25 de septiembre de 2014
En el ámbito académico, pero también en organizaciones sociales, escuelas y barrios, el relato de los protagonistas cobra nuevo valor como fuente de investigación histórica. Los orígenes de la disciplina.
Brian de Meyer, bibliotecario de la Escuela Nº 8 del barrio de Chacarita, en la ciudad de Buenos Aires, recopila desde el año 2012 las historias de la zona; funcionarios, vecinos, familias enteras hablan con los alumnos de la escuela, que los graban y filman con entusiasmo. Ese mismo año, la Asociación Internacional de Historial Oral designó a su homóloga en la Argentina como la organizadora local del congreso internacional que, entre otros espacios, se hizo en el Centro Cultural San Martín y en el Centro Cultural de la Cooperación. Desde lo micro a lo macro, en el barrio o en el centro, ambas experiencias daban testimonio real del cada vez mayor número de personas que quieren contarse su propia historia, la historia que conocen mejor que nadie porque es la que ellos vivieron.
«La idea de un proyecto permanente de historia oral apareció como la mejor manera de apropiarnos todos de la historia local subyacente, la de un barrio que ha sufrido transformaciones socioculturales de las que casi no hay registro. La idea fue que los alumnos conocieran los lugares próximos a donde viven, sus emblemas, sus sitios históricos, sus instituciones y su gente y que, a su vez, nuestra escuela fuera conocida y apreciada del mismo modo. Nuestro archivo es el primero y único existente dentro de las escuelas primarias del Gobierno de la Ciudad», destaca el bibliotecario de Chacarita.
La lectura subrepticia en los oscuros años de la dictadura de Storia orale, vita cuotidiana y cultura materiale delle classi subalterne, de la italiana Luisa Passerini, fue el punto de partida de los pioneros de la Historia Oral de la Argentina. Así lo consignaba en la primera charla debate sobre los orígenes en el país de la disciplina, que se organizó en el Centro Cultural de la Cooperación en agosto de 2011, Mirta Zaida Lobato, del Instituto Interdisciplinario de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA): «Ese fue el texto que a nosotros nos abrió la puerta para el acercamiento a la historia oral en la Argentina. Hay muchos modos de hacer historia y en todo caso la historia oral es uno de esos modos, y una herramienta», agregó. En 1993, Dora Schwarztein, una estudiosa del exilio republicano en la Argentina, dio empuje desde el área de Extensión de la Universidad de Buenos Aires a las pioneras camadas de docentes e investigadores con la creación de archivos orales como el de la propia UBA, que luego se replicó en el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires (hoy jerarquizado a nivel de la Dirección General de Patrimonio del gobierno porteño) y varios polos de desarrollo oral en el resto del país, como los de las universidades de Rosario, San Luis y Tucumán, entre otros.
«Una de las líneas de la historia oral fue la de Dora, vinculada con la investigación académica», explica Daniel Plotinsky, director del archivo oral del Archivo Histórico del Cooperativismo de Crédito. «Yo me formo con ella en ese programa y cuando fallece se hace cargo el doctor en Historia Pablo Pozzi, que sigue siendo el director. La otra promotora, por decirlo de alguna manera, fue la historiadora Hebe Clementi, que desarrolló el trabajo barrial; discípula suya fue Liliana Varela, quien trabaja la historia oral en los barrios desde el área de Patrimonio y Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Y de la misma línea es la actual presidenta de la Asociacion de Historia Oral de la República Argentina (AHORA, www.historiaoralargentina.org), Adriana Echezuri. Hay todo un colectivo relacionado con la historia oral en la Argentina. Por mi parte, a fines de los 80, en un sindicato me pidieron que les ayudara a buscar material para reconstruir su historia y la idea de hacerlo a partir de entrevistas salió por fuera de cualquier formación teórica previa. Es más, la primera bibliografía no me vino por parte de los autores clásicos sino de la sociología», agrega Plotinsky. «Lo importante es que este año se realizó el XI Encuentro Nacional de Historia Oral en la ciudad de Córdoba y el V Congreso Internacional en la especialidad. O sea que hace más de 20 años que venimos haciendo encuentros».
Dimes y diretes
Discípula de Schwarztein era también Laura Benadiba, hoy presidenta de la Asociación Otras Memorias (www.otrasmemorias.com), autora de 8 libros sobre el tema y de decenas de artículos en publicaciones académicas. Traducida y editada recientemente por la Universidad de Oxford, había egresado del profesorado de Historia Joaquín V. González y ejercía la docencia pero le resultaba difícil poder reflexionar con sus alumnos sobre el pasado represivo que se pretendía borrar de un plumazo. «¿Cómo explicarles a los chicos que los responsables del período más terrible de nuestra historia estuvieran caminando entre nosotros? ¿Cómo hacerlo si yo misma no podía entender por qué habíamos llegado a eso?», escribe en su primer libro, Historia oral, relatos y memorias. «El concepto de Historia Oral surgió después de la Segunda Guerra Mundial a través de los relatos de los sobrevivientes. Miles de norteamericanos, franceses, ingleses o italianos que volvían del horror empezaron a dar cuenta de lo que habían visto y vivido. Y esto coincidió con la aparición de técnicas de grabación y de registros de audio y video», señala, y agrega: «Con los años, cada país se apropió de la metodología de acuerdo a sus características culturales. Así, en México no se trabaja del mismo modo que en España, Panamá o la República Checa».
