10 de diciembre de 2014
Volver a trabajar después de parir equivale a encontrarse con un universo hecho para varones, con licencias inadecuadas y escasas opciones para el cuidado de los niños, entre otros obstáculos.
Ser madre implica un cambio radical en la vida cotidiana, más aún cuando a los juegos y las mamaderas se suman las obligaciones laborales fuera de casa. En Argentina, la inserción de las mujeres en el mercado del trabajo se fue incrementando en la última década pero todavía hay brechas por zanjar: existen empleos considerados masculinos a los que, por tradición cultural, a ellas no les resulta fácil acceder, razón por la cual las ocupaciones informales se convierten en su opción más frecuente, sobre todo cuando son jefas de hogar.
Las dificultades para elegir un trabajo digno aumentan a medida que más hijos crían las mujeres. Un informe del Ministerio de Trabajo pormenoriza que si bien el 60% de las madres de un solo hijo cuentan con un empleo, esa proporción desciende al 45% para las madres de dos y llega a apenas al 30% para quienes tienen tres o más hijos. Se trata de datos que surgen del paper titulado Políticas de equidad de género, talleres de negociación colectiva que elaboró la Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo (Cegiot), un organismo especializado que el Ministerio puso en funcionamiento en 2008.
Esos números tienen razones sociales: la dificultad de combinar los requerimientos familiares con los horarios laborales, que pocas veces pueden flexibilizarse ante las demandas y necesidades de los hijos, y el peso del prejuicio de que una mujer con una familia numerosa tenderá a faltar más o a ser menos «productiva».
Hay otra influencia para esa inequidad: la mayoría de las mujeres con hijos están subocupadas, por lo que se encuentran en condiciones menos ventajosas para negociar sus condiciones laborales. La Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) redactó un informe nacional sobre el cumplimiento del Consenso de Brasilia, un documento aprobado en la Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe realizado en 2010 que llama a los gobiernos de la región a adoptar las medidas de política social y económica necesarias para avanzar en la autonomía e igualdad de las mujeres. La FEIM coincide en que una de las variables de la desigualdad es la subocupación horaria –trabajos temporales e informales por lapsos cortos–, que «sigue siendo una característica marcada de la presencia femenina en el empleo: casi la mitad de las mujeres asalariadas trabaja menos de 35 horas semanales, mientras que los varones en esa situación alcanzan el 21%», describe el estudio. Pero el problema no termina allí: cuando por decisión o necesidad las mujeres deben regresar al mercado laboral luego de parir, encuentran una oferta acotada a sectores tipificados como femeninos. La última investigación que la cartera que dirige Carlos Tomada difundió este año sobre «Indicadores más relevantes de la inserción de las mujeres y los varones en el mercado de trabajo» enfatiza que «las ocupaciones en las que mayoritariamente se desempeñan las mujeres se asocian al rol tradicional de “amas de casa” como los de enfermeras, maestras, empleadas domésticas, niñeras, cuidado de enfermos y mayores». Y son mayoría en el mercado no registrado, donde la brecha de ingresos en 2013 fue del 39,4% a favor de los varones.
Para la Cegiot, «la sobrerrepresentación femenina en oficios precarios produce bajos ingresos, inestabilidad, falta de cobertura social y pobres condiciones y medio ambiente laboral». Eso también redunda en dificultades para cuidar a los chicos, aunque la Asignación Universal por Hijo trate de paliar la faz financiera de ese problema.
Licencias
Volver al hogar luego de varias horas de trabajo suele ser sinónimo de felicidad pero también de más responsabilidades. Según la última encuesta del Indec sobre trabajo no remunerado, las mujeres ocupan 6 horas y media diarias a cumplir con esas actividades, más de un cuarto de su día: una jornada laboral. El informe de FEIM explica que ello se debe a «una concentración de las responsabilidades de cuidado en los hogares y en las mujeres». «Es un poco mentiroso el discurso que te dice que debés tener tu profesión y ganarte el espacio, salir y producir, conectarte con el mundo exterior. Se mira mal a la que se queda en casa con los hijos pero también a la que quiere volver a trabajar rápido» después de parir, cuestiona Valeria Wasinger, integrante del colectivo Las Casildas que se dedica a acompañar a las madres durante el embarazo, el parto y el puerperio.
