11 de marzo de 2015
Para el juez penal de Necochea es imprescindible pensar nuevos paradigmas para abordar la situación en las cárceles. La mediación como alternativa de resolución de conflictos judiciales.
De acuerdo con los estándares internacionales, cada persona privada de libertad debe habitar, como mínimo, en un espacio de 7 metros cuadrados. Atendiendo a esta recomendación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en el territorio de la provincia de Buenos Aires solo habría capacidad para 20.000 presos. Sin embargo, hoy se hallan tras las rejas bonaerenses casi 34.000 hombres y mujeres hacinados en 54 penales, inmersos en un contexto de muertes, tormentos, violaciones y con asistencia perfecta a una escuela de resentimiento y perfeccionamiento en el delito. Así lo entendió el juez penal de Necochea, Mario Juliano, quien presentó un proyecto de conmutación de penas para categorías específicas de detenidos al gobernador Daniel Scioli, único funcionario que puede tomar esta resolución según lo dispone la Constitución Provincial. La medida ya fue implementada por diversos países que evaluaron su estado de emergencia carcelaria y los efectos adversos para la seguridad y la economía de la sociedad. Si bien la presentación de Juliano, abolicionista y anarquista según se define, tuvo lugar hace más de un año, recientemente se reeditó su vigencia en la voz de organizaciones humanitarias y en todos aquellos que buscan salida a esta crisis. El proyecto fue discutido e impulsado en distintos ámbitos, entre ellos la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, por abogados, sociólogos, estudiantes y dirigentes sociales que se alarmaron con los últimos informes del Comité contra la Tortura de la Comisión Provincial por la Memoria, donde, entre otros, actúa el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Así, este juez penal considera que «cualquier sociedad necesita gestionar sus conflictos, pero lo que es evidente es que ni el sistema judicial ni la respuesta estatal del encierro han demostrado ser eficientes». En el siguiente diálogo explica cómo y por qué pueden implementarse alternativas destinadas a salir «del sendero a un precipicio muy cercano».
–¿Cómo describe la situación carcelaria que lo impulsó a esta presentación?
–En la provincia hemos agotado los calificativos para referir a las condiciones tras las rejas. Todos los días nos encontramos con hechos que nos sorprenden, como por ejemplo que falte alimentación para personas que tienen escasas posibilidades de atender una necesidad tan básica como comer. Las denuncias publicadas por el Comité contra la Tortura, las muertes y suicidios reales o fraguados, crecen de modo constante como los decesos por enfermedades evitables. No podemos hablar de episodios aislados sino de hechos violentos que se repiten. La violencia no es solamente poner mano sobre un individuo y la tortura no es solo aquello que uno se representa simbólicamente con una persona atada y picaneada. Hoy avanzamos a un concepto más compatible con toda pena cruel, inhumana y degradante que es el común denominador en las cárceles. Yo vivo muy cerca y por lo tanto tengo bastante contacto con la Unidad Nº 15 de Batán, donde se registraron casos de internos que fueron mordidos por las ratas. De manera que reclamamos que se proporcione un trato digno a las personas, recordando que el estar preso solamente implica la restricción de la libertad ambulatoria y no el resto de los derechos.
–En el proyecto usted enumera situaciones específicas para descongestionar los penales en la provincia. ¿Cuáles fueron los fundamentos?
–Primero, debo decir que no es un mecanismo exótico que se nos ocurrió a nosotros. Es un modo de dar una respuesta rápida e inmediata al problema de la superpoblación carcelaria; conmutando las penas a categorías de condenados que no representarían un problema para el mantenimiento de la seguridad ciudadana, intentamos descomprimir. En la propuesta nos referimos a individuos, algunos de los cuales ya están en alguna medida integrados en la sociedad, que se encuentran en fase de confianza egresando todos los días de los penales para estudiar, trabajar u otros motivos, que regresan a las cárceles solamente a pernoctar, ocupando de modo bastante irrazonable una plaza. Hemos pensado también en otros grupos como personas de más de 60 años, las madres alojadas con sus niños en los establecimientos, que es un ejemplo de la enorme trascendencia de la pena a personas inocentes de toda inocencia, como son los chicos que crecen tras las rejas.
