15 de septiembre de 2021
Empezaron revolviendo la basura para poder comer, hoy representan el 65% de la economía popular y luchan por la dignidad de su trabajo. Un feminismo desde abajo.
Juntas. Tras años de trabajar en soledad, fundaron una federación que las representa.
Cortesía Prensa FACCyR
Todas tienen historias parecidas. Se enfrentaron con la carencia absoluta, con tener que buscar qué comer revolviendo la basura. Estuvieron solas, rechazadas, despreciadas. Pero no aflojaron. Se fueron juntando, organizando, formaron grupos, cooperativas y hoy hasta tienen una federación. Son las cartoneras, recuperadoras urbanas o recicladoras, una actividad de la economía popular en la que las mujeres representan hasta el 65%.
«Somos muchas, más que en otros países de América Latina –dice Jacquie Flores, coordinadora del Programa de Promotoras Ambientales de la Ciudad de Buenos Aires, secretaria de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCYR) y referente de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP)–. Hace 9 años formé el primer equipo de promotoras ambientales en CABA: hoy son 60 y hay otras 500 compañeras en todo el país. Muchas quedamos con lesiones por arrastrar carros de más de 100 kilos. Buscamos que las compañeras elijan qué hacer, no esperar a tener el cuerpo destruido. Recorremos casas, escuelas y otros lugares para enseñar al vecino cómo separar los residuos en origen para reciclarlos y evitar que mucha de la basura que tiramos termine en un relleno o en un basural. Ya se sumaron 19 provincias».
Jacquie Flores tiene 52 años, es cordobesa, madre de cuatro hijos y tiene una nieta. Llegó a Buenos Aires cuando era niña. Fue vendedora ambulante, siempre en la pobreza, y cuando la desalojaron de una casa tomada con sus hijos empezó a cartonear.
No es muy diferente la historia de Cristina Lescano, la pionera. «Empezamos hace 30 años, éramos cirujas, cartoneros que revolvíamos la bolsa de basura, comíamos de la basura, no teníamos nada –recuerda esta mujer infatigable de 60 años, que tiene tres hijos y está al frente de la Cooperativa El Ceibo–. Hemos crecido, aprendido un montón, los vecinos separan en origen, tenemos máquinas, uniformes, ganamos una licitación con el Gobierno de la Ciudad, somos 12 cooperativas en CABA, las que empezamos fuimos mujeres y seguimos siendo mujeres y por lo general somos responsables de cada tarea que se cumple».
Desde fines de 2019, también es una mujer la primera directora nacional de Economía Popular: María Castillo, 44 años, dos hijos y vecina de Villa Fiorito, cerca de donde nació Maradona. «Sabemos que hay más de 150.000 trabajadores en la economía popular, pero estamos relevando información –explica María, que estudia Gestión Ambiental en la Universidad Nacional de Lanús–. La mayoría enfrenta problemas parecidos: falta de herramientas y de acompañamiento de los municipios. Y también que la sociedad se acostumbre a separar los residuos».
Leonor Larraburu, «la Leo», como la llaman, tiró muchos años de un carro y dice que eso se siente en el cuerpo. Madre de ocho hijos, es trabajadora de la economía popular desde 2001. Referente de la FACCYR, está al frente de la cooperativa Amanecer de los Cartoneros, donde trabajan 5.200 personas e integra la 18 de abril, en Escobar, que da trabajo a 1.800.
La Leo es una de las «rebeldes» que acampó en Barrancas de Belgrano en 2007 cuando TBA suspendió el servicio del Tren Blanco, como llamaban al tren que transportaba cartoneros desde José León Suárez a la CABA. «Pero conseguimos que el Gobierno de la Ciudad nos pusiera transporte ida y vuelta hasta el Gran Buenos Aires y ahí arrancamos con el Amanecer de los Cartoneros».
Empoderadas
«Muchas mujeres son referentas de su cooperativa –dice María Castillo–. Están empoderadas, tienen responsabilidades como presidenta, secretaria, tesorera, y las tienen muy bien llevadas».
Un caso emblemático es el de Cristina Lescano, que prefiere no teorizar sobre feminismo, pero lo primero que hizo cuando empezó a organizar la tarea de la cooperativa fue conseguir píldoras anticonceptivas para las compañeras, que no podían comprarlas porque apenas les alcanzaba para comer. «No vamos a discutir si somos iguales a los hombres –dice, como restando importancia al tema–. No, no somos iguales. Los necesitamos, hay trabajos que por el esfuerzo las mujeres no podemos hacer. Machismo hay, pero no tanto. Las mujeres somos más prolijas, somos las ecónomas, acá y en nuestras casas. Somos mucho más inteligentes que los hombres y hacemos muchas cosas mejor que ellos».
Alicia Montoya, docente casi a punto de jubilarse (está por cumplir 60), está al frente desde 2003 de la cooperativa El Álamo, que atiende los barrios porteños de Villa Pueyrredón, Villa Devoto y Villa del Parque, Parque Chas, Agronomía y Santa Rita. Montoya era integrante de la Asamblea de Vecinos cuando se acercó a los primeros cartoneros y junto con ellos creó la cooperativa. Y dice que son muchas las cartoneras que crían solas a sus hijos. «Los chicos crecen con mucha subordinación a la autoridad materna. A veces la madre ejerce cierto nivel de violencia cuando los hijos ya son grandes o sobre los yernos, cuando las hijas forman pareja».
Jackie Flores asegura que no siempre es fácil encontrar feminismo auténticamente popular. «Creemos que la opresión es un varón que nos violenta –dice–, pero nosotras estamos atravesadas por muchas violencias: levantarte a las cuatro de la mañana, caminar 30 cuadras y que el objetivo sea un basural a cielo abierto. Muchas somos solas, jefas de hogar: hay un tipo que se borró. Al feminismo no lo veo en el basural: te proponen actividades como el termómetro de la violencia. Que un insulto es violencia… Violencia es tener que comer de un basural».
María Castillo explica que también en las cooperativas hay violencia de género. «Estamos atentas –afirma–. Siempre hablamos con las compañeras y si hay problemas se les da sostén». Otro apoyo a las mujeres deberían ser las guarderías. «No es fácil –agrega Castillo–. Son muy pocas las cooperativas que lo han logrado. Requiere mucha inversión, hay que sostener alimentos, cuidados, profesionales. Pero es un objetivo».
Basurales y pandemia
Durante la pandemia aumentó la cantidad de trabajadores que salen a cartonear en forma individual. «Gente que empieza como empezamos nosotros, por necesidad –afirma María Castillo–. La diferencia es que en nuestra época era un delito y ahora no».
Jackie Flores explica que en el país hay unos 500 basurales a cielo abierto, donde muchos van a buscar materiales reciclables y alimentos. Pero pertenecer a una cooperativa «te saca de esa pobreza estructural», enfatiza. Es que esa inclusión social supone llevar un sueldo a la casa, mitad pago por los municipios y mitad por lo recaudado en la venta de reciclados a la industria. La idea, dicen, es que más trabajadores informales se sumen a ese circuito.
«Con la pandemia tuvimos muchas bajas –se lamenta Leo Larraburu–. Y muchos compañeros independientes que no están en el sistema, privados de salir a trabajar todos los días. Con la FAACYR queremos organizar la mayor cantidad de cooperativas y cobijar a todos. Poder llegar al basural a cielo abierto, donde muchos laburan sin condiciones dignas. Estamos trabajando para que sean reconocidos, trabajar dignamente y llevar el plato de comida a su casa».