21 de octubre de 2014
Hecha de palabras y silencios, la más pública de las conversaciones privadas es una ventana abierta a la historia y el pensamiento de personajes célebres o anónimos. Aproximación al arte de preguntar.
El periodista había llegado desde Buenos Aires a esa ciudad caribeña y colonial. Después de dos años de gestión, finalmente iba a concretar la ansiada entrevista. En la habitación del hotel donde se hospedaba, repasaba una y otra vez la lista con las 120 preguntas. Faltaban pocas horas para el encuentro pero la espera lo había puesto muy tenso. De pronto, el llamado de un colega le anunció que el hombre, el escritor prodigioso, lo esperaba en el hall. «Entonces bajé y lo vi con su inconfundible atuendo de guayabera y pantalones blancos. Me saludó y mientras apoyaba su mano en mi hombro me dijo: “Lo lograste, acá estoy”». Pasaron 21 años y, sin embargo, Jorge Halperín, autor del libro La entrevista periodística, recuerda cada detalle de la comida compartida, el paseo por Cartagena y la charla junto a Gabriel García Márquez. «La cita fue al día siguiente, en su departamento, y al cabo de dos horas ya habíamos alcanzado cierta familiaridad, lo que lo llevó a censurarme algunas preguntas. Cuando le pregunté por sus amores, me dijo “No me hinches las pelotas”. Claro, Mercedes Barcha, su mujer de toda la vida, estaba en la habitación de al lado».
Género madre del periodismo, la entrevista expresa el deseo de indagar en la profundidad de las cuestiones más existenciales, pero también de develar un secreto, una confesión, por más pequeña y doméstica que sea, de alguien admirado por su actividad, sus ideas, su forma de ver el mundo. Halperín la define como la más pública de las conversaciones privadas, donde el vínculo que se establece entre el entrevistador y el personaje es fundamental para que esa charla se eleve y no sea solo un interrogatorio. En este sentido, el periodista debe ser consciente de las razones por las que eligió a su entrevistado y de lo que espera lograr. «Hay que hacer una investigación previa sobre lo que el personaje piensa para después poder hurgar en sus contradicciones, profundizar en lo que dice y saber cómo preguntar y cómo repreguntar», expresa el conductor de Tengo una idea, programa que emite radio Nacional los sábados a la mañana. Una buena entrevista –dice– es el resultado de haber conseguido un delicado equilibrio para acercarnos lo suficiente al sujeto guardando al mismo tiempo las distancias. Se trata de «no caer en la telaraña del discurso seductor del entrevistado» y de crear un clima propicio de confianza para que el diálogo fluya sin inhibiciones y se consiga una aproximación intensa casi hasta transmitir el aliento del personaje en cuestión. El aliento, la respiración, vital para el devenir de la conversación.
«Preguntar supone una gran responsabilidad y puede llegar a ser un arte si a la inteligencia se le añade un pulso sensible. En mis entrevistas no voy por la mera anécdota sino por el modo en que el personaje la cuenta. Pero además voy con un interrogante eje, que no explicito, pero que es madre de todas las preguntas. ¿En qué consiste ser Borges, ser García Márquez o ser…?», explica el periodista y escritor Rodolfo Braceli.
«Me hizo el mejor reportaje de mi vida. Me supo llevar muy bien: las mujeres, el sagrado olor del pan, el gusto del agua, el sabor de la papa, los sueños, el rito del amor, la lejana niñez, el boxeo, la esperanza en la primera luz del día siguiente… hasta me sentí cerca de mis padres. Nunca me pasó algo así. Después, cuando leí la entrevista, estuve tentado a creer que soy inteligente…», dijo el escritor Adolfo Bioy Casares a propósito de un encuentro alumbrador que había tenido con Braceli.
Este entrevistador fecundo asegura que más importantes que las preguntas son las respuestas, siempre y cuando las escuchemos, y más importantes que las preguntas y las respuestas son los climas porque a partir de ellos surgen instancias más propensas a la verdad, a la intensidad, a la revelación del carácter, del pensamiento del personaje. «Con el interrogatorio nos enteramos del personaje pero no nos asomamos a su laguito interior. El personaje responde a la defensiva, calculando lo que dice y lo que calla. Midiendo las palabras y las consecuencias. Por eso es imprescindible generar el clima que suelta la lengua, libera el intelecto y abre el corazón», explica el autor de Ciento un años de soledad y Escritores descalzos, entre otros libros.
«¿Su mamá es de esas mujeres que hacen de comer en casa?», curioseó Braceli en ocasión de una entrevista memorable a García Márquez. «Se me dirá, “¿semejante pregunta para un premio Nobel?” El caso es que el Gabo se prendió y todo empezó a fluir», recuerda.
En este sentido, se puede afirmar que una pregunta, la materia prima con la que la entrevista se va tejiendo, es buena según cada circunstancia y no hay una definición única al respecto. Una buena pregunta puede ser la que lleva al entrevistado a contestar con un sí o no porque eso es determinante. Otras veces una buena pregunta es aquella que es capaz de disparar la inteligencia, una reflexión que puede ser hasta poética o que acarrea una información muy rica que llega en el momento exacto.
