14 de septiembre de 2021
A ocho años de su último estreno cinematográfico, el director volvió a los primeros planos con la exitosa El Reino, que marca su debut en el formato serie.
Marcelo Piñeyro habla con un entusiasmo y una efervescencia impropios de su carácter contenido y austero. Es que poco después de su estreno, El Reino se convirtió en la serie del momento y su director y coguionista por fin pudo dejar atrás sus «temores, noches de insomnio y días de estar cortando clavos». El arranque, dice, «por suerte superó mis expectativas y las de Netflix: el crecimiento de espectadores fue notorio semana a semana. Humildemente, lo vengo percibiendo no solo en la calle, sino también en las redes sociales y en el medio al que pertenezco, que es bastante mezquino a la hora de felicitar por el trabajo ajeno», comparte el experimentado realizador con Acción, en el bar de avenida Libertador del que es habitué.
Protagonizada por un elenco multiestelar encabezado por Diego Peretti, Mercedes Morán, Joaquín Furriel, Chino Darín, Peter Lanzani y Nancy Dupláa, El Reino relata la historia de Emilio Vázquez Pena, un pastor evangélico que es candidato a la vicepresidencia. Si bien la serie describe a la Argentina «como un país corrupto, con inflación, desempleo y una Justicia que beneficia a los delincuentes», Piñeyro aclara que «se trata de una ficción que no está inspirada en hechos reales, solo que uno escribe influenciado por su entorno». La trama fue creada a cuatro manos junto a la escritora Claudia Piñeiro, con quien ya había trabajado en La viuda de los jueves, la película basada en la novela homónima.
–Hablabas del furor en las redes sociales, pero no participás de ellas.
–¿Quién te dijo? Soy un adicto a Twitter, pero no publico nada, soy invisible, solo participo muy asiduamente como lector. A veces muero por escribir algo, pero por suerte me puedo contener. Creo que las redes son un poco malsanas, una vez que entrás es muy difícil salir.
–No lo hiciste ni siquiera cuando la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas criticó duramente la serie y arremetió contra Claudia Piñeiro.
–Estuve a muy poco de hacerlo, pero como vi el rechazo casi unánime que generó no solo del colectivo de artistas sino de la sociedad en general, sentí que mucho más no podía aportar.
–¿Por qué pensás que se la agarron con ella y no con vos?
–Porque es mujer, porque es feminista y por su conocida militancia a favor del aborto, no tengo dudas. Emitieron el comunicado sin haber visto la serie, porque está explicitado en la ficción el trabajo de los evangelistas en cárceles y en sectores marginales. Pero bueno, la historia tiene un contenido ficticio que molesta, porque también habla de la posverdad, las fake news, los trolls y la dialéctica amigo-enemigo.
–También pone de manifiesto la injerencia de las religiones como un elemento de la política.
–En las tres Américas, empezando por la del Norte, las iglesias evangélicas se convirtieron claramente en el ariete de una nueva derecha que tiene como objetivo una restauración conservadora muy fuerte. La presencia de los evangélicos en los gobiernos de Trump y de Bolsonaro es una clara muestra de este movimiento, que empezó a crecer a grandes pasos y tuvo réplicas más pequeñas como Iván Duque en Colombia.
–¿Cómo surgió la propuesta?
–En 2017 nos llamó un productor que pensaba realizar una reversión de La viuda de los jueves en una serie adaptada a España. En aquella época Big Little Lies era un furor allí y creo que pretendía algo parecido. Si bien no nos interesó ese motivo, con Claudia seguimos viéndonos y nos descubrimos amantes de las mismas series y nos dieron ganas de hacer algo juntos. «¿Y si planeamos un proyecto nuestro?», le propuse. Así fue que nos empezamos a juntar todos los días a escribir ideas. Pasaron los meses y dos ideas empezaron a pisar fuerte: una sobre la posverdad y las noticias falsas y otra sobre el asesinato de un candidato a presidente, que fue la que nos gustó más. Y así fue que también aparecieron los personajes.
–¿Los personajes aparecieron antes que la historia?
–¿Raro, no? Pero sí, teníamos los nombres, los roles, sabíamos del pastor, de la fiscal, del operador político, el feligrés. La rutina de trabajo era juntarnos en la casa de Claudia a la mañana y por la tarde enviarnos por mail lo que habíamos sacado en limpio.
–¿Habías trabajado así antes?
–Sí, siempre trabajé con otro guionista, lo hice con Marcelo Figueras, Aída Bortnik y Mateo Gil. Por eso me sentí muy cómodo, ya que tenía una gimnasia importante. Con Claudia fluyó y, cuando tuvimos un esqueleto de la historia, sin profundización ni mucho menos un final, le mandamos el proyecto a Netflix.
–¿Cómo llegan a contactarse con Netflix?
–La persona que está a cargo del contenido de ficción en español, el mexicano Francisco Ramos, había producido mis películas Kamchatka, El método e Ismael. Y hace un tiempo se comunicó conmigo pidiéndome que le hiciera alguna propuesta. Así que se la hicimos llegar y previne a Claudia para que tuviera paciencia, que estas iniciativas podrían llevar no menos de dos meses. Y la respuesta llegó en menos de 24 horas. Reconozco que me sorprendieron la velocidad y el interés. Nos citaron, fuimos al otro día y nos dijeron que les había encantado, pero querían saber cómo seguía la historia. Con honestidad les respondimos que no teníamos idea, pero que si les interesaba podíamos ponernos a trabajar en el desarrollo y el final. Yo pensé que nos iban a citar nuevamente cuando tuviéramos toda la trama pero no, nos pidieron los datos de nuestros abogados para firmar contrato y ponernos a trabajar cuanto antes.
