El nuevo disco de la cantante y compositora se nutre tanto de sus raíces argentinas como de su experiencia de vida en Nueva York. Una mirada retrospectiva de sus inicios con las Bay Biscuits y Metrópoli, en plena renovación del rock local en los 80. El folclore, el peronismo y la escritura.
23 de septiembre de 2020
(Prensa)
Desde su departamento de Brooklyn, Nueva York, Isabel de Sebastián habla de peronismo, tango y poesía, y se la escucha cotidiana. La pantalla de la videollamada devuelve una mujer serena, preocupada por la realidad global y también por el desayuno de uno de sus hijos, que la está visitando. Por estos días se reparte entre mostrar su flamante disco Corazonada, reflexionar sobre su intensa, nómade vida y escribir certeros artículos sobre la pandemia en Nueva York para El cohete en la luna. Son aguafuertes que revelan poder de observación, análisis y un depurado estilo narrativo. Todos los escritos están subidos a su blog.
Desde su ventana Brooklyn se despliega caleidoscópico, con su mix de razas, sus desigualdades y contrastes. El eslogan de ese distrito neoyorquino es «Home to Everyone From Everywhere», algo así como «Hogar para cualquiera de cualquier lugar». Y ahí está De Sebastián: mujer de ningún lugar o, mejor dicho, con un corazón partido entre los Estados Unidos y la Argentina. «Vine, me enamoré del padre de mis hijos, Bob Telson, curtí fuerte la argentinidad desde acá, aprendí a bailar tango y a cantarlo, descubrí mis raíces, volví a la Argentina, nos separamos y ahora estoy así, un poco en cada lado. En un momento la pasé muy mal. Nunca dejo de sufrir por no estar en mi país. Pero ahora siento que, de alguna manera, estoy en los dos lugares», intenta resumir.
«El clima social empeora día a día», cuenta. «Hay un nivel de esquizofrenia grande. Este es el país de la libertad, pero como una forma del individualismo. Y ven cómo se les fue de las manos todo, y cómo están perdiendo la hegemonía mundial. Mis hijos David y Dylan contemplan todo este panorama y ¡extrañan la Argentina! La conocen bien: vivieron 10 años allá», completa. El padre, Bob Telson, es un músico extraordinario, compositor de la banda de sonido de Bagdad Café y de esa obra maestra de la melancolía llamada «Calling You».
David también es músico, y participó en Corazonada. Todo queda en familia: el hijo le puso música al poema «La paloma», de Rafael Alberti. El célebre poeta español, referente de la llamada generación del 27, fue el marido de la abuela de De Sebastián. Ese texto («se equivocó la paloma, se equivocaba») fue famoso en la voz de Joan Manuel Serrat, con música del argentino Carlos Guastavino.
«Mi hijo no conocía la versión de Serrat», dice la cantante. «Es muy especial David. Desde chico, está a la pesca de sus raíces, quizás también por el tema del desarraigo. Es un ávido lector de la realidad argentina y escribe muy bien. Ha leído a los escritores de la familia y nunca se cansa de hacerme preguntas. Entre los libros de Rafael Alberti, el marido de mi abuela María Teresa, encontró esta poesía y la musicalizó. Cuando me la mostró, fue una sorpresa. Es la canción armónicamente más rica del disco, y también muestra la mezcla de influencias del norte y del sur. Si mi abuela y Rafael estuvieran vivos, estarían muy orgullosos de su bisnieto».
El álbum arranca con una canción hecha a dúo con Daniel Melingo, «Milonga del adiós»; sigue con el tema de Leonard Cohen sobre un poema de Federico García Lorca, «Pequeño vals vienés»; se desliza por ritmos folclóricos que encuentran su tono más festivo en el huayno «Todo baila»: «Cómo los pájaros que cantan en la noche/ y que esperan a la luz que volverá/ bailamos porque el agua busca el río/ y tu cuerpo roza el mío al caminar», canta De Sebastián.
–Pese a lo que estamos viviendo, es un disco de alguna manera optimista.
–Sí, no sé si la palabra es optimista. Yo diría que es un disco vital. Y femenino.
–¿Por qué?
–Es… contenedor. Yo siento esperanza, pero no en el sentido de esperar, sino en el de ir al encuentro de algo mejor. Soy mujer: cualquier tiempo pasado fue peor. En términos históricos, el voto femenino fue ayer. Viví una bisagra de derechos de las mujeres, sé que se pueden mejorar ciertas condiciones. No se trata de una ilusión boba: el disco no edulcora nada. «El camino no es derecho y es fácil perder la calma», dice también «Todo baila». No es un disco de certezas, pero sí sobrevuela una: a esta vida se la baila juntos. Es una invitación a la valentía de enfrentar la vida, que puede ser tan cruel. Se trata de no perder la alegría y de apostar a la empatía.
–Es notorio también cómo recuperás ritmos folclóricos.
–Aquello de la chacarera, ¿no? «Estaba donde nací lo que buscaba por ahí». Casualmente, esa gran chacarera de Carlos Carabajal es uno de los temas que canto con mi hijo cuando nos juntamos a tocar en casa. A esta altura, mi pertenencia no depende de dónde esté. Ya pagué ese precio de lo que se llama «aculturización», que sucede cuando vivís lejos y se te deshilacha la identidad. Yo por suerte pude fortalecerla esos años que volvimos y vivimos en Argentina desde 2003. Si no hubiera tenido esa oportunidad de apropiarme nuevamente del lenguaje, de las maneras, de los olores y los paisajes, estaría contando otra historia. Y no sé si podría haberme reencontrado con la posibilidad de volver a hacer canciones. Este disco no existiría. Pero volviendo a tu pregunta, la mixtura resulta inevitable. Somos también lo que escuchamos, y llevo una vida nutriéndome de música argentina y norteamericana. Yo profundicé en el tango y el folclore viviendo afuera. ¡Y también en el peronismo!
