1 de julio de 2021
El conductor encara una nueva etapa profesional en la radio, que coincide con ciertos replanteos personales. El fútbol, los medios y la vida pública.
Viene caminando por la calle Ravignani con un ritmo moroso y despreocupado. Matías Martin acaba de terminar su programa de radio, que se extiende poco más allá de las cinco de la tarde si se computa la transición que hace con Sebastián Wainrach, un recurso que da la sensación de continuidad radial y refuerza la identidad de una emisora. La identidad, en este caso, está en plena fragua. Urbana Play es una frecuencia flamante, que se pretende moderna y clásica al mismo tiempo. Contrató en bloque a las figuras de la vieja Metro (Andy Kusnetzoff, María O’Donnell, además de Wainrach y Martin) y busca posicionarse como una alternativa de calidad, moderadamente juvenil, discretamente progre.
Así, el Basta de todo de la Metro mutó en Todo pasa. Y el grupo abigarrado de amigotes que sugerían Cabito, Diego Ripoll y otros dio paso a un equipo sólido, más periodístico, que integran Emilse Pizarro, Clemente Cancela y Juan Ferrari. Al frente, como líder amable y natural, una máquina de la comunicación que se mueve con inteligencia y conocimiento en el deporte, la música y el entretenimiento. Martin se considera, esencialmente, un periodista. Y el cambio lo tonifica y le abre un desafío en el cual nada está dicho. «Estoy contento, haciendo pie. No hay garantías. Recién largamos. Nos estamos adaptando», dice.
Esta nueva etapa coincide con un momento significativo en la vida de cualquiera. Cumplió 50 años, su hijo mayor está a punto de irse a vivir solo y toda la entrevista se desarrolla con reflexiones que él mismo apunta como «existenciales». Es una tarde de otoño. Bajo los árboles de copas amarillas, en una vereda con mesas de un bar de Ravignani y Costa Rica, con los protocolos del caso, se entrega sereno a la entrevista. Nadie interfiere la charla, y los pocos que lo saludan lo hacen con una mezcla de cariño y respeto. Con su estilo sobrio, Martin consolidó en los últimos años el capital más preciado en un comunicador: la credibilidad.
–¿Cómo te impactó el hecho de haber cumplido 50 años?
–Y… no es un número más. Es un numerazo. Pero la llevo bien. Me siento activo, laburando, viendo el crecimiento de mis hijos. Eso me hace pensar mucho. Tengo tres: Luca de 21, Mía de 15 y Alejo de 13. En octubre Luca se va a vivir solo. Ahora vive con la madre, va y viene, pero ya está, ya es independiente. Mi hija todavía está enganchada conmigo, pero en cualquier momento me presenta un novio. Es así. Empiezan a volar solos.
–¿Qué te pasa con esa independencia?
–Pienso mucho. Tengo en general una mirada existencial. El otro día mi hija me dijo: «El tiempo pasa volando». Claro, tres o cuatro años a su edad es muchísimo. A mí en cambio entre los 45 y los 50 no me pasaron demasiadas cosas. Pero para un chico o una chica un lustro es una barbaridad, viven tremendos cambios.
–¿No te pasaron demasiadas cosas en estos cinco años?
–Bueno, soy la misma persona. No viví barquinazos. Es cierto que trato de optimizar el tiempo. Cada vez más afilo qué hacer y dónde. En una frase: solo quiero dedicarme a asuntos que me den disfrute. Trabajo mucho, pero ya no necesito tapar cosas.
–¿En otros tiempos sí?
–En un momento de mi vida, sí. Me he cargado de demasiado laburo. Ahora siento que menos es más. Por suerte, puedo elegir qué hacer y qué no. Me han ofrecido de todo. Creo que a cierta altura los «no» definen mejor a una persona que lo que se ve. Qué sé yo, un reality puede ser tentador, pero no. Ya no. Me gusta la radio, hacer entrevistas y, si se da, conducir un programa de televisión. Con eso, que no es poco de todas maneras, estoy hecho.
–La radio te exige estar actualizado. ¿Cómo te llevás con la música de las nuevas generaciones, con la tecnología?
–Tengo que estar aggiornado. La semana pasado hicimos una nota con L-Gante. También entrevisté a Duki, a Nicki Nicole, a Louta, a Wos. Voy descubriendo un universo que me sorprende para bien. No todo me atrae en la misma medida, claro está, pero es gente interesantísima. Con varios fui con algún prejuicio, y me dieron vuelta. Para ellos yo soy lo que soy: un viejo.
