10 de septiembre de 2014
Individualismo y desprecio por las normas son actitudes habituales de automovilistas y peatones. Una nueva disciplina analiza los valores que definen la movilidad de las personas en el espacio público.
Entre la mañana y la tarde del 8 de agosto pasado el tránsito estuvo interrumpido durante siete horas en la porteña avenida General Paz. El corte se debió al montaje de vigas para una nueva pasarela peatonal, en el cruce de General Paz y Balbín, y como no había sido anunciado provocó trastornos que son habituales: la congestión de vehículos, situaciones de tensión y agresiones verbales entre los conductores, infracciones y maniobras de riesgo para tratar de salir del atolladero. Fue otro capítulo de un padecimiento cotidiano en las grandes ciudades argentinas: el malestar en el tránsito.
Hay un aspecto del problema que recién comienza a visualizarse. La psicóloga rosarina Sandra Crescente lo plantea así: «Uno generalmente asocia el tránsito con la movilidad motor, con los autos, las motos y los colectivos. Pero en realidad se trata de la movilidad de la persona. Cuesta entender que es algo que nos involucra porque tiene que ver con el cuidado de la salud y con la conducta».
La psicología del tránsito es una especialización reciente, que refiere justamente al análisis de los comportamientos y los valores de las personas tal como se movilizan. El individualismo y la falta de conciencia respecto de qué implica un espacio público son algunos de los rasgos más visibles en ese cuadro. «Tenemos un registro del espacio público como un lugar que nos pertenece, donde hacemos lo que queremos, sobre el cual tenemos derechos pero ninguna responsabilidad. Como si no hubiera reglas, pero más que eso hay una apropiación con un concepto infantil, como la de un niño que no se hace cargo de sus actos», señala Crescente, que se desempeña como coordinadora de la Comisión Nacional de Psicología del Tránsito e integrante del área de Psicología del Tránsito del Colegio de Psicólogos de Rosario.
La conducta de las personas en el tránsito acusa factores históricos y sociales. Crescente puntualiza las particularidades del caso argentino: «No entender la responsabilidad que tenemos, no entender que el otro existe y el espacio es compartido. Entonces no hay código de confianza y nos volvemos imprevisibles para el otro. Si no existo para el otro, el otro va a hacer cualquier cosa y yo tendré que adivinar su comportamiento». María Cristina Isoba, también psicóloga y directora de investigación y educación vial de la asociación Luchemos por la Vida, habla de un «contagio social». Lo que se dice enseñar con el mal ejemplo. «El comportamiento individual, obviamente, no es algo aislado del resto de la sociedad –destaca–. En Argentina vemos un individualismo exacerbado y una transgresión habitual a todo tipo de normas, en todos los aspectos de nuestra convivencia. Estamos acostumbrados a no ser considerados con los demás, a movernos exclusivamente en función de nuestro beneficio, aunque esas elecciones no estén acordes a la legislación vigente».
Pensar en costos y en beneficios se traduce, en la calle y en las rutas, en una especie de ley de la selva donde se impone el que circula a mayor velocidad, el que simplemente logra seguir adelante, con independencia de lo que las normas de tránsito puedan prescribir. La conveniencia propia se afirma entonces a costa del perjuicio general. Otro obstáculo en general inadvertido, señala Isoba, es el exceso de confianza de los conductores. «La velocidad excesiva es una de las primeras causas de siniestralidad –subraya–. Sin embargo muchas personas piensan que dominan el auto y tienen experiencia y descuidan la cuestión sistémica, se olvidan de que en el tránsito uno nunca está solo y aunque pueda controlar lo que hace nunca va a prever el comportamiento de los demás». La rutina adormece, y en el caso de la conducción su efecto es el de bajar el cuidado en la movilidad.
Darse cuenta
Un conductor que comete una infracción siempre tiene una explicación a mano. La necesidad de cumplir con los horarios es la excusa más común al momento de apretar el acelerador o cruzar un semáforo en rojo. Estas justificaciones son también significativas: «Lo que más importa no es la vida ni la seguridad, sino el tiempo», dice Sandra Crescente.
Otro aspecto es la resistencia ante las reglas que tratan de ordenar el espacio público. «No hay que confundir la regla con la opresión –agrega Crescente–. La regla justamente nos debe permitir una acción; y si es injusta, la revisamos y la reacordamos. Pero la regla es necesaria porque nos ordena. En una casa es más fácil congeniar porque somos de la misma crianza, pero en la calle somos extraños y tenemos criterios distintos. Ser extraño, sin embargo, no significa que seas alguien a desconocer o a abolir, que es lo que pasa cuando un incidente de tránsito termina con agresiones físicas o incluso con muertes».
Si hay un funcionario que no resulta precisamente simpático es el inspector de tránsito. Crescente revaloriza el rol de esa figura poco apreciada en el imaginario colectivo. «No se trata del control por el control mismo –dice– sino como instancia de aprendizaje y de pensar al inspector como alguien que posibilita seguridad y salud, como preventor de la salud, como alguien que cuida a las otras personas. No todo control es coercitivo, muchas veces hay controles que permiten y que canalizan. El descontrol en el tránsito obtura. Si no hay límites la ciudad se vuelve imposible de circular».