Según Benadiba, el gran problema para lograr multiplicar esta metodología sigue siendo el poco interés que los académicos tienen por legitimarla. «Las universidades utilizan la metodología como una estrategia complementaria pero no la difunden. Sólo se hacen unas cuantas preguntas de modo que termina siendo lo mismo de siempre», señala. «Hay algunos que trabajan bien y otros mal, como en cualquier disciplina», opina por su parte Plotinsky. «Todos los años, la Facultad de Filosofía y Letras dicta dos o tres seminarios sobre el tema, muchos otros se dictan por todo el país. Sólo en la Asociación de Historia Oral hay más de 200 asociados. El Centro Cultural de la Cooperación tiene un archivo oral; el archivo histórico del cooperativismo de crédito, que es una asociación civil en sí misma, tiene cerca de 400 entrevistas. En todos los encuentros nacionales existen tanto las ponencias académicas como la posibilidad de que cualquiera que trabaje con fuentes orales pueda contar su experiencia. Además, tenemos dos revistas de primera línea académica internacional, como Voces Recobradas (www.vocesrecobradas.historialoralargentina.org), del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, y Testimonios (www.testimonios.historiaoralargentina.org), de la UBA. O la creación de la Red Latinoamericana de Historia Oral (RELAHO), integrada por decenas de asociaciones, promovida desde la Asociación».
Los especialistas de la historia oral se diferencian cada vez más de los historiadores tradicionales. Para ellos, cualquier testimonio tomado a una fuente viva es un recuerdo que se recrea desde el presente. «Mucha gente recuerda desde lo que le hubiera gustado que pase. Ese presente determina. No era lo mismo hablar de derechos humanos en los 90, con el contexto del Punto Final y la Obediencia Debida, que ahora que el contexto cambió y la política de memoria reivindicó la lucha de esta gente», comenta Benadiba al recordar que en los años de la transición democrática, la falta de costumbre en el decir era un legado del terrorismo de Estado que se había hecho carne colectiva.
A partir de esa vivencia, ella confrontó la realidad de Argentina con la de los españoles que debieron procesar el post-franquismo y en el año 2006 desarrolló el proyecto ARCA (Argentina-Cataluña), y con el cual los alumnos de la Escuela Técnica ORT (donde desde 1993 coordina el Programa de Historia Oral) y del Instituto secundario IES de El Morell de Cataluña indagaron acerca de la común persistencia del silencio después de las dictaduras. Ese mismo año fue convocada por la Universidad de Panamá a trabajar la impronta colectiva que dejó en los panameños la invasión estadounidense del año 1989: «Llamé a la organizadora, a un empleado de mantenimiento, a un estudiante y hasta a alguien que no lo había vivido para ver cómo relataba cada uno lo que pasó. Hasta el proyectorista se ofreció a dar su testimonio cuando vio lo que estábamos haciendo». Reunidos en subgrupos cerrados de unas 15 personas cada uno, cientos de asistentes evocaron ahí la herida de su historia sin más explicaciones que las de sus propias voces. Fue la comprobación de que la construcción del pasado –basada en el esquema de talleres con simulacros de entrevistas antes de salir al trabajo de campo, la división de roles y un prolijo almacenamiento posterior de los datos orales o visuales– podía llevarse adelante en forma simultánea y colectiva.
La guerra y la vida cotidiana
Hoy las actividades se multiplican tanto desde lo institucional como en la comunidad. Tal el caso de los pobladores de la Algodonera Villa Flandria de la localidad de Pueblo Nuevo, en Luján, donde los alumnos de quinto año de la Escuela Nº 2 se abocaron a investigar la historia local entrevistando a un museólogo, a obreros de la zona y a sus propias familias, o el de la aplicación de estas técnicas a áreas de la vida cotidiana (por caso, la sexualidad, en el área de Ciencias Sociales y Naturales de la Escuela ORT). Lo mismo ocurre con experiencias traumáticas como la de la guerra de las Malvinas, o la revisión del pasado por parte de una comunidad indígena relegada (el pueblo originario de la comarca Kuna de Madungandí, en Panamá). Y así también en el plano estrictamente educativo (por caso, el archivo de historia oral del Colegio Nacional Mariano Moreno de Mar del Plata, declarado de interés educativo por el Consejo Escolar de General Pueyerredón) o político (como metodología de inclusión social a trabajar con grupos de desocupados, gremios o incluso de formación de cuadros). Más allá de las diferencias ideológicas y conceptuales, más allá de la discusión acerca de quiénes son los pioneros o las figuras relevantes en un tema que está en pleno desarrollo, lo cierto es que el interés por el trabajo con las fuentes orales es patrimonio de todos, y que la historia oral se expande, con la fuerza de lo colectivo, como una de las herramientas más innovadoras para bucear las historias silenciadas.
—Alejandro Margulis