Hay una variante más: la legal, porque «el mundo laboral sigue siendo pensado para varones», asume. Las licencias con goce de sueldo duran un trimestre para las mujeres que trabajan en el sector privado y llega a los 100 días para quienes se desempeñan en el sector público. En Santa Fe, las empleadas estatales gozan de entre 90 y 120 días de licencia según la jurisdicción. Sin embargo, la provincia aprobó una ley que extendió el plazo mínimo a 180 días y otorgó 8 días corridos a los padres. En Tierra del Fuego la licencia llega a 210 días para las madres y 15 para los padres. Mientras las docentes porteñas gozan de 165 días, las de la provincia de Buenos Aires disponen de 135 y la licencia por paternidad es de apenas 5 días. ¿Qué sucede con los papás? «Ni hablar de que pueda tomar tareas de cuidado con apenas dos días de licencia», plantea Wasinger. Es que en la mayoría de los casos, un trabajador cuenta con 48 horas corridas con goce de sueldo por nacimiento de un hijo, uno menos que por fallecimiento de un familiar directo. Lo escaso que es ese tiempo profundiza la preocupación de la madre respecto de quién cuidará al nuevo ser si ella debe o quiere volver al trabajo, también porque son pocos los ámbitos laborales que cuentan con guarderías.
De hecho, el análisis sobre la aplicación de la normativa que vela por el respeto de las mujeres en Argentina elaborada por la fundación que dirige Mabel Bianco denuncia que «desde la década de 1990 se produjo una disminución del apoyo gubernamental a los padres para el cuidado de los niños menores de 4 años a través de las guarderías infantiles administradas por el Estado provincial o local. Esto repercutió de forma muy negativa en la conciliación entre vida laboral y familiar». Los de más poder adquisitivo resultan beneficiados porque pueden costear jardines maternales o niñeras, si no hay una persona de confianza.
Redes de ayuda
De la mano de las condiciones socioeconómicas que las atraviesan, hay un cóctel de emociones con el que algunas madres se encuentran al salir a buscar trabajo o regresar al que tenían antes de parir. «Siempre hay un tironeo. Muchas, lejos de vivirlo como un alivio o algo lindo a nivel personal, lo atraviesan con mucha frustración y presión. Pensás que no vas a poder», describe Wasinger, que conformó con Julieta Saulo y Mariela Franzosi un grupo de doulas, mujeres formadas para acompañar a otras en el proceso de ser madres.
Hay una mezcla de deseo, culpa, miedos y ganas. «Volver al trabajo después de ser madre de mi primera hija fue un paso duro. Si bien eran pocas horas que estaba fuera de la casa, se complicaba con el tema de amamantar y con la preocupación de tener una beba prematura a pesar de que contaba con mi madre para su cuidado», relata Marisol Cancinos, una docente que reside en Esteban Echeverría, al sur del Conurbano bonaerense. Además, «se hacía difícil “mantener la concentración” en clase como antes y combinar la demanda de corregir después de hora con las necesidades de la niña. Al terminar la jornada laboral y volver, había esa necesidad de contacto piel a piel».
Analía Pereslindo, una diseñadora de indumentaria que reside en Monte Grande, esperó al año y medio de vida de su beba para regresar a trabajar, luego de que la empresa en la que se había desempeñado la desafectó al enterarse de que estaba embarazada. Dar el paso la llena de algunos temores, pero también de expectativa. «Nos va a servir a ambas: a ella para socializar, aunque no tiene problemas con eso hasta ahora, y a mí para dejar de creer que soy indispensable para ella», augura.
No siempre es tan sencillo salir de casa. A veces las madres son objeto de críticas, desde la desvalorización de la «revolución» hormonal que se genera al parir hasta las inseguridades propias de aprender a cuidar a otro ser humano. Si hay otros hijos además del bebé, no dejan de estar en la cabeza de la madre, porque también ellos querrán su atención al regresar. Hay posibilidades de que algunos «berrinches» sean la manera de expresar que requieren contención. Manejar esas reacciones puede volverse algo más dificultoso si la mujer vuelve estresada de su trabajo o no tiene con quién exteriorizar sus propios miedos y necesidades.
Para Melina Bronfman, que es doula y docente del curso MaterPater sobre crianza, los estereotipos responden a que en la sociedad todavía se sabe poco sobre el puerperio, el proceso posterior a dar a luz. Una ayuda para afrontar la decisión de salir de casa por varias horas es ser sincera y clara: «Si la madre explicita “me voy a trabajar” aunque el bebé se quede llorando, sabrá que se va pero volverá. En cambio, si se va mientras está jugando y distraído, el pequeño no sabrá cómo desapareció», explica. Ese gesto termina por influir en la confianza del pequeño hacia su madre.
Una opción que se afianza ante el debilitamiento de la familia ampliada y la transformación del rol de las abuelas –hoy vitales y jóvenes, pero ocupadas en su propio desarrollo profesional o social–, son las redes de ayuda mutua: el encuentro de grupos de mamás para cocinar viandas para toda la semana, lavar ropa y jugar con los chicos. De este modo, pueden volver al hogar con algunas tareas hechas, después de haber compartido momentos con pares, con la libertad de hablar sobre su relación con la maternidad, sus temores y deseos, sin que ningún prejuicio caiga sobre sus espaldas.
—Noelia Leiva