–Salvando las distancias, como lo que representaban Héctor Larrea o Antonio Carrizo para los rockeros.
–Claro. Y es lógico. Además, es gracioso: lo que más quieren es diferenciarse con uno. Me pasa con mis hijos, están afirmando su personalidad. Ellos consumen mucha música.
–Tus 50 coincidieron con una mudanza de radio, que hizo mucho ruido. ¿Qué significó ese cambio?
–Estamos construyendo la identidad del programa. Las bases son sólidas. Estoy muy contento con el equipo. Los columnistas y el enfoque son nuevos, manejamos más actualidad que antes, nos comprometemos más con lo periodístico. Creo que es un programa que se parece mucho a mí: tiene que ver con mi edad, con mis pensamientos. Al margen del boludeo, de la cosa inevitable de la música y de los chistes, que están y van a seguir estando, logramos profundizar en algunos temas. La mesa es muy homogénea, somos todos muy parecidos: Emilse, Cancela, Juan Ferrari. Eso tiene una parte positiva y un riesgo.
–¿Cuál es el riesgo?
–Hacer una radio aburrida. Vamos a ver, es un proceso.
–Se te reconoce como conductor, pero sos egresado de DeporTEA, hace bastante que incursionás en el periodismo.
–Sí, me fui corriendo de cierto lugar. Empecé a desechar propuestas de entretenimiento, de juego. En 2008 hice La liga por Telefe y desde entonces encadené programas más periodísticos. Es un esfuerzo, pero me siento más representado con lo que soy. La tele te obliga a definir un personaje; en la radio, aunque también se crea un personaje, uno se acerca más a lo que es. Hay muchas cosas que me gustan del mundo joven, de la música y del deporte, pero no me quiero disfrazar de pendejo.
–Vos sos de River, ¿la pasión cede ante el profesionalismo?
–Definitivamente, sí. La mirada profesional toma a la persona, resulta inevitable. Hace mucho que, por ejemplo, no miro partidos; miro trasmisiones de partidos. Y ya no sé si puedo decir que soy hincha de River: cambia la perspectiva. A la frase famosa que sentencia que uno puede cambiar de esposa, de amigos y hasta de país, pero que siempre es hincha de un mismo equipo, yo le agregaría: «Excepto los jugadores y los periodistas deportivos». Porque están adentro. Ahora hay una moda de jugadores que se declaran hinchas de diferentes equipos, pero en general es así. Me queda poco de hincha de River, perdí la pasión apenas egresé de DeporTEA. Después la recuperé un poco antes del descenso. De todas maneras, es difícil apasionarse con el fútbol argentino actual: sin descensos, sin espectadores, con poco nivel. Tal vez esto que digo tiene que ver con que a mis hijos no les interesa el fútbol, no se enganchan. El más grande directamente lo detesta. Es cierto que no los incentivé mucho. Con la música me pasa algo parecido: no es que no me guste, pero uno se vuelve más cerebral, más frío. Así como te digo esto del fútbol, creo que un partido es más que un partido.
–¿Por qué?
–Es la vida misma. Estoy convencido de que en un partido de fútbol se barajan lealtades, negocios, sacrificios, los valores más humanos y los más abyectos. No sé si se juega como se vive, pero sí que en el fútbol se ven los gestos nobles y las miserias. Y también creo que el fútbol es un buen lugar a nivel formativo para un pibe: es un juego en equipo, que te educa.
–¿Te interesa el fútbol femenino?
–Es un fenómeno impresionante. Anteayer fui a jugar a la pelota a Costa Salguero y había en todas las canchitas la misma cantidad de hombres y mujeres.
–¿Cómo te pegaron las reivindicaciones de género? Con el cambio de paradigmas, no debe ser sencillo estar tantas horas al aire en vivo, ser irreverente, hacer humor.
–Me pegaron muy bien. Estamos todos aprendiendo. Vivimos una época muy interesante. Junto con las temáticas de género, se instalaron otros temas como el maltrato y el bullying. Creo que aún no se llegó a un equilibrio: fueron tantos años de injusticias, que todavía está todo muy exacerbado. Me parece que las feministas más radicales sirven para plantear debates, para abrir puertas, para generar conciencia, pero luego de que los temas están instalados muchas veces ahuyentan. No crean consenso y al final perjudican al colectivo feminista. Somos cuidadosos al aire, por supuesto. Eso no quiere decir que no nos sintamos observados. Es como un dedo que te acusa de algo que no hiciste, pero que podés llegar a hacer.
