13 de enero de 2021
(Pablo Blasberg)
Por fin comenzamos un año nuevo. Si hubo algo en lo que todos estuvimos de acuerdo fue en que 2020 fue unos de los peores años de la historia y que cuanto antes se fuera mejor. Todos querían que terminara. Hubo gente que quería brindar a las diez y media. Otros terminarlo junto con Australia que llenan el puente con cohetes varias horas antes. Tampoco faltaron los que dijeron que el año se había terminado cuando Maradona se fue arriba a jugar con Boyé, Labruna, Grillo y Pontoni. Lo cierto es que ya nadie se bancaba el año en que apareció el bicho, enano maldito, castigo de Dios, y con él una pandemia que nos dejó a todos con el tujes mirando al sudeste… y gracias que la podemos contar.
Pero como para algunos la salud va y viene y lo importante es la guita, tampoco el año que terminó se caracterizó por darnos una economía como para tirar manteca al techo. Para nada, a lo mal que veníamos de antes por los pagos de la deuda, los intereses y las cañotas de los intermediarios, se le sumaron cierres de fabricas y negocios a lo pavote, una desocupación fenomenal y un nivel de pobreza que no se puede creer en donde siempre nos enseñaron que era un país rico.
Ahora, con más años, creo que mi maestra de cuarto grado se equivocaba y confundía eso de que éramos un país rico con un país en el que había gente rica, cosa que suena parecido, pero no es lo mismo.
Pero en medio de la mishadura generalizada, hubo algunos que aprovecharon la bolada del virus y se hicieron sus buenos mangos. Algunos aprovecharon que las vacas no se contagian y pusieron la carne a un precio en el que para hacer un asado tenés que sacar un préstamo.
Mientras la inflación se desaceleraba y los precios igual subían –cosa de mandinga– la gente dejaba de comprar todas las cosas que podía dejar de comprar. Pero lo que no se podía hacer era dejar de morfar para lo cual, por lo menos, tenías que ir a la verdulería… y ahí te daban con un mazazo.
Podías quejarte con el verdulero, quien te decía que él no tenía la culpa, que los aumentos venían del mayorista y del transportista. Y si querías ponerlos verdes a ellos, los tipos decían que la culpa era de los productores o de los formadores de precio o del valor del Nikei en la bolsa de Tokio. Nadie tiene la culpa pero todos aumentan por si las moscas. Somos así. Todo el que puede poner un precio, sea el verdulero, el chino o el súper, se saca las ganas y te sacude con un poquito más. Por eso los alimentos son la niña bonita de los aumentos de cada mes. Yo mismo he visto en una ferretería de barrio un taladro a percusión casi al mismo precio que estaba hacía cuatro meses. Si logramos que Cormillot nos haga una dieta a base a taladros a percusión en lugar de morrones y escarola estamos salvados.