(Prensa)
–¿Cómo fue eso?
–Yo de chica vivía en Barrio Norte, fui a un colegio de monjas, imaginate qué idea tenía del peronismo. Sí recuerdo con nitidez cómo me molestó la vez que escuché la frase «cabecitas negras». Lentamente empecé a investigar. Mi familia era antiperonista: mi viejo, médico otorrino, radical; mi vieja, fonoaudióloga, comunista como gran parte de su familia. Aprendí mucho leyendo a Norberto Galasso, también a Arturo Jauretche. Mi simpatía con el peronismo tiene que ver con el momento en que debí rearmar mi identidad, ya radicada en los Estados Unidos.
–Fuiste protagonista de la renovación del rock post-Malvinas. ¿Cómo funcionaban esas ideas políticas, o ese interés, en el medio de la efervescencia de los 80?
–Fue raro. Porque tenías como la obligación de ser irreverente. Si te preguntaban algo en serio, debías intentar ser graciosa. La liviandad era una forma de rebeldía. Yo ahí me sentía diferente. Se me consideraba demasiado seria. Y no como virtud. Yo tenía una idea muy profesional y lo profesional estaba mal visto: todo tenía que ser informal. Creo que con Metrópoli hicimos una diferencia: teníamos un discurso social, debajo de la canción latía una posición política. Si te fijás en nuestro mayor hit, «Héroes anónimos», bueno, ahí hay un mensaje. Incluso algunos lo rescataron ahora, en tiempos de la pandemia, en relación con la tarea de los médicos, los basureros.
«Estamos a atrapados en la misma red/ viajando por un laberinto/ Estamos sosteniendo una pared/ por favor no la dejes caer», cantaba De Sebastián en los 80. Con todas las peripecias a cuestas de una adolescente educada en dictadura, fue una de las Bay Biscuits: la primera banda de chicas de la Argentina, que llegó a actuar con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y con Serú Girán. Su aporte medular, sin embargo, fue Metrópoli, la banda que formó con Ulises Butrón y que se consolidó como una de las manifestaciones más exquisitas del pop de aquellos años, en el punto intermedio de la masividad y la banda de culto. Editaron dos discos: Cemento de contacto y Viaje al más acá. «Después canté un tiempo con Virus y fui parte de la banda de Luis Alberto Spinetta durante dos años, y grabé en su disco Privé», agrega.
–¿Observás alguna conexión entre aquella chica de Metrópoli y esta mujer del disco Corazonada?
–Creo que ya latía un tipo de sensibilidad que sigue presente. Si lo pienso, «Héroes anónimos» es primo cercano de «Todo baila». Mi música actual está enriquecida por otros géneros y, salvo ese tema, es menos bailable. Pero la sutileza musical, esa búsqueda de climas sinuosos, perdura. En Metrópoli aparecía una sirena en «Tormenta en la Bristol», que yacía envenenada por la polución. Ahora hay una sirena en «La luz azul», esta vez una sirena de río, que quiere abrazarte y cantarte al oído. Quizás hay una cierta dulzura que, con el tiempo, ha ido tomando más terreno.
–¿Sos nostálgica?
–Soy cero nostalgia. No suelo pensar mucho en aquellos años. El paso del tiempo es inexorable, pero a los fines prácticos, no lo noto. Tengo la misma energía, tal vez con mucho menos acelere. Cada día me siento más cómoda en mi propia piel.
–¿De dónde viene la escritura?
–Debe haber algo en la sangre. Escribir es como un regalo de la vida, que estaba siempre por llegar, pero que fue finalmente empujado por la pandemia. Escribir me da tanto que no sé por dónde empezar: deseo, posibilidad de saciar mi curiosidad investigando a fondo, esa sensación que te vibra cuando lográs una combinatoria expresiva y potente de palabras, cuando la metáfora aparece. Me afirma, me acompaña en la reclusión, y encima me acerca a mi país y me permite contar la película que se vive aquí. Puedo contrastar maneras de enfrentar la pandemia, las grietas, los líderes, entre los dos países que me tocan. También exorciza algo de la impotencia de vivir en una era tan tóxica y desesperante como la de Trump, y en un país tremendamente individualista que ahora ve tan expuesta la fragilidad de su sistema. Me convocó Marcelo Figueras para escribir algo para El cohete a la luna en marzo, y desde entonces no paro.
Habla de aquí y de allá, con pasión casi simétrica. Menciona a Lidia Borda («con David somos fanáticos de su versión de “Vida mía”») y de Acho Estol, habla de la vez que fue a Salta a la casa del Cuchi Leguizamón, de Pati Smith y Joni Mitchell, de Mercedes Sosa y Violeta Parra, de su pasión por la salsa. «En realidad, siento pasión por todas las música populares que son celebratorias de la identidad. En casa es una locura la variedad, pasamos de Fiorentino a Radiohead. Me encanta. A la distancia aprendí cada nota de las voces del Dúo Salteño, y te podría hablar de los tangos que cantaba todos los domingos en un bar del Soho. Y también de cuando integré un coro gospel de Brooklyn».
–Mucho de lo que contás se escucha en Corazonada.
–Sí, en este disco se mezclan colores, sonidos, sentimientos. Soy esa mezcla.