11 de marzo de 2015
Excesivo individualismo, omnipresencia de las selfies, compulsión a exhibirse. El narcisismo, patología característica de estos tiempos, afecta también a los más chicos. El rol de las nuevas tecnologías.
Crees que los niños son más narcisistas que nunca?», preguntó recientemente el diario español La Vanguardia. El 85% de sus lectores opinó que sí. La encuesta acompañaba una nota sobre la generación «photocall», una camada para la cual fotografiar y ser fotografiado, en un mundo que se retrata permanentemente, es algo tan cotidiano como lavarse los dientes. De hecho, el término photocall, fusión de «fotografía» y «llamada», en inglés, hace referencia al sitio en que los famosos posan ante las cámaras, cuando llegan a un evento: una especie de alfombra roja que, en el mundo anglosajón, se ha puesto de moda en fiestas adolescentes e infantiles.
En la mitología griega, Narciso era un joven de gran belleza que rechazaba a quienes lo amaban. Un día, al volver de una cacería, se inclinó a beber agua en una fuente. Enamorado de sí mismo, no pudo dejar de mirar su reflejo, al punto que cayó al agua y murió ahogado. Actualmente, el equivalente a ese estado de embelesamiento serían las selfies. El culto a la imagen no es solo individual. Lo promueven, por ejemplo, los padres que publican en las redes sociales hasta la cosa más nimia que hacen sus retoños. A propósito, la idea que planteaba el artículo de La Vanguardia era: ¿no será que estamos creando narcisos desde la cuna?
«Vivimos en una cultura que promueve el narcisismo», subraya Mónica Cardenal, psicoanalista y especialista en niños y adolescentes de IPA (Asociación Psicoanalítica Internacional). «En las formas psicopatológicas más modernas, en los adultos se relaciona con un sentimiento de vacío existencial. La persona puede haber estudiado, armado una familia, ser destacado en su trabajo, pero hay una angustia básica que busca mitigar con cuestiones exteriores, de la propia imagen o de adquirir lo último. Son estados que coinciden con la cultura actual, de valores externos. Esto de andar pendientes de la moda o del cuerpo firme, de la musculatura».
Ya en los años 70 el sociólogo estadounidense Christopher Lasch hablaba de la «cultura del narcisismo». Según él, cada época desarrolla su propia forma particular de patología. De ese modo, la cultura y personalidad narcisistas caracterizarían estos tiempos como la represión a la época de Freud. El narcisismo sería el principal «síntoma» del declive del capitalismo, y producto de ello reinarían el espíritu competitivo y el excesivo individualismo, la incapacidad para aceptar la vejez y la necesidad de triunfo y reconocimiento. La cultura del narcisismo reflejaría, especialmente, «las condiciones materiales de la vida en las sociedades posindustriales, en las que el nivel y situación sociales dependen más del consumo que de la producción».
Los jóvenes de hoy visitan páginas en Internet que les permiten autopromocionarse y profesan una fascinación por los famosos y los reality shows. De acuerdo con un relevamiento que realizó Jean Twenge, profesora de la Universidad de San Diego y autora del libro Generación yo, basándose en encuestas a unos 16.500 estudiantes universitarios de EE.UU., estos están más centrados en sí mismos, y son más arrogantes y más irrespetuosos que sus pares de hace 30 años. En 1979, el 15% de los encuestados tenía altos niveles de narcisismo, algo que aumentó a 24%, en 2006. Se trata de gente que respondió cosas como: «Si dominara el mundo, sería un lugar mejor».
¿Qué papel juega la cultura digital en esto? «Los dispositivos digitales indudablemente traen una especie de intensificación de las prácticas narcisistas. Pero esto no implica solo individualismo sino, en todo caso, la afirmación de una de sus formas más particulares que es un individualismo altamente dependiente de la confirmación del otro para sentirse “bien”», responde Pablo Semán, doctor en Antropología Social, investigador del Conicet y profesor de la Universidad Nacional San Martín (UNSAM).
Desde el mundo del arte, en una entrevista con la revista Ñ, Luis Pérez Oramas, curador del Museo de Arte Moderno de Nueva York, abordó el tema opinando que «hay un síndrome de narciso generalizado y la imagen más superficial de este síndrome es la soledad de cada persona frente a las pantallas. Pueden estar conectados con el mundo, pero en sí están solos. Esa es la situación de Narciso».
Un serio problema
Si bien hasta los 3 años de edad, el narcisismo es una etapa normal de la infancia, pasado ese momento, el niño deja de centrarse en sí mismo y comienza a interesarse por los otros. «Si no hay una buena estructuración narcisista esto trae problemas serios», explica Abel Fainstein, psicoanalista y expresidente de la Asociación Psiconalítica Argentina (APA) y de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAl). «Los padres nombran a un hijo y le dicen que es el más lindo del mundo, que es maravilloso. Con el nacimiento de un hermanito, el chico deja de ser el hijo maravilloso. Normalmente, lo asimila, si no, es que algo malo pasó», agrega.
