9 de octubre de 2019
Las campañas electorales expresan el estado de un conjunto de debates y conflictos propios de cualquier sociedad. Hay temas que suelen aparecer siempre, como la economía, y otros tienen menor presencia, entre ellos, la educación y la cultura.
Si analizamos la campaña nacional en marcha hacia las elecciones del 27 de octubre podemos identificar que la cuestión educativa está presente en los relatos de las principales fuerzas políticas e incluso será uno de los temas abordados en los debates de candidatos presidenciales.
En las piezas de campaña del oficialismo, la educación es una meta: «Vamos a tener una educación de calidad» o «La educación hará crecer a la Argentina». En la campaña de parte de la oposición aparece también como principio: la escuela pública como valor, como territorio donde es posible hacer democracia y ejercer los derechos. Y en estos últimos con un agregado, para nada menor: una defensa irrestricta de la educación pública, como aquel espacio común y del conjunto de la población.
La diferencia entre unas y otras formas de enunciación se relaciona con los proyectos políticos que cobijan a tales afirmaciones. Nos preguntamos, ¿por qué un gobierno que desfinanció la escuela, las universidades y los institutos de formación superior va a referirse a la educación de otra manera que no sea con frases generales? Que aparezca así y sin propuestas o formulaciones más concretas, ¿no expresa un sesgo conservador en el discurso oficial respecto de lo educativo? Por el contrario, la educación mostrada como pública, diversa y popular solo es posible en aquellos proyectos que comprenden que si no se generan condiciones materiales diferentes –y mejores– que las que hoy tenemos y se recoloca al Estado en un lugar principal, no es posible hablar de las potencialidades de la tarea pedagógica.