Para María Cristina Isoba, las situaciones de violencia que se generan a partir de mínimos incidentes no implican que las personas hagan catarsis. «El tema –dice– sería más bien que el tránsito genera tensión y estrés. Sobre todo cuando hay congestiones, cuando hay dificultades, y a los problemas y urgencias que cada uno tiene se suma un obstáculo imprevisto. Ahí es donde se suscita el problema que muchas personas no están en condiciones de afrontar con racionalidad. Entienden que el otro los perjudica, se enojan y si se encuentran dos que no saben tomar distancia la situación puede terminar en algo grave. Pero la violencia en el tránsito empieza antes de que dos personas se encuentren cuerpo a cuerpo, cuando un conductor apremia al que va adelante, cuando empieza con los bocinazos, cuando insulta. Más que una descarga el tránsito implica una nueva carga de tensión».
Creada en 1990, la asociación civil Luchemos por la vida se propone crear conciencia en la población sobre los riesgos de los accidentes de tránsito, a través de diferentes áreas de trabajo. Las campañas televisivas dedicadas a prevenir sobre el consumo de alcohol en los conductores, el uso del cinturón de seguridad y los cuidados con los niños son el trabajo más difundido de una entidad que recurre a un notable conjunto de medios para focalizar el problema: cursos, publicaciones propias, estadísticas y encuestas. «Lo que vemos en los cursos es, en primer lugar, la dificultad que tenemos de darnos cuenta de que no sólo los demás hacen las cosas mal –dice Isoba–. Todos somos rápidos para notar los defectos de los demás conductores y de los peatones que cruzan la calle por cualquier lado, pero no tenemos la misma mirada sobre nuestros propios comportamientos de riesgo. El primer problema, entonces, es darse cuenta de que uno también es parte del tránsito y que el tránsito es un sistema donde dependemos unos de otros, un sistema armado por cada uno de los que circulan».
No tan obvio
La psicología del tránsito también apunta a la educación y la prevención para disminuir el riesgo en los accidentes de tránsito. Sandra Crescente es organizadora de las Jornadas Nacionales dedicadas a la cuestión, que se realizaron en Rosario el 12 y 13 de septiembre con la participación de especialistas de distintos puntos del país y de Brasil. «Esta lectura de la conducta de la persona en tránsito es una modalidad reciente. Parece que uno marca obviedades; sin embargo, a veces por ser obvio el hábito está naturalizado y no se registra como algo que debe cambiarse. Hace diez años la gente no hablaba de la responsabilidad de un conductor o de un peatón en la movilidad. Ahora uno puede discutir, y no pensar en que se trata del destino o del azar. Lo cierto es que somos responsables», advierte.
Isoba también reconoce cambios positivos en la conciencia vial de la población: «Hace 24 años, cuando empezamos con Luchemos por la vida, Argentina estaba muy atrasada en el tema. Hoy en día nuestro país se codea con los países modelo y hay presupuesto e inversión nacional para la seguridad vial». Pero la gravedad del problema subsiste, como lo indican las estadísticas. En 2013 hubo 7.896 víctimas fatales por accidentes de tránsito en la Argentina, un promedio de 22 muertos por día.
«No hay un Estado que nos recuerde las normas –considera Isoba–. Las leyes de tránsito están hechas para asegurar una convivencia armónica, un beneficio general que se cuida por encima de los particulares. Si bien a principios de los años 90 los legisladores sancionaron una nueva ley de tránsito, que es aceptable, y han ido aprobando interesantes modificaciones y artículos para lograr mayor seguridad vial, esas medidas no se trasladan a una fiscalización responsable para que la gente cumpla las leyes en las calles y en las rutas y para que el infractor tenga un castigo acorde a la cantidad y a la gravedad de las transgresiones».
Las tensiones en el tránsito incluyen otros aspectos poco considerados, como el significado social de los vehículos, los valores que les adjudican publicidades tan sugerentes como las que asociaban a los cigarrillos con la vida sana y el culto de los autos más caros. Según datos del Sistema de Administración Centralizada de Infracciones de Tránsito de la Provincia de Buenos Aires (Sacit), 6 de cada 10 vehículos que acumulan infracciones por exceso de velocidades en las rutas bonaerenses son de alta gama. Sandra Crescente observa con ironía –pero también como marca histórica significativa– la inscripción privilegiada de los intereses económicos en el texto menos pensado: «La movilidad de las personas está garantizada desde la Constitución Nacional en el artículo 14. Pero antes tenemos garantizada la movilidad de los bienes y de la hacienda, en el artículo 11».
Un accidente de tránsito siempre abre el interrogante sobre los factores que lo hicieron posible. Pero la clave no parece estar en las cuestiones técnicas o ambientales. «A veces –apunta Sandra Crescente– nos preguntamos por qué hay choques en la misma mano de una autopista, por qué los conductores no hacen cosas tan sencillas como poner la luz de giro. Durante muchos años el análisis estuvo focalizado en el vehículo y en la vía. En realidad es al revés. El protagonista del tránsito es la persona».
—Osvaldo Aguirre