–Se te nota algo cansado de la exposición.
–Te soy sincero: cada vez me resulta menos atractiva la vida pública. Tengo un conflicto con eso. Ser una persona pública es cada vez menos entretenido. Hace diez años tal vez estaba bueno ser famoso, pero ahora no: esta es la era del escrache. Con el tema de la grieta, igual: mucha locura. Es Macri o Cristina, ¡todo! Yo creo que hay un 50% de la gente, ponele 25% de un lado y 25% del otro, radicalizado, furioso, intemperante. Y el otro 50% permanece callado, atemorizado de decir lo que piensa. A mí me metieron en la grieta en un momento. Cuesta entender que estoy totalmente, pero totalmente, en la vereda de enfrente del macrismo y que con el kirchnerismo tengo más cercanía, pero que puedo disentir, decisión por decisión. Aun así, me han acusado de todos lados. Por eso me gustaría dedicarme a otras cosas. Ahora tengo un emprendimiento de cannabis en Uruguay. Me interesa lo que no es público.
–¿Sos de meterte en Twitter?
–Trato de evitarlo, pero no es fácil. Si te enganchás, perdés: lo he sufrido. No es sencillo zafar, si hay 500 que te pegan al mismo tiempo, lo padecés. No la voy de superado. Ni Messi zafa, te imaginás.
–¿Compensa el cariño de la gente?
–Sí, es lindo el cariño. Pero pertenezco a la casta de los autoexigentes. Si 30 me tiran una buena y uno una mala, me fijo en la mala. Qué le voy a hacer. Es uno de los motivos por los que me aíslo cada día más.
–¿Cómo manejás tu poder?
–No lo tengo muy claro. Mi manera de relacionarme es muy horizontal. En la radio, obviamente, tengo el corte final, pero no pertenezco a la escuela verticalista de Viale, Gelblung, Pergolini.
–¿Y con la gente?
–Sé que juego opinión todos los días desde hace 25 años. Por un lado manejo un grado de inconsciencia, pero por el otro siento una enorme responsabilidad y la ejerzo. Tengo un sentido de lo que está bien, de lo que es necesario, de lo que yo reclamo como oyente. Lo tengo incorporado.
–Tuviste tu momento de fama en la televisión, pero casi no nombrás a ese medio.
–Sí, bueno, es parte de mi historia. Ahora mismo, si pintara un programa que quisiera hacer, que la gente quiera ver y con alguien que lo quiera producir, lo haría. Pero me parece medio imposible. Fue muy importante para mí el programa Ardetroya. Fue en 2003, lo produje yo y ahí debutaron en la tele Wainrach, Schulz, Ripoll, Juan Minujín, que venía de la compañía El descueve. Tengo buenos recuerdos. En ese año empecé a salir con mi actual mujer. En fin, creo que la tele me hizo conocido y la radio me permitió saber quién soy. Cuando empecé en la radio muchos me decían: «Me caías mal en la tele pero ahora que te escucho me caés bien». Había como un prejuicio con el rubio que gritaba de qué lado estás.
Martin vive a cinco cuadras de la radio. Algo que, dice, es impagable. Mira la hora, y ese gesto deja al descubierto un tatuaje con una leyenda: Catú. Es el seudónimo de su padre, Jorge Martin, un notable dibujante de historietas y realizador de cortos. «Me marcó. Murió a los 63 años, en 1997. Yo tenía 27, y a partir de ese acontecimiento bisagra empecé terapia. Mi viejo era un genio. Era muy solitario, amargo. Estaba siempre dibujando. Fumaba y dibujaba metido en su planeta. Fue un gran padre, nunca dejó de llevarme al colegio o a básquet. Nunca me faltó su cariño».
–¿Te reconocés en él?
–Uf, muchísimo. Yo soy un solitario, que vive acompañado. Soy huraño, hermético. Yo creo que trabajo de lo que trabajo como una reacción a eso. Tengo una vida expansiva, social, llena de gente y de diálogos. Pero en el fondo soy un tipo de lo más huraño y parco. Perdón la sinceridad, pero nada me gusta más que la soledad.