El jardín de infantes suele ser el lugar donde el niño se enfrenta con que no es el número uno, porque hay otros chicos que son más lindos o más listos que él. «El narcisista no lo acepta. Hay padres que cortejan su narcisismo, pueden decirle que es un genio jugando al fútbol y resulta que no. Eso provoca una herida narcisista… Son chicos que no pueden aceptar algo que los frustra. Si eso se incrementa, se convierte en algo patológico; el amor por sí mismo desconoce al otro», indica Fainstein.
Cuando crecen, los narcisistas tienden a ser más temerarios y promiscuos, y a demostrar mayor grado de compulsiones, como beber, consumir, apostar. «Sí, pueden ser sujetos menos dedicados al otro, menos responsables, menos generosos», enumera Cardenal. «Alguien saludable no es así. Debo decir también que cuando a un niño se le da todo, se le está dejando solo, y la mente arma defensas frente a la soledad, como la negación o la omnipotencia… Cuando el sujeto crece muy volcado hacia sí mismo, tiene poca capacidad de cuidar relaciones con el otro, cualidades que, por lo demás, hoy se ven muy poco en chicos y en adultos… Los chicos narcisistas tienen tendencia a las adicciones, a los trastornos de alimentación. No tienen una interioridad a la cual agarrarse, entonces optan por las drogas o la comida. Prefieren depender de eso que de otro humano, porque, al hacerlo, no corren el riesgo de ser rechazados».
Contrariamente a lo que pueda pensarse, el narcisismo patológico evidencia una baja autoestima, por ello, quien lo sufre se esfuerza por suscitar la admiración externa. Por ejemplo, si saca las mejores notas, no lo hace porque eso lo hace feliz y le estimula a aprender más, sino porque le permite llamar la atención. «El chico puede ser muy bueno académicamente, pero tiene una hiperquinesia verbal, por ejemplo, o un liderazgo negativo, de sometimiento o control del otro», indica Cardenal. «Esto puede comenzar a manifestarse desde los 3 años en adelante. Con el tiempo se hace más ruidoso, cuando el entorno y las relaciones lo denuncian, y puede haber continuidad hasta la adultez… Es un tema que no se toma con la seriedad que se debería», afirma.
El costo de estar con estas personas es exponerse a parejas dadas a conductas agresivas, egoístas y hasta antisociales. Además, los narcisistas tienen percepciones distorsionadas de sus habilidades y suelen engañar a otros y a sí mismos. Pueden imaginarse que son atractivos o poderosos, e, incluso, buscar reafirmación y atención, robándoles el crédito a otras personas, exhibiendo a sus cercanos como trofeos o persiguiendo aclamación pública. Según Cardenal, también se trata de individuos menos maduros y con menos condiciones de amar y crear, «porque no es lo mismo ser exitoso que ser creativo. El creativo tiene capacidad para amar, pensar, simbolizar».
El narcisismo aparece como uno de los principales factores asociados con trastornos psíquicos. «La patología más clásica es la depresión, que es como la patología del ideal, la pérdida de la ilusión. Pensé que iba a ganar esto y no lo gané, el Nobel, por ejemplo. O que iba a ser millonario, y no lo soy. Y la mayoría no va a conseguir ninguna de las dos cosas. Hay chicos que se deprimen», sostiene Fainstein. «La época en que vivimos favorece esto: en esta sociedad, la gente gorda se deprime porque no puede ocupar un lugar; la gente vieja, porque pierde su lugar, y así. Es algo que veo mucho en consulta».
Un artículo de la revista nicaragüense de análisis Envío consigna dos influencias que han propiciado el desarrollo actual del narcisismo: el contexto estadounidense y el enfoque filosófico de la posmodernidad. «Se ha producido el fin del homo politicus para dar lugar al nacimiento del homo psicologicus, obsesionado por la búsqueda de su ser y su bienestar… Atrás quedó la solidaridad, “la pasión por el nosotros”, tan propia de otras épocas», señala la nota. Semán coincide con esa mirada: «Las formas individualistas se han fortalecido y sin que ello implique la generalización y la homogeneización, vemos aparecer nuevos tipos sociales y, sobre todo, vemos la presión del individualismo en el seno de instituciones que, como la escuela, el deporte, el arte, las religiones, se ven obligadas a transformarse para contenerlo. Pienso, por ejemplo, en las prácticas de la nueva era, que son más afines al espíritu individualista y que tanto se han desarrollado de forma independiente o transversal a las religiones establecidas, especialmente el catolicismo».
¿Cómo evitar que los niños crezcan absortos en sí mismos, creyendo que todas sus necesidades deben ser satisfechas? «La crianza es un proceso complejo. Hay conflictos del desarrollo. Los padres tienen que aceptar eso y acompañar a sus hijos. Hay que ayudarlos a crecer de manera saludable», dice la psicóloga Cardenal. También, como propone el neuropsicólogo pediátrico estadounidense Steve Hughes, habría que enfocarse en la socialización: «criar a los hijos no para que sean felices, sino amables», porque, según dice, «los niños con una buena socialización son felices”. Así, vueltos hacia el mundo y no hacia su propio ombligo.
—Francia Fernández