y «Si llegar a ser tucumana». «Yo era su manager. El Cuchi estaba al piano, en su casa de Salta, y estábamos terminando de coordinar una gira del Dúo Salteño», recuerda.
Debajo del frondoso trayecto, que incluye haber escrito letras de canciones para Fabiana Cantilo, asoma el poeta. Y tal vez no se toma demasiado en serio como tal. «Es que me cuesta admitir semejante privilegio. Mi amiga Olga Orozco decía que ser poeta es un don perverso, malsano, que te vuelve vulnerable. “Miserable milagro el de la poesía”, escribió Henri Michaux. Creo que pude resistir esa vulnerabilidad».