–¿Quiénes más?
–Bueno, los condenados por los delitos tentados –aquellos que no han llegado a afectar concreta y efectivamente a terceras personas–, que no son extremadamente numerosos y no representan un peligro. También hemos incluido a los condenados a penas menores a 3 años, porque se supone que deberían cumplir esas penas de corta duración fuera de la prisión, pero debido a la perversidad de algunos jueces hay quienes las cumplen encerrados sin necesidad. Otro segmento que nos parece importante es el de los penados por los delitos culposos, aquellos donde no ha existido voluntad de realizar un daño sino que éste fue producto de la negligencia. En fin, una serie de categorías… Pero hago una acotación: esta propuesta que le hicimos al gobernador Scioli no era una cuestión automática, genérica e indiscriminada. Insistimos en que debe analizarse caso por caso.
–¿Tuvo alguna respuesta del gobernador o de su entorno?
– La respuesta vino de la mano del ministro de Justicia, Ricardo Casal, quien definió nuestra propuesta como «absurda», lo cual, por carácter transitivo, implicaría pensar que la puesta en práctica de una cláusula constitucional es absurda para el ministro de Justicia. Lamentamos la posición de Casal, porque lo que nosotros proporcionamos al Gobierno provincial es una herramienta, una propuesta de trabajo que la podemos discutir, podemos estar equivocados en algún punto, en alguna medida, pero creemos que desechar lisa y llanamente un ofrecimiento que podría dar rápidamente una solución a este problema no nos parece lo más perspicaz. De todos modos estamos conformes por haber logrado un objetivo, que es reinstalar el tema en la agenda.
–¿Qué países recurrieron a medidas como esta?
–Son numerosos. Estados Unidos, por ejemplo, que es un país que no puede calificarse justamente dentro de los progresistas. En el año 2011 la Corte Federal en un conocido caso que se llama «Plata versus California», ordenó a ese estado que liberara 45.000 presos para descongestionar los establecimientos. En ese momento California tenía 180.000 detenidos. Este es un ejemplo absolutamente paradigmático que debe formar parte de una política pública que se precie de racional. Otros países: Chile, en el año 2012, liberó 6.000 detenidos por el mismo problema de sobrepoblación carcelaria. Y en 2013 lo hicieron Bolivia y Perú.
–Incluye en su proyecto una cita del papa Juan Pablo II. Él dice que los problemas que crea la cárcel son superiores a los que pretende resolver.
–Sí, quisimos mostrar que esta no es una idea solamente de los sectores radicalizados o abolicionistas de la cárcel sino que una persona tan insospechada de tales pensamientos como Juan Pablo II, en el jubileo del año 2000, interpeló a los gobernantes para que atendieran la situación y liberaran personas en honor al jubileo. Y esa idea de que el encierro genera más dificultades de las que resuelve fue tomada por una diversidad de sectores. Entonces, no estamos tan fuera de foco.
–Usted es juez penal y al mismo tiempo se define como abolicionista de la cárcel y el sistema penal. ¿Cómo fue el tránsito desde la función judicial a estas convicciones?
–El tránsito se dio por el choque con la realidad. Creo que cualquier persona que tenga un mínimo de formación humanista, y aun sin ésta, comprende que estamos frente a un sistema fracasado: la cárcel no mejora a las personas, devasta su humanidad. Además, no tomo el trabajo de juez penal como una función ontológica. Yo trabajo de juez, que es una cuestión distinta. Y trato de honrarlo desde la posición más respetuosa de los derechos de las personas. Y sí, es un trabajo terrible juzgar a los demás, implica intrínsecamente un acto de omnipotencia. Bueno, estoy trabajando para conseguir microabolicionismos. Esta es mi idea y hay algunos logros para exhibir y muchas metas aún por alcanzar en lo más inmediato.
–¿Por ejemplo?
