17 de mayo de 2021
Con el eje puesto en la cotidianidad palaciega y las disputas familiares, las historias que giran sobre el mundo de la monarquía ganan nuevos adeptos. Los especialistas analizan las producciones que atraviesan el hermetismo de los castillos.
Vida de reyes. Catalina la Grande,
la Lady Di de The Crown e Isabel.
En los últimos años, series como The Crown (Netflix) renovaron la atención sobre la vida de los reyes y su entorno inmediato. Millones de espectadores se asoman desde entonces a las biografías «no oficiales» de destacadas personalidades de la realeza, quienes atraviesan conflictos personales que muchas veces distan de resultarnos cotidianos. Entonces, ¿por qué nos resultan tan atractivos estos productos?
El periodista mexicano Rodolfo Vera Calderón, una de las voces más convocadas para analizar esta clase de entornos, considera que «la belleza de los vestidos y todo lo vinculado con lo visual resulta en sí mismo un espectáculo». Y agrega que «el círculo de los monarcas se despliega en ceremonias que tienen toda una puesta en escena. Y resulta atractivo verlas. Luego, está la cuestión de que ellos son privilegiados, son elegidos, elevados hacia otro escalón social. Incluso aún hoy algunas monarquías se manejan desde el concepto de la divinidad: es Dios quien ilumina al rey para que reine, como ocurre en Inglaterra».
Mundos paralelos
Esplendor y privilegios se aúnan a episodios que con frecuencia ingresan dentro de la órbita del escándalo. Una fusión que han comprendido muy bien los creadores de producciones como Catalina la Grande (Flow), Isabel (Amazon), Empire of the Tsars y Los últimos zares (miniserie documental y docudrama de Netflix), The story of Diana (miniserie documental de Netflix), The royal house of Windsor (documental de Netflix), The White Princess (Flow) o Versailles (Netflix).
Profesor de Literatura Francesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Walter Romero suele ofrecer en los programas de su materia textos vinculados con la realeza. Consultado sobre la fascinación que generan estos contextos tan singulares, sostiene que lo que atrae son «esas coordenadas de una suerte de mundo paralelo con precisas reglas, con una jerarquización dada, con ritos que se repiten». Y amplía: «A la vez, la atracción de un orden siempre a punto de desaparecer ejerce su encanto. De las realezas actuales, la casa real de Holanda es, una vez más, un relato apasionante con sus contradicciones, fulgores y decadencia: con una argentina como reina, demostración una vez más de la excepcionalidad argentina, en múltiples e inesperados sentidos».
La fastuosidad y la vida protocolizada también atrajeron al cine, con resultados dispares. Muchas veces, las películas quedaron encorsetadas en ciertos maniqueísmos y en un escaso vuelo formal; relatos engolosinados en la propia materia de la que se nutren. Pero claro que hay excepciones y, entre las últimas, se destaca María Antonieta (2006), relato de la célebre monarca dirigido por Sofía Coppola; y La muerte de Luis XIV (2016), del cineasta español Albert Serra.
Dentro de esta línea más autoral, María Fernanda Mugica, crítica del diario La Nación, también recupera La reina (Stephen Frears, 2006). «Escrita por Peter Morgan, creador de The Crown, me pareció una de las películas más fascinantes sobre la realeza. Al enfocarse solo en los días posteriores a la muerte de Lady Di, el film hace un recorte que permite ir en profundidad a ciertas cuestiones, en vez de ser un compilado de momentos históricos. Además lo hace ignorando el regodeo en los detalles más glamorosos, que suelen ser parte de este tipo de películas», afirma.
Mugica incluye en su repaso a la mencionada María Antonieta. «Ahí sí el glamour es un componente imprescindible: filmada en el Palacio de Versalles, llena de detalles de vestuario y con una muy atractiva paleta de colores pastel. Coppola, con su actriz fetiche Kirsten Dunst, logra sacar de la caricatura a una de las reinas más famosas y repudiadas de la historia y convertirla en un ser humano, con lo positivo y negativo que eso implica. Los toques anacrónicos, como un par de zapatillas Converse, y la banda de sonido pop completan la mirada original de la guionista y directora», concluye.