1 de junio de 2021
Representante del poder financiero, Guillermo Lasso buscará profundizar el rumbo neoliberal. La vigencia del correísmo pese a la persecución mediática y judicial.
En sintonía. Lenín Moreno saluda al presidente electo en una reunión celebrada en el Palacio Carondelet, a mediados de abril. (Ecuador’s Presidency press office/AFP)
Ecuador reforzó su giro a la derecha. El triunfo de Guillermo Lasso, un político y banquero conservador, cortó la seguidilla de cuatro victorias consecutivas en elecciones presidenciales por parte del correísmo, esta vez representado por el economista de 36 años, Andrés Arauz. Entre esos triunfos se inscribe el de Lenín Moreno, quién abandona el poder luego de traicionar el programa de reformas estructurales de la Revolución Ciudadana.
Pese a la derrota, que en gran medida se explica por la persecución mediática y judicial contra Rafael Correa y otros dirigentes de su fuerza que se encuentran proscriptos, encarcelados o con asilo en otros países, el espacio político comandado por el expresidente (2007-2017) constituye la primera minoría parlamentaria con 48 legisladores de la Asamblea Nacional, en tanto que la alianza gobernante entre el tradicional Partido Social Cristiano (PSC) y el movimiento Creando Oportunidades (CREO) de Guillermo Lasso tendrá apenas 31 bancas (19 y 12 legisladores respectivamente). Esto abre un escenario de disputas y negociaciones de desarrollo imprevisible.
En ese marco, el correísmo será un actor clave para una Asamblea donde las distintas expresiones del progresismo suman más del 60% de las bancas, a pesar de las fuertes fricciones que existen entre esas corrientes. Al respecto, en diálogo con Acción, el escritor y exvicecanciller correísta, Kintto Enrique Lucas, vislumbra «un posible acuerdo de su movimiento con sectores del movimiento indígena, algunos independientes y con la socialdemocracia», pero advirtió que todo dependerá del tipo de leyes que lleguen al recinto. «No será una política de alianzas para todo el período de Lasso, sino acuerdos puntuales en determinados temas y en determinadas comisiones», explicó. Así también lo expresó el propio Correa (actualmente exiliado en Bélgica) cuando anunció que, debido a la emergencia sanitaria, su fuerza política contribuirá a la «gobernabilidad dentro de lo aceptable», pero advirtió que «no se prestará para apoyar privatizaciones».
Un futuro incierto
El triunfo de Guillermo Lasso significa que luego de 35 años un empresario vuelve a ganar la presidencia en Ecuador. El último había sido León Febres-Cordero en 1984, en pleno auge neoliberal, y desde entonces «ningún Gobierno había logrado articular de un modo orgánico y claro a un representante del poder empresarial con el manejo del poder político», le explica a Acción el especialista en desarrollo social y miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción Juan Cuvi. Sin embargo, Cuvi aclaró que el escenario actual difiere al de tres décadas atrás: «Hoy asistimos a una crisis del capitalismo global altamente imprevisible, y dudo de que Lasso pueda impulsar un programa neoliberal clásico, porque la economía ecuatoriana no resistiría una política de shock o ajuste estructural sin generar un nivel de conflictividad de imprevisibles consecuencias».
Si bien el actual Gobierno de Lenín Moreno ya facilitó reformas neoliberales como la privatización del Banco Central y la ley de flexibilización laboral, aún resta debatir el proyecto de privatización de la seguridad social, por lo que Lasso necesitará conformar alianzas, tanto para impulsar la medida en el Congreso, como para soportar las movilizaciones y protestas que ya mostraron su influencia durante el estallido social de octubre de 2019.
Otra novedad que trajeron las elecciones fue el crecimiento del movimiento indígena. A diferencia de lo que ocurre en países vecinos, la polarización ecuatoriana engendró una tercera fuerza. Históricamente los sectores indígenas habían terciado en disputas políticas inclinando la balanza hacia uno u otro bando. Pero el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik (MUPP) obtuvo el 20% de los sufragios –esto es, más de 1.800.000 votos–, aunque su candidato, Yaku Pérez, quedó fuera del balotage por una ínfima diferencia de menos del 0,1% de los votos frente a Guillermo Lasso.
Las confederaciones indígenas denunciaron entonces fraude y acordaron un «voto nulo ideológico» como forma de protesta, que en segunda vuelta sumó el 16,2% del electorado (más de 1.750.000 votos). Al respecto, el analista político Juan Cuvi puntualizó que tal porcentaje es un «hecho inédito que impacta fuertemente en el sistema político, ya que revela la capacidad de Pachakutik de generar un grado de adhesión consciente a una posición de rechazo al sistema y a los candidatos de la polarización».
El 24 de marzo Guillermo Lasso asumirá la presidencia de un país endeudado, en estado de excepción por el alarmante crecimiento de casos positivos de COVID-19, y con su sistema de salud al borde de la saturación y del desabastecimiento por la falta de medicamentos e insumos médicos. El nuevo Gobierno necesitará aliados tanto internos como externos. Así lo entendió el Fondo Monetario Internacional (FMI), que ya anunció «un entendimiento importante» con el mandatario electo. Y así también lo entendieron los expresidentes Mauricio Macri (Argentina) y Álvaro Uribe Vélez (Colombia) quienes se apresuraron tuitear sus felicitaciones antes de que el candidato correrísta Andrés Arauz reconociera su derrota y antes incluso de que el propio Guillermo Lasso celebrara públicamente los resultados. Es que la incertidumbre de la pandemia no solo alborota el péndulo latinoamericano, sino que además revive ciclos que parecían agotados.