–Mire, 30 años atrás hablar de la posibilidad de una mediación, conciliación o salida alternativa al conflicto penal era pensar en algo de otro mundo. Hoy, hablar de suspensión de juicio a prueba o probation implica que hemos avanzado en un camino abolicionista de la respuesta más grave y más drástica del sistema penal. Estoy muy involucrado en profundizar la herramienta de la mediación. Donde yo vivo, el 30% de los conflictos judiciales se resuelven por mediación. Es decir, se prescinde del sistema judicial en general y del sistema penal en particular para resolver conflictos. Así, la persona acusada evita tener que transitar por estos laberintos que la Justicia le propone. A través de estas herramientas se pueden obtener respuestas mucho más constructivas.
–Usted ha dicho que los jueces y los abogados generaron una brecha irreconciliable con la sociedad por sus actos, su lenguaje, su vestimenta, sus hábitos, etcétera. ¿Qué ejercicio cotidiano realiza para achicar esa brecha?
–Le doy mucho valor a lo gestual. Yo me presento frente a los justiciables tal cual soy, sin ningún tipo de aditamento. Intento mantener mi legitimidad en base a lo que pienso y no a las apariencias. No soy el dueño de la verdad. Fundamentalmente tengo asumido una responsabilidad social que la canalizo a través de la Asociación Pensamiento Penal en la que participo mostrándome propenso al debate allí donde se presente, respondiendo a todos los requerimientos que se me formulen. Toda vez que puedo asisto a donde sea a debatir en un diálogo franco y respetuoso, donde seguramente podemos rever posiciones. No me instalo en ningún Olimpo. Al dar una resolución, fundamentalmente la sentencia, hemos abandonado la lectura farragosa que muchas veces ni nosotros mismos entendemos lo que quisimos decir. Nos limitamos a dar una explicación sencilla y corta de por qué resolvimos lo que resolvimos. Pequeñas y grandes cosas que pueden contribuir a achicar la brecha.
–Si tuviera que decir tres cosas elementales para que reflexionen sobre el encierro a quienes claman por más cárceles, ¿qué les diría?
–Lo primero, que hay que tomar conciencia de que ninguna persona está exenta de caer en una prisión, y que la prisión es un lugar del cual jamás se sale. Ni aun aquellos que van por unas pocas horas. Una vez que se ha entrado, ya nunca más se pueden quitar sus marcas. Sobre esto habría que reflexionar, ya no por el prójimo sino por nosotros mismos, por nuestros hijos y nuestros familiares. Lo segundo: que los ciudadanos vean cuál es el costo social y económico para nuestros países y los resultados que estamos obteniendo. En términos de inversión: ¿es productiva? Se debe analizar esto y pensar de qué manera con esta equivocada inversión estamos restando recursos a otras áreas que podrían mejorar nuestra calidad de vida en términos generales y particularmente en el tema que nos ocupa. Y tercero: que me acompañen un día a una cárcel.
–¿Qué responsabilidad le asigna al ordenamiento económico mundial respecto del encierro en prisiones como principal respuesta de los Estados al conflicto social?
–Sin duda la raíz del problema está en la sociedad capitalista en la que vivimos. Existen múltiples factores, pero detrás del delito hay montada una industria muy redituable que necesita ser retroalimentada para mantener su tasa de ganancia. Esto lo dijo el criminólogo noruego Nils Christie hace 20 años en su texto La industria del control del delito y hoy tiene mayor vigencia aún. Toda la economía que se mueve tras la cárcel es monumental. Se trata de un negocio donde se despliegan fabulosos intereses, hay lobbies que están fogoneando y generando muros y rejas para los sectores más vulnerables. Incluso, crecen las cárceles privadas, por ejemplo, en Estados Unidos. Así, creo que en algún momento el capitalismo debería rendir un legítimo homenaje a los delincuentes que le hacen ganar muchísimo dinero y sostienen todo este negocio doloroso para nosotros. El capitalismo debería decir: «¡Gracias, señores delincuentes!».
—Oscar Castelnovo
Fotos: Martín Acosta