El resultado final de la charla no depende sólo de los climas que se sepan propiciar, ni de las preguntas concienzudamente elaboradas o de las otras disparadas al azar. Cuando el periodista sale a lo que Braceli llama la aventura de la entrevista, además de encender el grabador, debe encender los cinco sentidos. Vista, tacto, olfato, oído y gusto. Pero también el corazón.
Nuevos aires
Su espíritu inquieto y la fascinación que le provocaba la radio la impulsaron a dejar su Necochea natal para instalarse en La Plata. Allí, en los primeros años de la vuelta de la democracia, mientras estudiaba Periodismo y Comunicación, Ana Cacopardo empezó a escuchar otras voces que fueron delineando su camino como periodista y cineasta. Por un lado, estaban los testimonios de quienes habían padecido la criminal represión que se dio en esa ciudad durante la dictadura. Por otra parte, desde la pantalla, el español Jesús Quintero hacía visibles las historias de «los perros verdes» en un mítico programa de televisión que, según recuerda Cacopardo, lograba un clima y un lirismo únicos. Luego, en los 90, la televisión argentina recibió un soplo de aire fresco con la participación de recordados periodistas como Fabián Polosecki y Jorge Guinzburg, quienes, cada uno con un estilo propio, marcaron un punto de inflexión en la manera de entrevistar. «Guinzburg tenía mucho oficio, aportó el humor y era un maestro de la repregunta. Polosecki se sentaba a hablar con la gente común, no con los personajes, con las personas y ahí aparecía la vida cotidiana en una dimensión distinta y esa curiosidad respetuosa, esa empatía que habilitaba la palabra», sostiene Cacopardo.
A primera vista parecería haber un denominador común entre las entrevistas de Polosecki y las de la conductora del ciclo Historias debidas (Canal Encuentro). Y es la utilización del silencio activo como germinador de nuevas preguntas. Es todo un aprendizaje para el periodista usar esta herramienta en el momento justo, cuando simplemente hay que saber callar. El silencio del entrevistado ante un disparador determinado también tiene un valor en sí mismo, afirma Cacopardo, porque no sólo la palabra dice, también dice el gesto, dice el cuerpo y dice lo que no se dice.
La periodista se anima a darle una vuelta de rosca más a este género y lo ubica en una zona fronteriza con el testimonio. El testimonio –explica– es una herramienta para el conocimiento, para las Ciencias Sociales, para la Justicia, para la Memoria. Se puede pensar a la entrevista como parte de esa construcción testimonial que permite recrear un episodio de nuestra historia y también acerca de la condición humana. Se trata de las dos dimensiones posibles dentro de una entrevista, una subjetiva y otra colectiva que ilumina la memoria reciente.
Después de casi 60 años de silencio, Gertraud Humps, quien había sido la secretaria de Adolf Hitler, decidió hablar. En el documental Punto ciego, la mujer narra la intimidad del dictador, los momentos finales en su búnker, y da detalles del testamento político y personal que ella misma escribió a máquina. «Mientras me dictaba su testamento escuchaba frases como que los judíos eran los responsables. Fue enloquecedoramente insensible», dijo Humps en 2001, poco tiempo antes de morir. Los realizadores del film accedieron a su testimonio luego de convencerla de que su palabra tendría un gran valor histórico.
En el caso de la historia argentina, cabe hacerse la pregunta de hasta dónde puede ir el periodista cuando es una situación traumática la que puso al entrevistado en ese lugar. La respuesta se encuentra en el sentido político de la indagación. «No me interesa el morbo, ni llevar a un entrevistado a un lugar que sé que duele si no tiene un sentido compartido con el otro. Cuando Susana Trimarco repasa nuevamente los testimonios sobre las chicas que ella rescata, se trata de pensar la trata de personas con un sentido político. En el caso de las memorias de la dictadura, los testimonios de los hijos de los desaparecidos todo el tiempo te ponen en zonas muy complejas donde indagar. Ahí uno avanza en la pregunta para pensar la complejidad de las identidades. Y otra vez se encuentran lo subjetivo y la historia reciente», sostiene Cacopardo.
Braceli asegura que la entrevista es un género que tiene, en la aventura prodigiosa de escuchar al otro, la vida por delante. Y hay muchos otros por delante. «Hay una necesidad de escuchar otras voces, otras vidas, otras historias, otras preguntas posibles. En lo social y en lo cultural hay campos muy anchos. Lo federal, nuestros paisajes, nuestra gente, cuántas voces que hace falta escuchar, cuánta sabiduría, cuántas formas de existir que desafían nuestra propia estrechez. Este es un camino que a mí me encanta recorrer y es un desafío permanente para quienes hacemos periodismo», afirma Cacopardo.
Hay infinidad de entrevistas radiales, televisivas o publicadas en medios gráficos, sin embargo sólo algunas quedan repicando en el recuerdo. Quizás a estas las atraviesa algo que las hace distintas. Posiblemente sea la fuerza de la poesía latente en esas historias de célebres o anónimos.
Adolfo Pérez Esquivel se entregó al ejercicio que Ana Cacopardo invita a hacer a sus entrevistados antes de finalizar la charla compartida en Historias debidas. Entonces, el Premio Nobel de la Paz observó una foto en blanco y negro de su abuela, una mujer guaraní que fue fundamental en su crianza. Luego vino la poesía. «Lo que aprendí de mi abuela fue a escuchar el silencio…», dijo.
—Florencia Vidal
Fotos: Jorge Aloy