–¿La idea de la serie estuvo desde el inicio?
–Sí, con Claudia teníamos muchas ganas de zambullirnos en ese mundo que conocíamos como espectadores, pero del que tan ajeno nos sentíamos. Yo descubrí el formato narrativo de la serie a comienzos del nuevo milenio con The Wire, que me movilizó mucho y desde entonces empecé a cranear la idea de hacer una, pero hasta ahora no me había animado.
–¿Los afectó la pandemia?
–Empezamos a filmar en enero de 2020 e interrumpimos el 19 de marzo, cuando se decretó la cuarentena. Hasta allí teníamos un tercio del total de la serie, pero tuvimos la suerte de haber realizado las escenas multitudinarias en el estadio Arena Movistar, donde se ve el fin de la campaña política y otra en el templo, que con protocolo habría sido muy complicado llevarlas a cabo. Salvo algunas escenas que con Claudia nos replanteamos, lo que más nos impactó y afectó de la pandemia fue el parate: estuvimos casi seis meses inactivos.
–¿Qué actor te sorprendió más?
–La ductilidad de Joaquín Furriel para encarnar a Rubén Osorio, ese operador político que no tiene moral y del que no sabés nada de su vida. Fue una construcción muy complicada y en la que nos divertimos a medida que le agarraba la mano a este tipo que además de no tener moral, tampoco emite juicio sobre las cosas.
–Ya se anunció que habrá una segunda temporada.
–Sí, estamos trabajando en los guiones de la nueva temporada, pero habrá que esperar. La idea de Netflix es estrenarla en marzo de 2022, para eso tenemos que tener el guion listo en noviembre, así que estamos tipeando con Claudia a paso redoblado.
Volver al cine
Hace una pausa Piñeyro, que aprovecha para terminar su medialuna y beber su café cortado. Luego enciende un cigarrillo. Una señora que cruza la calle le hace señas de manera ampulosa. «¡Me encanta El Reino!», exclama al paso. «Tuve la suerte de hacer títulos populares como Tango feroz, Caballos salvajes, Plata quemada, Cenizas del paraíso, pero siempre pude mantener cierto anonimato, algo que disfruto enormemente. Por supuesto que me encanta el reconocimiento, pero esto de que me identifiquen en la vía pública no es frecuente», dice.
–Tu última película fue Ismael, realizada en España en 2013. ¿Qué pasó en estos ocho años?
–En 2014 me sumergí en un proyecto cinematográfico para hacer aquí en la Argentina, con el que estuve trabajando dos años, pero finalmente decidí no seguir. Estaban los guiones terminados, la producción avanzada, faltaba empezar a rodar pero sucedieron algunas cosas que me costaría explicar. Sentí que no tenía que hacer esa película y me bajé. Después, en 2016, estuve inmerso en otra preproducción en España, Enemigo, que se fue demorando porque tuvimos que esperar al que sería el actor protagonista, Tahar Rahim. La situación se prolongó más de la cuenta y coincidió con el comienzo del trabajo de El Reino.
–Muchos se preguntaban qué había sido de tu vida.
–Con todo respeto, yo no me hago cargo de eso. Quizás podían pensar que estaba jubilado, pero yo nunca me sentí retirado ni terminado. Eso no quita que la sintonía con la gente, ese vínculo que permanece durante años, de un día para el otro puede desaparecer. Y eso sí me da mucho temor y me lo pregunto siempre. ¿Me bajarán el pulgar? La semana previa al estreno de El Reino tenía miedo de fracasar. No vale la experiencia en este trabajo, además soy una persona muy insegura, dudo de lo mío constantemente, la paso mal de verdad.
–¿Y cómo te sentís ahora?
–De la misma manera que me sentía después del estreno de Tango feroz, por la repercusión de la gente, por lo que veo en la calle, en las redes sociales y en los medios. Así como sucedió con Tango feroz, El Reino copó el debate público. Se ve que los bautismos me vienen bien: a mis 68 años está bueno seguir debutando en distintos géneros.
–¿Rechazaste muchas propuestas?
–Sí, muchas, pero no porque con los años me haya convertido en un tipo exquisito. Lo que me pasa es que si no es un proyecto surgido de mis entrañas, siento que no lo termino de entender. Me pasó de rechazar ofertas que llegaban desde Estados Unidos, donde mis películas tuvieron una importante repercusión. Me propusieron dirigir dos capítulos de Six Feet Under, una serie que me encanta. Viajé a Estados Unidos, tuve reuniones y me pasó de salir sin entender qué me estaban pidiendo. Tuve la sensación de que el utilero tenía más claro lo que sucedía que yo.
–Ahora que estás de los dos lados del mostrador, ¿creés que Netflix está matando al cine?
–Honestamente, no. El tema de la pandemia no se puede soslayar: le ha hecho mucho daño al cine de las salas, al presencial. Antes de eso había una tendencia en la que el streaming, no solo Netflix, iba ganando terreno. Pero ya había un tema antes de la pandemia: el de la distribución. Y se decidió que la mayoría de las salas estuvieran disponibles para el mainstream pochoclero, mientras que el resto quedaba muy marginado.
–¿Qué sucederá con el cine cuando la vida se normalice?
–A la gente le va a gustar salir de su casa y el cine será una de las opciones, porque querrá volver a vivir esa experiencia de disfrutar una película y compartirla con desconocidos.
–¿Tu idea es volver al cine o Netflix te «cooptó»?
–En un punto, a mi edad tengo la vida recorrida y debo decir que tuve mucha suerte en mi profesión, logré hacer películas importantes, que le fueron muy bien y me dieron cierto poder para negociar. A lo que voy es que voy a hacer lo que tenga ganas de hacer y donde me sienta más cómodo. Yo espero volver al cine algún día.