5 de diciembre de 2021
Tarde primaveral con calor veraniego, melancolía otoñal y precios de invierno. Rebequita y Tobías comparten la mesa de un café.
–¡Ay, Tobías! –esta fue, obviamente, ella.
–¿Qué, Rebequita de mis calzones quitados? –y este, fue él.
–Dije que «Ay, Tobías», pero si no lo escuchaste te lo digo de nuevo, «Dos veces Ay, Tobías», y si no lo entendiste, te lo triplico «Tres veces Ay, Tobías», o sea «Ay, ay, ay, Tobías, Tobías, Tobías».
–Pero Rebequita de mis confusas y semifusas, ¡no sobrefactures lingüísticamente! Entiendo a la perfección el contenido de tus aseveraciones. Lo que no entiendo es la motivación de las mismas.
–Pero Tobías de mis almas en fuga, ¿de verdad es necesario un detalle de mis aquejamientos?
–Mirá, Rebequita, haciendo un balance de la economía libidinal, cuento que hemos sobrevivido a la pandemia y nos hemos vacunado. Existe en el mundo gente que nos quiere y a la que queremos, y se trata de las mismas personas (hecho no menor); contamos con trabajo, sustento, techo y servicios esenciales. Seguimos siendo pesimistas con la razón, pero optimistas con la voluntad. Me parece, Rebequita de mi corazón contento, que estás en superávit, que no tienes motivo alguno para quejarte.
–¿Ves cómo sos, cómo estás, cómo parecés, cómo semejás? ¡Quien pueda afirmar semejante cosa en estos tiempos, Tobías de mi musculosa estampada, es porque vive en el limbo hollywodense del Conurbano chipriota, o en sus cercanías! Pero como dijo un poeta o un biólogo, «Por sus contradicciones, los reconoceréis».
–¿Qué?
–¡No digas «¿Qué?», como si fueras un miembro prominente de la más rancia igno, Tobías de mis licuados de manzana con agua filtrada. Tú mismo lo afirmaste en tu negación. Si no tengo «de qué quejarme», como decís, entonces estoy en una situación terrible. En este mundo competitivo y febril, corro en total desventaja respecto de los miles de millones de personas que sí tienen algo de lo que quejarse. Ellas, elles y ellos pueden decir, con orgullo, o al menos con dignidad, que les falta esto, eso, aquella o aquelle, y así tener espacio en los medios; mientras que yo, ¡pobrecite de mí!, estoy condenada al ostracismo mediático y solo puedo hacer gala de mi falta de faltas, de mi escasez de escaseces frente a ti, y ¡ni siquiera logro que vos te compadezcas de mi penoso penar!
–Pero Rebequita de mis mates artesanales, no lo veas así, ¡millones de personas envidiarían tu situación!
–¡No aclares que oscurece, Tobías de mi yerba con palo! Cada vez que abrís la boca la empeorás. ¡Ahora me decís que tooooda esa gente no solamente tiene motivos para quejarse, sino que también tiene, o puede tener, envidia, ¡uno de los más cotizados pecados capitales! ¡Y yo, ni esoooo! ¡Ay, ay, ay, ay, ay, Tobías multiplicado por cinco!
–No hay caso. Dios (si existe) le da pan a quien la prepaga no le cubre odontología –debe haber pensado Tobías… ¿O lo dijo?