30 de junio de 2021
Saúl Álvarez sorteó obstáculos en su infancia, logró convertirse en triple campeón mundial supermediano y en una figura que genera millones de dólares.
Implacable. «Canelo» venció por nocaut técnico a Billy Joe Saunders en Arlington, Texas, ante más de 73.000 espectadores, en mayo. (Bello/Gina Via AFP/Dachary)
A Saúl Álvarez se le puede decir solo Canelo. Con su apodo alcanza. Es su sello para cada batalla, es lo que también lo forjó. Cuando era chico, a Canelo cargaban por ser pelirrojo, por tener pecas, por ser distinto. La primera acepción de «canelo» que se encuentra en la Real Academia Española es el adjetivo «dicho especialmente de los perros y de los caballos. De color de canela». Pero se lo decían a él, un chico de 10 años que había nacido en Guadalajara, México. Canelo, que ahora es su marca registrada, contó que cuando lo sometían a ese bullying, se enojaba. Y que ahora que lo superó es parte de su motivación para ser el mejor boxeador del momento libra por libra, ubicarse entre los deportistas que más facturan y buscar ser el rey de los supermedianos. Quiere unificar todos los títulos antes de que termine el año.
Pero la historia de Saúl Álvarez, el Canelo, no es una historia de superación del bullying. Él lo sufrió, pero esas vivencias son más complejas y tienen sus particularidades. Algo de eso, sin embargo, hizo que a esa edad recibiera un par de guantes como regalo de su hermano Rigoberto. Entonces dejó la escuela para dedicarse al boxeo y debutar como profesional a los 15 años. Ahí llegó su apodo, el que le puso su primer y único entrenador, José «El Chepo» Reynoso, que veía cómo ese adolescente tenía todo lo que se necesitaba para ser un gran boxeador. No solo por su talento, que lo mostraba en cada movimiento, sino también por su convicción. Canelo, como él le decía, quería ser Canelo.
Ir por todo
Ahora viene de ganarle al británico Billy Joe Saunders. Sin problemas, a su estilo. Cuando se le vino una derecha rival, después de algunos asaltos en los que se había visto dominado, el mexicano sacó un gancho con el que anuló el ojo derecho de Saunders. No hubo más nada por hacer. Nocaut técnico en el octavo round. Se quedó con el cinturón supermediano de la OMB –en manos del británico– que sumó al del CMB y la AMB. Como Canelo es un perro de presa, en septiembre irá por el estadounidense Caleb Plant, que tiene el de la FIB. Va por todo.
Con un récord de 56 victorias, 38 de ellas por nocaut, dos empates y una derrota, Canelo busca llegar hasta la cima. Quiere más. Esa única vez que cayó fue con Floyd Mayweather Jr, el 14 de noviembre de 2013. Pero en 2017, Canelo fue por el kazajo Gennady Golovkin, contra el que cosechó un empate que pudo ser derrota. Se trató apenas de un tropiezo para llegar hasta donde quería. Tuvo revancha, victoria y el camino allanado para ir en busca de la cumbre. Nunca se descarta un tercer duelo entre ambos. A los 39 años, Golovkin quiere ese reto contra el mexicano. Canelo le retruca que debe subir una categoría de peso (a 168 libras) si quiere pelear.
Marca registrada
Pero para Canelo no todo es boxear. También hace sus negocios. Se autogestiona. En 2018, cerró un contrato con Golden Boy Promotion (la empresa de Oscar de la Hoya) y la empresa de streaming DAZN. Dos años después, sin embargo, decidió romperlo y presentar una demanda, en la que sostuvo que debía ganar 356 millones de dólares por once peleas. Y que ambas compañías le habían causado un perjuicio cercano a los 280 millones de dólares. Se declaró agente libre. Contra Callum Smith, en 2020, embolsó 20 millones de dólares. Y en febrero pasado, se llevó otros 30 millones después de ganarle al turco Avni Yildirim. La última, frente a Saunders, le entregó 15 millones por la bolsa y otros 20 por los derechos de televisión. No son sus únicos ingresos. Según él mismo dijo, invierte en negocios inmobiliarios que le dejan entre cuatro y cinco millones de dólares cada tres meses, y piensa abrir estaciones de servicio en México. Ya tiene nombre: Canelo Energy. El último informe de Forbes, en abril, lo ubicó con una fortuna de 140 millones de dólares.
«Yo no estudié, vengo de muy abajo, pero me gusta aprender, me gusta saber muchas cosas y tengo demasiadas cosas, ahorita yo me podría retirar y ya, puedo vivir tranquilo, pero me gusta lo que hago, el boxeo es mi vida», le dijo Canelo al periodista estadounidense Graham Besinger. ¿De quiénes aprende? Por ejemplo, dice, de Tiger Woods. «Lo veo a él –contó–, cómo lo hace, cómo agarra el pot, hasta para potear, cómo tira, como se queda, todo eso lo aprendo porque soy una persona muy visual».
Canelo no es un declarador rutilante. No es escandaloso. Pero empuja multitudes. En medio de una pandemia, en una escena casi extraña para estos tiempos, su pelea con Saunders reunió a más de 73.000 espectadores en el AT&T Stadium de Arlington, en Texas. «Cada pelea de Álvarez trasciende el boxeo: es una celebración que la industria le hace a su principal generador de riqueza y en paralelo, un homenaje a la poderosa cultura mexicana», escribió en Página/12 el periodista Daniel Guiñazú, uno de los mejores especialistas de la disciplina. «Nadie –agregó– produce tanto dinero, ni atrae tantos sponsors ni vende tantas pantallas de pay per view como él. Y el sistema capitalista lo distingue por eso».
Para una dimensión de lo que significa, recuerda Guiñazú, el record de público en un combate realizado en un estadio cubierto ocurrió el 15 de septiembre de 1978 cuando Muhammad Alí juntó a 63.352 personas. Una leyenda marca el camino de un joven mexicano que quiere convertirse también en leyenda. Desde que Rigoberto le regaló el par de guantes, el Canelo, el pelirrojo, el chico que sufrió el acoso de sus compañeros, supo reinventarse. Ahora es su propio producto.