Fundador de grupos emblemáticos como Don Cornelio y la Zona y Los Visitantes, desde hace años el compositor y cantante lleva adelante una intensa carrera solista al frente de La Hermandad. Su afinidad con el feminismo, la cultura emergente y el trap. La música como una forma de salvación.
27 de noviembre de 2019
La pasión rige todo lo que hace Palo Pandolfo, y lo que hace es mucho. Su historia gruesa es conocida: desde que irrumpió a mediados de los años 80 al frente de ese rayo misterioso que fue Don Cornelio y la Zona, se encargó de ensanchar los límites del rock hacia el territorio resbaladizo que, a falta de mejor definición, se llama «música popular argentina». Si Don Cornelio se ubicó en su momento en un lote equidistante entre el pop de Soda Stereo y la furia en vivo de Sumo, con los años Pandolfo hizo fraguar en canciones el tango y el folclore con un sonido y una actitud rocker sin afectación, natural y visceralmente. Lo hizo con densidad poética y un pulso político que va de ideas nacionales y populares a un compromiso con las reivindicaciones feministas. A pocos músicos les cabe el rótulo de «artistas». Palo lo es.
Ahora revisa el pasado y, en el mismo gesto, se proyecta hacia el futuro: esa es la aparente paradoja de El vuelo del dragón, la edición en tres envíos de un concierto en vivo con La Hermandad en la que hurga el alucinante magma de Don Cornelio y de Los Visitantes, con clásicos como «Ella vendrá», «El rosario en el muro», «Estaré», «Playas oscuras» y también gemas ocultas como «Auto Unión» o «Sangre». El vuelo del dragón es apenas el punto de partida de una entrevista que se desliza sinuosamente por su pasión por el trap, su relación con Charly García y Spinetta, el vínculo con las nuevas generaciones, el patriarcado, su fanatismo por el techno y más.
«El origen de El vuelo del dragón fue Alejandro Varela, de S’Music, que después de sacar los dos discos de La Hermandad, me dijo: “¿Cuándo me vas a entregar tus clásicos?”. Y acá están. Los merece: él se jugó. El segundo de La Hermandad, Transformación, se lo puso al hombro, bancó todo, le metió marketing, llenamos Niceto. Es el disco que tiene el mejor sonido de mi carrera. Todos mis segundos discos son especiales, es algo cíclico: Patria o muerte, de Don Cornelio; Espiritango, de los Visitantes; Transformación, de La Hermandad. Yo creo en esas cosas, en los ciclos, en el karma. Y además, creo en la industria nacional, ¡y S’Music es una pyme argentina, loco!».
Complicado –en verdad, imposible– trasmitir al papel el énfasis con que Palo pronuncia ciertas palabras o con que cierra ciertas frases. Es la pasión, pero también se escucha un tono que expresa en dosis parejas desmesura y convicción. A veces el remate se produce a través de estentóreas carcajadas que pueden ser pura ironía o catarsis. Está atravesando un período intenso, que comprende excursiones noctámbulas por sitios de cultura alternativa como el Matienzo y también sesiones psicoanalíticas que, dice, lo tienen movilizado. «El otro día mi psicóloga, que es una capa, me dijo ante una historia que le había contado: «Tu vida y tu carrera son lo mismo». Y me lo dijo porque en la sesión le reproduje la noche en que fui a ver a Mora Navarro. ¡Me partió la cabeza la mina! Ella y su banda. Me quedé ahí, tranqui, tomando un tequila, y de pronto se me pusieron a conversar un montón de pibes, algunos músicos de Mora. ¡Estaba rodeado de chicos sub 25 que me superreconocían! Uno, de pelo platinado, apareció de la nada y me dijo: “Tengo 21 años. Me mata tu disco Ritual criollo”. Y me empezó a hablar de cada uno de los temas de ese disco».
–¿Qué sentís ante ese reconocimiento?
–Que tengo un capital, un bien. He construido un corpus. Lo digo sin soberbia. ¡En cada pueblito del interior tengo un grupo de gente que me hospeda, que me atiende, que me da de beber gratis! Es conmovedor.
Dice, repite, que le partió la cabeza la banda de Mora Navarro y que se puso en contacto con ella. No descarta hacer algo juntos. Navarro tiene un hit que caló profundamente en las adolescentes: «Libres». Es un himno de la revolución feminista («Hoy me levanto, otro día siendo mujer/ Desayuno con otra muerta más por la TV/ Que su pollera, que era fiestera/ ¿Y su asesino qué?») que la colocó en un lugar testimonial. Las reivindicaciones de género, el cuestionamiento al patriarcado, son temas que también lo apasionan. «Soy de una generación reprimida: el colegio nos reprimía, nuestros viejos nos reprimían. Cuando descubrí a John Lennon, me di cuenta de absolutamente todo. Loco, ¡se casó con una japonesa! Soy hijo de John y Yoko. Todas mis canciones son inclusivas. Escuchame: nos gustaba la androginia, gente casi homosexual, The Cure, Bowie, ¡Queen! Nada que ver con mi viejo, ¡que era un fucking represor y mataputos! Fui víctima del patriarcado y ahora soy padre de familia; cuando era hippie, por la calle me decían “boludo”; cuando fui punk, me decían “puto”. ¿Cómo no voy a hacer canciones inclusivas? Y trato de hablar de manera inclusiva».
–¿Te sale?
–Casi casi que me sale. Mis hijos hablan perfectamente.
