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Enemigos del wifi

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Aparecen en el país las primeras personas afectadas por las ondas electromagnéticas, una condición que es objeto de debate en el mundo. Políticas de prevención y escepticismo de la OMS.

 

(Pablo Blasberg)

En Francia, en Alemania, en Austria, hay ciudades que desde hace varios años prohíben el uso del wifi: en Hérouville Saint-Clair, Frankurt o Salzburgo retiran los routers de las escuelas o de las bibliotecas y recomiendan a sus ciudadanos que eviten las radiaciones wifi en los bares, en las calles y hasta en sus propias casas. Lo mismo ocurre en algunas  ciudades de Canadá, Noruega o en Inglaterra. Dicen que las ondas electromagnéticas podrían no ser inocuas y que es mejor prevenir que curar.  En el resto del mundo, en tanto, gobiernos y organizaciones insisten en que no hay evidencia científica de que la exposición a señales de radiofrecuencia procedentes de wifi tengan efectos adversos para la salud, ya que las frecuencias utilizadas son las mismas que se utilizan para transmisiones de TV, radio FM y AM.
«La radiación de microondas en el rango de frecuencia de wifi causa cambios de conducta, altera las funciones cognitivas, activa la respuesta de estrés e interfiere con las ondas cerebrales», advertía en 2007 la Agencia de Protección Sanitaria de Gran Bretaña en uno de los tantos estudios al respecto. Más tarde, el mismo organismo modificaría su recomendación, señalando que las emisiones de wifi son demasiado débiles como para producir efectos adversos sobre la salud. En 2011, la agencia aseguraba que «basándose en la evidencia científica disponible, no hay razones que aconsejen no usar los equipos inalámbricos en el ámbito escolar, doméstico o laboral».
Sin embargo, en todo el mundo –y desde hace un tiempo también en la Argentina– hay quienes dicen identificar los síntomas que producirían estas ondas. Son los llamados «electrosensibles», y no solo son vulnerables al wifi sino también a cualquier tipo de onda electromagnética, por ejemplo a las emitidas por un teléfono inalámbrico o por un celular. Hace 12 años, la entonces directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Gro Harlem Brundtland, declaró ante varios periodistas que ella misma era electrosensible y que con su cuerpo era capaz de detectar la presencia cercana de cualquier celular: el malestar aparecía si el aparato estaba a menos de cuatro metros de distancia.  Brundtland, también ex primera ministra noruega, había prohibido en sus oficinas de Ginebra el uso de teléfonos celulares. Más tarde sería atacada y desprestigiada por sus declaraciones.
La OMS, en tanto, sigue sin reconocer la enfermedad. En 2004, tras la realización de una investigación sobre la sensibilidad electromágnética, la organización concluyó que no había correlación entre los síntomas de los afectados y la exposición a este tipo de campos. Aunque reconoce la existencia de tales síntomas, indica que  «es más probable que  se deban a afecciones psiquiátricas preexistentes o reacciones de estrés resultado de la preocupación por la creencia en efectos de los campos electromagnéticos sobre la salud que la propia exposición a estos campos».  En tanto, un trabajo publicado en 2005 en la revista de la Sociedad Americana de Medicina Psicosomática concluyó que la enfermedad «no está relacionada con la presencia de campos electromagnéticos», y que los síntomas –reales– de quienes dicen padecerla tendrían un origen psicosomático. Mientras la polémica cotinúa, hay países que ya pusieron en práctica políticas al respecto. Uno de los casos paradigmáticos es Suecia, el único en otorgar licencias laborales por electrosensibilidad y el único que, además, ofrece gratis el cableado de fibra óptica (junto con la empresa Swisscom) para reemplazar el wifi de todas las escuelas. En tanto, en el resto del mundo, los «electrosensibles» están desorientados: la medicina oficial, también desconcertada, no sabe dar respuesta a sus dolores. En el ámbito médico continúan los estudios, que empezaron en Estados Unidos a finales de los años 80. Una de las corrientes –cuyo referente es Muhammad Yunus– sostiene que la electrosensibilidad es una de las ramas de una enfermedad que ha sido llamada Síndrome de Sensibilidad Central (SSC). Las otras tres ramas de esta patología que afecta sobre todo al sistema nervioso son: la fibromialgia, la fatiga crónica y la sensibilidad química central (esta última se caracteriza por despertar síntomas en contacto con muy bajas dosis de productos químicos, y es, además, junto con la electrosensibilidad, la otra tipología que no reconoce la OMS).
A Yunus lo nombra también en su discurso el doctor Arnold Llamosas, pionero en Argentina y uno de los poquísimos profesionales que diagnostica este trastorno en el país (aunque ahora lo haga desde Barcelona, donde reside). El tratamiento que plantea Llamosas a sus pacientes –ya son más de 3.000 casos– es evitar la exposición. Es decir, alejarse de toda fuente de radiación. «Apartándonos de los campos electromagnéticos tenemos una recuperación en un mes o dos, y a los diez meses ya hay mayor equilibrio. Eso sí: ninguno vuelve a estar como antes».
Otros recursos por los que optan algunos electrosensibles para volver al equilibrio es la toma de suplementos (hay médicos que recetan vitaminas, minerales y oligoelementos), cubrir las paredes con pinturas especiales que frenan el paso de las ondas, o vestir indumentaria específica para que el cuerpo esté protegido. La oferta en Internet es amplísima: hay sábanas, calzoncillos o camisas de blindaje; fotos de viviendas-bunker donde viven parapetados; y hasta sprays homeopáticos que, aseguran sus vendedores, estimulan las defensas.

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