–¿Hablás estas cuestiones con tus hijos?
–Sí, sobre todo con la mayor, con Francesca. Tiene 20. Yo lo que le digo es que tenemos que depurar nuestra psique social. Que la inclusión debe hacer participar a los hombres. Me parece que cierto fundamentalismo empieza a excluir a los varones. Y le hablo mucho de Angela Davis, que es una genia: negra, marxista, feminista desde mucho antes que esta ola: una pionera. Angela Davis dice entre otras cosas que el feminismo tiene que contemplar el tema de clase, el capitalismo.
Pasado, presente y futuro
El vuelo del dragón fue grabado en el teatro Margarita Xirgu y lanzado en tres episodios con duración de EP. «A veces resulta muy catártico tocar esos temas en vivo. Tiene mucha honestidad el disco, no fue retocado en estudio. Yo creo que todo artista que se precie tiene que tener un buen disco en vivo. Yo los adoro», explica. «No es importante si es presente o pasado: son canciones que nunca dejé de hacer en vivo. A mí me gusta hacer la gran León Gieco: pensar un concierto como si fuera una celebración. Yo era recontra fanático de Pescado Rabioso: para mí eran Los Beatles. Me acuerdo de la primera vez que fui a ver a Luis Alberto Spinetta. Fue en el estadio Obras, en la época de Jade, una fecha que también tocó Jan Hammer. No hizo un solo tema de Pescado, yo me quería morir. Gieco es folk y folclorista, que no es lo mismo: o sea, es Dylan y Chalchaleros. Nunca tuvo el prejuicio del chico de ciudad rupturista, vanguardista. Le gusta compartir. A mí también».
–¿No es retro volver a grabar canciones que tienen más de 20, 30 años?
–No creo. Igual no paro: tengo tres discos pensados para grabar, de género. Estoy en pleno proceso de composición.
–¿Por qué «de género»?
–Hablo de géneros musicales. Es una forma de ordenar mi esquizofrenia, mi eclecticismo feroz. Uno de los discos va a ser acústico, en la onda Cafrune, solo con guitarra y voz, pero con algo moderno, de electro folk y psicodelia, que una París, San Francisco, Montevideo y toda la movida de rock que hay en Mendoza. El otro va a ser de techno pop: lo estoy pensando con mi amigo Daniel Gorostegui, que tocaba las teclas de Don Cornelio. Va a ser una especie de techno retro: hace 30 años que venimos haciendo techno con Dani.
–¿Y el tercero?
–De tango, con Yuri Venturín, contrabajista y director de la Orquesta Fernández Fierro, con el que ya había trabajado bastante. Estamos formando una orquesta, con Walter Chacón y otros. Tengo ya unos veinte temas compuestos, necesito más. Si bien pienso como solista, soy un bicho de banda. Me gusta la alquimia humana.
Peñas virtuales
Tiene un programa de radio online en el que da rienda suelta a su amplitud ilimitada, que va precisamente de Jorge Cafrune a Terrace Martin, pasando por las profundidades del techno alemán y el house («soy un erudito del house», bromea). Surca la calle Corrientes comprando DVD. «Es mi costado analógico, voy a la esquina de Rodríguez Peña y Corrientes. Había dos locales que vendían películas, uno cerró. Soy muy nerd, compro cosas de Tarkovsky, Fellini, Bergman».
Utiliza las redes sociales, dice, «como si fuera una peña abierta las 24 horas». «La redes me divierten, intervengo, me gusta ver a la gente colocada. Me gusta enterarme de cosas, de verlo a Caetano hablando de Bolsonaro, qué sé yo. He conseguido músicos por Twitter. En la época de Transformación usaba mucho lo que yo llamo “tweets poéticos”, que era tirar una idea y esperar las respuestas para después redondear algo parecido a una canción. Como te digo esto, también te digo que prácticamente nos transformamos en algoritmos, nos movemos en círculos concéntricos, cerrados. Hay que salir a la calle».
–¿Cómo te considerás como letrista?
–No sé. La tradición del rock argentino tiene muy buenos letristas. Spinetta ni hablar. Hay algunas canciones mías que tienen claras influencias del Flaco.
–¿Por ejemplo?
–«La luz de la cara roja», de Patria o muerte, por ejemplo: «Su cara roja en mi espejo besando el vidrio/ La mirada de los rayos/ Rayos de luz en mi espejo/ Buscando acoplarse en mí/ Buscando toda luz en mí». ¡Re Spinetta! Tengo un amigo que me pasa todas las novedades del trap. Y hace poco descubrí Flu Os, que son los nietos de Spinetta. Me encantan, la rompen: tienen forma y contenido.
–¿Te interesa el trap?
–Muchísimo. Me gusta esa cosa electrónica, jazzy, neosoul, la pulsión por el decir. Para mí es la antítesis del rock chabón. Es algo recitativo. Yo reviso algunas canciones mías y me doy cuenta de que en el fondo es trap. Escuchá «Canción cántaro». Hay algo que ocurre en mi cuore, y es que me gustan muchas cosas. Y la música está siempre ahí arriba. Veo el panorama general, veo cómo se repiten en la Argentina los ciclos de entrega de los cipayos, veo la hostilidad social, el rugido de los bondis, ¡pero está la música! Me gusta el rock alemán, sí, pero viajo en los trenes del Sarmiento: veo la vida desde ahí, no desde Berlín. La música me salva, me sana, es la nafta de mi alma.